La ‘banlieue’ francesa como topografía de la exclusión

El 27 de octubre de 2005, tras una polémica actuación
policial, murieron en Francia dos menores y un tercero
quedó gravemente herido. Fue el detonante de una revuelta,
sobre todo juvenil, en los barrios populares de las grandes
urbes. Un año más tarde, el actual rebrote de violencia
en las ‘banlieues’ francesas demuestra que los motivos de
la crisis revelada por la revuelta, lejos de atenuarse, siguen
vigentes. Ilustran un profundo malestar causado, entre
otras razones, por un proceso de ‘guetización’ urbanística.

05/12/06 · 0:00
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SARKOZY. El ministro de Interior francés inflamó los barrios con sus insultos y provocaciones./Jiho

La palabra banlieue resulta
bastante clara al designar
de modo explícito un espacio
marginado: es el
lieu (lugar) donde se pone la gente
al ban (margen), un lugar por
tanto donde se reagrupa a toda la
gente rechazada de la vida de la
cité -la ciudad- como centro de la
vida social y política.

La topografía de la exclusión

La capital gala, de hecho, se caracteriza
por tener una clara frontera
física y administrativa que la separa
de las diferentes ciudades satélites
que evolucionan a su alrededor.
Una auténtica línea de demarcación
materializada en París por el periférico
que, no en vano, sigue el trazado
de las antiguas murallas de la capital
y separa los dos mundos: el del
interior de la ciudad (poblado por
clases acomodadas o medias-altas
sin demasiados niños) y el del exterior,
la banlieue, donde viven extramuros,
clases medias-bajas o populares
que han ido abandonando la
capital desde hace 40 años. Esta
fractura social es el resultado de
una política deliberada de marginalización
de las clases populares del
espacio urbano, cuyo origen se remonta
a una de las últimas revoluciones
protagonizada por estas clases
en París: la Comuna de 1871.
Hasta esa fecha, París crece absorbiendo
los arrabales que se extienden
a las puertas de la ciudad. Las
circunstancias de la lucha de la
Comuna, organizada barrio por barrio,
obligaron a las fuerzas de
Thiers a reconquistar la ciudad, barricada
por barricada, calle por calle,
desde Versalles (el oeste de
París con los barrios más pudientes
de la capital) hasta los altos de
Belleville y Ménilmontant (el este
de París), poblados por la clase
obrera. De ahí nació la idea de crear
las grandes avenidas y bulevares
de París destinados -antes que a facilitar
la introducción del coche en
la vida urbana- a permitir los movimientos
de las fuerzas militares de
la represión y de sus piezas de artillería,
y a limitar las posibilidades
de guerrilla urbana. La remodelación
represiva del espacio urbano,
destinado a impedir todo nuevo brote
revolucionario, conllevaba también
el desplazamiento fuera de la
ciudad de las clases populares protagonistas
de las revueltas. La ciudad
interrumpe entonces su crecimiento
centrífugo hacia las afueras;
se crea esa línea de demarcación
entre dentro y fuera, frontera social
y claramente ideológica, más allá
de la cual se expulsa a los indeseables;
un modelo que se exporta a todas
las otras grandes urbes galas
con los mismos fines de control social.
La ciudad deja de funcionar como
un ágora, o sea como un espacio
de intercambio de valores y de
vivencias, donde se mezclan las diferentes
clases sociales.

La invención de la ‘banlieue’

Una vez planteada esta construcción
ideológica del espacio urbano,
la presidencia del general De Gaulle
procede a la creación de la llamada
banlieue en la década de los ‘60.
Tras el desastre de la II Guerra
Mundial, la economía de la mayoría
de los países europeos conoce un
auge importante con las primeras
olas de inmigración procedentes de
Europa del Sur y del Magreb. La población
de trabajadores se hacina
entonces en las ciudades periféricas
que gravitan alrededor de las urbes
francesas donde se forman barrios
enteros de chabolas. Las condiciones
de vida en estos barrios alcanzan
rápidamente un nivel humanamente
intolerable. La presidencia
de De Gaulle
lanza entonces un ambicioso
proyecto, destinado
a proponer un alojamiento
“digno” a toda esa nueva
población de trabajadores.
Pero se privilegian
sobre todo las soluciones
urbanísticas concentracionarias,
con un hábitat
esencialmente vertical
(multiplicación de torres
y edificios de colmenas)
destinados a rentabilizar
al máximo el espacio y a
concentrar a las masas
trabajadoras dentro de
espacios delimitados.

Si el proyecto se vende
de cara a la realidad ‘chabolera’
inicial como un
proyecto humanista,
movido por un afán racionalista
y progresista,
la voluntad política de
marginar fuera del espacio
de la ciudad a las clases
populares alcanza en
realidad, con esta invención
gaullista de la banlieue,
su expresión más
evidente. La fractura urbana
creada desde la
Comuna se acentúa con
la creación de estas ciudades
satélites que se
construyen a toda velocidad. París
se purga de sus pobres y se refuerza
la oposición dialéctica entre el
centro de la ciudad y los arrabales
donde la población obrera se ha
instalado ya masivamente.

Con la crisis de los ‘70 y el auge
del paro, la situación se degrada en
los barrios de colmenas. Asistimos
a un nuevo desplazamiento de población
dentro de la banlieue, con
la migración de las primeras familias,
esencialmente francesas u originarias
de Europa del Sur (italianos,
españoles y portugueses), que
ocuparon en sus inicios las colmenas,
hacia zonas más residenciales
en busca del chalecito de banlieue,
con su jardín y su barbacoa. Se
quedan en las colmenas los que no
parecen poder beneficiarse de las
mejoras que propone el Estado republicano:
la inmigración magrebí
es la primera afectada por esa situación
porque es la primera en sufrir
las consecuencias de la crisis,
del estancamiento de una sociedad
donde los orígenes raciales constituyen
un freno a la promoción social.
La marginación social llevada
a cabo en todas las ciudades desde
la Comuna toma, a partir de este
momento, un cariz francamente racial:
ser pobre en Francia a partir
de los ‘90 es esencialmente ser un
francés de origen emigrante no europeo.
Según el mismo principio de
marginalización de la periferia desfavorecida
frente a un centro próspero
y burgués, los que se encuentran
fuera del espacio urbano y de
la vida tanto pública como política
de la ciudad son en su mayoría la
población de emigrantes. El precio
de la vivienda así como el de los
transportes públicos hacen, hoy todavía,
más imposible mezclar el
centro con su periferia. El proceso
inevitable y deliberado de ‘guetización’
no puede generar más que una
gran frustración en los hijos de los
inmigrantes de la primera generación,
que ven cómo con el paso del
tiempo, la situación de sus padres y
de sus familias, lejos de mejorarse,
va empeorando. La frontera geográfica
de la banlieue creada por la Comuna
y aumentada por De Gaulle,
según los mismos preceptos ideológicos,
delimita la oposición entre
dos mundos, dos sociedades: si la
tasa de paro global en Francia alcanza
la media del 9%, en los barrios
de colmenas alcanza a veces
el 50% entre los más jóvenes. Por
tanto, la situación de revuelta -más
allá de las formas que pueda tomar-
nace de una situación de catástrofe
socioeconómica, con un
componente racial más que notable,
que transmite al resto de la sociedad
francesa un mensaje tan claro
como evidente: frente a una sociedad
que les rechaza, les separa y
les segrega, los márgenes reivindican
hoy su sitio en la ciudad, su lugar
en el país, su representación
política y su existencia.

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