MOVIMIENTOS SOCIALES Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA
Tras su reciente salida de IU, Espacio Alternativo decidía
convertirse en el partido Izquierda Anticapitalista y presentarse
a las próximas elecciones europeas. ¿Por qué apostar
por la representación política en un parlamento? ¿Por
qué arrancar precisamente en una candidatura a nivel
europeo? ¿Qué puede aportar esta apuesta a los movimientos
sociales, a los espacios políticos, a las apuestas
por la transformación social?
Con la presentación del manifiesto
Por una candidatura
anticapitalista en las
elecciones europeas de
2009, Izquierda Anticapitalista (IA),
la organización neotrotskista nacida
del malogrado Espacio Alternativo,
ha decidido presentarse a las
europeas. En general, siempre es
saludable que haya un abanico lo
más amplio posible de opciones (no
necesariamente alternativas) donde
elegir. Dado, además, el panorama
de IU hoy, tras lustros de cainismo
y su esperpéntica asamblea, no parece
mala cosa que su espacio electoral
pueda dejar de ser monopolizado
por la IU del PCE.
Para quienes no pensamos que la
participación en el movimiento sea
incompatible con la disposición de
un ‘interfaz representativo’ –alguna
modalidad de plataforma electoral
presente en las instituciones representativas
bajo ciertas condiciones
organizativas internas y políticas de
alianzas predefinidas–, el fracaso
de IU en constituirse como tal interfaz
debería conducir a nuevas fórmulas
por parte de los activistas
(que no de los ‘políticos’) a fin de
ofrecer una alternativa viable. En
este terreno, claro está, nadie tiene
la fórmula mágica, por lo que firmar
y apoyar la opción de IA no deja
de ser un sano ejercicio democrático.
Ello no obsta para que, aprovechando
la ocasión, hagamos valer
nuestras discrepancias.
Un paso atrás
A nadie se le debería escapar que
cambiar Espacio Alternativo por Izquierda
Anticapitalista es un sintomático
paso atrás en lo discursivo.
Allí donde el primero se enunciaba
como voluntad de repensar la
gramática política de las organizaciones
radicales de los ‘70 y ‘80, la
segunda se repliega sobre dos conceptos
heurística, categorial y políticamente
inoperantes. Al igual que el
psicoanálisis es incapaz de pensar
fuera del yo, el padre o el Edipo,
cualquier organización que se construya
sobre la identidad ‘izquierda
anticapitalista’ se autolimita al universo
categorial del gobierno representativo
y el capital.
A diferencia de otros conceptos
históricamente útiles como partido,
militante, masas, etc., izquierda no
es más que un espacio de la representación
política carente de unos
contenidos específicos: izquierda sólo
es lo que no es derecha. Asimismo,
anticapitalista nos limita en el
mejor de los casos a un momento negativo
de la dialéctica, la cual, incapaz
de liberarse de la trascendencia,
frustra toda posibilidad de emancipación
(inmanente por definición).
IA sigue anclada, pues, en la discursividad
de la dialéctica y en la voluntad
de organizar un contrapoder
hegemónico que alcance a resolver
la reductio ad unum allí donde el movimiento
pueda lograr la escisión (sin
salir del manifiesto programático de
IA: “pueblos” o “sectores populares”
y no multitudes, “criterios unitarios”
o “convergencias” y no diversidad o
política del reconocimiento, etc.). Al
igual que cualquier otra variante del
leninismo sesentayochista, se confía
en alimentarse del movimiento, generando
una representación exógena
al mismo que se erija, empero, en
su dirección política. Va de suyo que
en el marco organizativo postfordista
(descentrado, reticular, fluido...)
esta fórmula está abocada al fracaso
(y para ejemplos, la estructura de las
revueltas sociales de lo que va de siglo,
de la banlieue francesa a Grecia).
A raíz de lo anterior, no sorprende
que los ejes programáticos (de momento
en borrador), sigan siendo
deudores de una foto fija del siglo pasado.
En el terreno de los contenidos
concretos, por ejemplo, no se cuestiona
el productivismo capitalista
desde el horizonte del decrecimiento.
Se habla, sin embargo, de “sostenibilidad”
y de “cambio productivo”
como si estas palabras resolviesen
algo por sí solas. Tampoco hay un
rechazo al régimen salarial y una
apuesta por la renta básica, proponiéndose,
por demás, una suerte de
nacionalismo económico como única
alternativa a la globalización. De
la inmaterialización del trabajo, la
descentralización de los procesos
productivos, etc., mejor ni hablamos.
Pero si en el terreno de la crítica
de la economía política no se abren
grandes expectativas (ya que de ecología
política, strictu senso, no se podría
hablar), en otras líneas programáticas
tampoco se avanza gran
cosa. La cuestión nacional se comprende
únicamente en la clave del
derecho a la autodeterminación de
los pueblos, escapando por completo
a los cambios fundamentales en
el terreno del derecho a decidir y la
democracia directa. El problema de
la estructura del Estado ni existe y
la crisis de la soberanía, el Estado
de excepción o la globalización siguen
siendo pensadas en términos
del Estado nacional y la crítica del
imperialismo, como si no hubiese
pasado nada desde 1989.
Más de lo de siempre
Por lo que hace a la dimensión afectivo-
sexual, no parece que el impacto
de la teoría queer y la deconstrucción
del género hayan hecho mella
en el ideario neotrotskista. La pragmática
de su discurso sigue siendo
inequívocamente heteronormativa.
La violencia de género no se piensa
desde el género como violencia, y la
crítica del binarismo, reiterándose
las viejas fórmulas de un feminismo
ideológico y de apoyo externo a subjetividades
que deberían, empero,
ser protagónicas. Al igual que pasa
con otras subjetividades antagonistas
como los migrantes, la pragmática
del discurso sigue moviéndose en
la centralidad del varón, adulto, asalariado,
nacional, etc.
Éstas son apenas algunas puntualizaciones
destacadas en un breve repaso,
pero habría mucho más que
decir. La propuesta dista mucho de
ofrecer auténticas alternativas, limitándose,
por lo general, a identificarse
con algunas luchas actuales, adoptando
posiciones algo más izquierdistas
que las de IU.
Pero al margen de lo anterior, si
algo ha pensado mal IA, ha sido su
estrategia. La ruptura con IU llega
tarde, con el movimiento a la baja y
justo en la convocatoria menos oportuna
para construir un proyecto creíble
al medio plazo. A diferencia de
las candidaturas municipalistas, IA
ha preferido empezar por el tejado,
pensando en clave jacobino-blanquista-
leninista-trotskista-besancenotista,
esto es, en términos de conquista
de un poder central desde otro
poder central a partir de una concepción
acumulativa y funcionalista del
poder. Va de suyo que, dada la fragilidad
de IA, este discurso sólo se
mantiene a nivel de la pragmática,
explicitándose tácticamente en las
más razonables palabras de la alternativa
que no existe y se quiere contribuir
a construir, aun cuando la
candidatura no se ha construido como
un proceso abierto y negociado,
sino como golpe de efecto táctico.
No sorprende, pues, que IA no
oculte su admiración por la LCR y su
IU particular, el NPA. El problema,
no obstante, es que IA no ha pensado
en que dicho modelo es inviable
en el Estado español por múltiples
razones (estructura del Estado, configuración
de la opinión, cuestión nacional...).
Besancenot y el mundo de
la LCR, de hecho, son algo inexistente
que sólo opera como un exterior
constitutivo en su imaginario y no en
nuestra realidad política. En suma,
IA es un síntoma, no una solución a
la crisis política de nuestros días.
comentarios
0