Heiligendamm: aprendiendo de las contracumbres



07/06/07 · 0:00
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Del 6 al 8 de junio, el G-8
ha previsto volver a reunirse
en suelo europeo,
esta vez en Alemania. Los
medios de comunicación más influyentes
del país están dirigiendo el
debate político hacia la confrontación
entre manifestantes y policía
que previsiblemente tendrá lugar
con motivo de los bloqueos convocados
por las redes de activistas.
Hace un par de semanas, Die
Zeit publicaba en primera página
un artículo en el que se agitaba el
espectro de la RAF [Fracción del
Ejército Rojo, grupo de lucha armada
alemán, hoy disuelto] y de la
autonomía de los ‘80. El reputado
semanario de Hamburgo no vacilaba
en presentar la cumbre del
G-8 como el escenario de una inminente
escalada de tensión entre
manifestantes y Estado. A modo
de advertencia se evocaba el
párrafo 129a del código penal introducido
en 1976 con el objeto
de castigar el delito de “asociación
terrorista”.

Prolegómenos represivos

Este ambiente de tensión creciente
contrasta con la apacible imagen
de Heiligendamm, la villa balneario
a orillas del Mar Báltico que ha sido
escogida para celebrar la próxima
reunión del G-8. La elección de
Heiligendamm no es casual. Tras el
fiasco metropolitano de Génova en
2001, se repiten aquí las características
de cumbres anteriores como
Evián (2003) o Gleneagles (2005):
localidades de dimensiones reducidas,
accesos fácilmente controlables
y cercanas a ciudades de
tamaño medio que aseguren los
servicios necesarios.

La razón evidente, táctica, que
explica la elección de la villa vecina
a Rostock es la necesidad de garantizar
el buen desarrollo de la cumbre
ante los bloqueos convocados
contra la reunión del G-8. Las implicaciones
de fondo, sin embargo, son
más preocupantes y van más allá de
la mera gestión policial del acontecimiento
dentro de un marco institucional
liberal-democrático.

En efecto, la confrontación entre
el G-8 y las redes de activistas ha impulsado
e impulsa la instauración de
un nuevo modo de mando que va
más allá de la democracia liberal.
Debido precisamente a este carácter
constituyente del conflicto global, las
cumbres son un momento privilegiado
para ensayar nuevas fórmulas.
Sin embargo, la relación con la producción
de instituciones no es igual
para ambos bandos: los movimientos
crean, los Estados se adaptan.

Ante el poder constituyente de los
movimientos sociales, los ordenamientos
legales de los Estados se están
haciendo inoperativos. Por eso,
sólo mediante medidas de excepción
se pueden adaptar las legislaciones y
diseños institucionales que antaño
se organizaban desde el Estado nacional.
Al final, la lógica siempre es
la misma: el progreso de la política
movimiento provoca la suspensión
del procedimiento democrático (la
emergencia); seguidamente, la represión
policial-militar divide al activismo,
castiga a unos e integra a
otros dentro de una nueva legislación
y diseño institucional que perfecciona
el control social.

Los prolegómenos de la cumbre
apuntan ya algunos síntomas de
gravedad. Destacaríamos tres: (1)
la construcción mediática de la tensión
por medio de la supresión de
los marcos de referencia que garantizan
un sentimiento de seguridad
en la ciudadanía (la evocación de
un terrorismo potencial en el seno
de la autonomía alemana); (2) la
aplicación de medidas de justicia
preventiva (el despliegue de casi un
millar de funcionarios y las perquisiciones
en más de 40 espacios comunes
y particulares del activismo
germano); y (3) la suspensión de la
libertad de circulación de los ciudadanos
acordada en Schengen.

En estas circunstancias, parece razonable
pensar que las redes activistas
deberían recurrir a la memoria
del movimiento a fin de anticipar estrategias
que impidan el progreso de
un estado de excepción permanente.

Recordando la experiencia
de Evián (Ginebra)

En junio de 2003, el G-8 se reunió
en la localidad francesa de Evián, a
orillas del Lago Lemán, no muy lejos
de Ginebra. Con anterioridad a
este acontecimiento, el cantón suizo
había conocido las movilizaciones
más intensas de las últimas
décadas. Sin ir más lejos, el 15 de
febrero de ese mismo año, las redes
de activistas habían sido
partícipes de las manifestaciones
globales contra la guerra en Iraq.
Estas movilizaciones se habían
desarrollado en el marco de las garantías
constitucionales y los pacíficos
patrones de la cultura política
suiza. La potencia demostrada por
un activismo radicado en un escenario
de movilización global se traduciría,
sin embargo, en una escalada
de tensión sin precedentes.

Así, a raíz de un conflicto local, la
policía realizó una demostración de
fuerza, inusual en la apacible política
helvética, que se saldó con una
activista herida de gravedad (pérdida
parcial de visión por bala de goma).
El tratamiento mediático de este
hecho adelantaba ya un cambio
en la cultura represiva, orientado
ahora hacia la emergencia que se
presentaba en la agenda pública con
la cumbre del G-8 en Evián.

La cumbre del G-8 marcó, en
efecto, un momento de ruptura definitiva
para los suizos. En el transcurso
de las jornadas de movilización,
Martin, un activista que
realizaba una acción de protesta
colgado del puente de Aubonne, estuvo
a punto de ser asesinado por
el policía que cortó la cuerda que le
suspendía en el vacío. El posterior
tratamiento judicial del caso, claramente
exculpatorio, sentó las bases
de una jurisprudencia más atenta a
la gestión de la emergencia que a la
observancia de las garantías del
Estado de derecho.
En este mismo sentido, a raíz de
algunas acciones puntuales se decretó
el estado de excepción. Todas
las garantías constitucionales fueron
suspendidas. Se inauguró un
período de represión que se extendió
mucho más allá de la cumbre y
que hizo de la política local su terreno
de operaciones.
La represión se orientó, por una
parte, hacia las figuras más destacadas
del activismo local: detención
sin cargos de L. Lerch, activista
destacado de la autonomía
ginebrina; encausamiento de figuras
relevantes del Forum Social
Lémanique como O. de Marcellus o
E. de Carro, etc. Por otra, esta oleada
de intervenciones selectivas se
vio acompañada de nuevas medidas
legales orientadas a restringir
las libertades públicas más elementales
por medio de la modificación
del derecho de manifestación, el
control del espacio público, etc.
La experiencia de la cumbre de
Evián aporta, en definitiva, claves
para reflexionar más allá de la
batalla por deslegitimar el neoliberalismo.
En vísperas de Heiligendamm/
Rostock, el orden del día
viene marcado por la producción
de instituciones autónomas que,
más allá de la crítica de los foros
sociales, entienda como necesaria
la organización de contrapoderes.

EL TEMA DE DEBATE

Pese a las últimas citas -como el Foro Social Mundial,
celebrado en Nairobi, en enero de 2007- o las futuras
convocatorias -como la contracumbre del G-8, el grupo de
los ocho países más ricos- para numerosos activistas y
analistas, el movimiento antiglobalización es cosa del
pasado. Las grandes movilizaciones son recuerdos, los
debates se estancaron, las denuncias de las injusticias
han sido integradas, los foros sociales han perdido su
potencia constituyente... Aportamos esta reflexión al tema.

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