MOVIMIENTOS SOCIALES Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA. Tras su reciente salida de IU, el grupo Espacio Alternativo
decidía convertirse en el partido Izquierda Anticapitalista
y presentarse a las próximas elecciones europeas.
¿Qué puede aportar esta jugada a las apuestas
por la transformación social, a los movimientos sociales
y al actual panorama político?
Por fin estalló. No sólo la burbuja
inmobiliaria y financiera,
sino que también se ha
decantado la salsa gruesa
militante que fue ligándose en esta
primera década del tercer milenio.
Las opciones de aquella amalgama
divergen y con ellas vuelven a emerger
las eternas aspiraciones gerenciales
de la vieja nueva izquierda.
Lento despertar
Hibernando para los ‘90 en la periferia
de IU y apocada por tanto ya
en la misión de moderar los excesos
del capitalismo vía política de influencia,
la eclosión a finales de
dicha década del “ciudadanismo” reactivó
nuevamente aquellas cercenadas
aspiraciones.
Hasta aquellos años la irrupción
de propuestas como las zapatistas
tras su levantamiento del ‘94 habían
obnubilado a esta vieja izquierda,
aparcando temporalmente sus pretensiones
de mediación y representación
características del tardoleninismo.
Aquellas maneras de ejercer
la apropiación del territorio sin mediaciones,
forjando tejido y negando
el protagonismo de la vanguardia
para visibilizar el todo social, campearon
hegemónicas hasta que acabaron
apagándose los rescoldos de
la insurrección argentina del 2001.
Fueron los años de la cultura del trabajo
en red, del tiempo largo en el
que la suma se obtiene desde la afinidad
de prácticas y criterios ya en
curso y no desde los a prioris marcados
por la elite política.
Tras la predecible debacle del movimiento
antiglob en 2002, el relevo
inercial lo tomaron las convocatorias
de los Foros Sociales Mundiales
(FSM). Manteniendo aún cara a la
galería el espíritu de la alianza en
red, por el contrario, aquellos FSM
crecían a la sombra del ‘capitalismo
sostenible’. Este último, parido hacía
una década, proponía que para
garantizar la gobernabilidad se precisaba
de nuevas mediaciones. Y articulaba
un orden político más permeable
donde la ilusión participativa
fuera acicate cohesionador y productivo.
Así, tras casi diez años de espejismo
reticular, mediante aquellos
encuentros reservados para desocupados
con recursos, líderes de caché
o liberados con dietas, se reactivaron
las querencias de mediación y gestión.
De hecho los FSM que periclitaron
tras el obsceno fiasco del de ‘07
en Nairobi posibilitaron ser el escaparate
de la nueva socialdemocracia
y de los populismos latinoamericanos,
pero también fueron el aglutinante
de las ambiciones políticas de
ciudadanistas y tardoleninistas.
Y es desde entonces (cuando se renuevan
las esperanzas de estos sectores
de reactivar el partido de oposición)
cuando arrecian las críticas a
los FSM. Así se denuncia la presencia
de los más impresentables líderes
socialdemócratas mientras se achaca
una falta de acuerdos y campañas
comunes al magisterio oculto de indignos
patrocinadores. Sin embargo,
estas críticas mayormente visualizan
que nunca se había asumido aquel
espíritu que con sus tiempos largos
negaba a una izquierda todavía presa
de sus ansias de participación en
las urgencias de la política. Y nos
permiten constatar que al más viejo
estilo frentista se concebían esas
aglomeraciones como meras posibilidades
de liderar y representar nuevos
y diversos contingentes sociales.
Partido de oposición español
Desde la entrada de los Fondos de
Compensación de la UE se financió
una economía ficticia que además
de aplacar las consecuencias más
descarnadas de la globalización,
consiguió articular un Tercer Sector
que se hiciera cargo de modo precario
de la externalización de servicios,
además de potenciarse hasta extremos
inauditos el arte de la distracción
con instituciones y propuestas
culturales para las nuevas clases medias.
Desde este tercer sector ha surgido
un nuevo contingente que concibe
la acción de transformación social
en clave de gestión de recursos
públicos y que asume la precariedad
de su situación laboral como parte
inherente del propósito transformador
de su voluntariado. Ésta es realmente
la base electoral sobre la que
se proyectan las nuevas pretensiones
políticas. Un electorado clientelar
que con seguridad asumirá las decepciones
más que esperadas como
parte de su sacrificada militancia.
Ante él los saurios del tardoleninismo
reaparecen como avales de
esta aventura que se nos quiere presentar
como el resumen de la izquierda
postglobalización, redivivos
así ante unas nuevas generaciones
de lucha, crecidas en un escenario
por fortuna carente de partidos, y
que desconocen las trayectorias y
responsabilidades de estos señores
en los fracasos de Sísifo de esta vieja
izquierda. Una izquierda extraparlamentaria,
que crecida ahora, se consuela
en pretender una retórica de
máximos, consciente de que su denuncia
se estrellará en la nada y que
carecerá de posibilidad de realización
o incluso de cotejo. Porque tras
la augurada explosión de la burbuja
del capitalismo global su vacuidad
ha quedado aún más patente pues,
desde la cartilla obrerista a la receta
ciudadanista, se ha limitado a vocear
las mismas medidas que la actual
socialdemocracia en el poder aspiraría
a poner en marcha.
Desde lo radical la incógnita de la
participación electoral pivota sobre
la intervención en entes donde la cercanía
de las competencias de la institución
haga plausible la presión movimentista.
En el otro extremo, disputar
un puesto del Europarlamento
es partir de la impotencia de cambiar
lo cotidiano, lo cercano, para
consolarse en una política de gestos.
Porque asentarse en los tiempos
largos como método es saber desterrar
las impaciencias de visibilización
política de la labor que se
desempeña. Desde éstos, se puede
construir también una verdadera
tendencia anticapitalista en lo social,
potenciando afinidades y vías
de trabajo comunes entre sensibilidades
que trabajan ya en denunciar
el ‘capitalismo sostenible’.
Partiendo así de una probable pero
pausada confluencia en las críticas
y prácticas anticapitalistas que ya
emergen desde resistencias ejemplarizantes
que combaten proyectos
estratégicos, pero también desde
conceptos como ‘deuda ecológica’,
desde el internacionalismo que
actúa contra las trasnacionales patrias,
desde un antimilitarismo enfrentado
a las instituciones del fascismo
global, desde los viejos movimientos
ochenteros que rechazan
su asimilación por la política
de las identidades, desde sectores
juveniles que realizan experiencias
en los márgenes pero tratan de
desbordarlos, desde lo agroecológico
que reniega de ser alternativa
de consumo, desde incluso
transfugas del Tercer Sector que
aborrecen de una política de integración
a todas luces imposible…
Confluencias y cristalizaciones
lentas pero maduras que se oponen
entonces a las ansias de visibilización
y representación, conceptos
que parecían ya desterrados y a los
que esta envejecida nueva izquierda
consideró ya en su día propios
del viejo mundo. Sísifo, go home!
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