¿Qué feminismos queremos construir?



Coincidiendo con la jornada
de reflexión pre-electoral,
varias marchas del Día de
la Mujer en distintas ciudades
no se legalizaron, lo que fue tomado
como un gesto de profunda
despreocupación hacia el movimiento
feminista. En la Comisión 8 de
Marzo de Madrid esta situación dio

12/04/08 · 0:00
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Coincidiendo con la jornada
de reflexión pre-electoral,
varias marchas del Día de
la Mujer en distintas ciudades
no se legalizaron, lo que fue tomado
como un gesto de profunda
despreocupación hacia el movimiento
feminista. En la Comisión 8 de
Marzo de Madrid esta situación dio
lugar a un debate muy polarizado sobre
la conveniencia o no de mantener
la convocatoria del 8, de probar
o no la baza de la denuncia por
vía legal y de hacer público o no el
descontento general. Varios factores,
como el interés de grupos afines
al Partido Socialista de aceptar acríticamente
que la manifestación se realizase
el día 7, permitieron que se
dibujase un único marco posible dominado
por varios elementos:

El vacío, en forma de falta de sentido
y poder para hacer frente a una
realidad determinada de antemano
que debe ser reinventada. El mito de
la unidad, que obliga a partir de categorías
ya hechas sobre lo que es un
movimiento, a presuponer sus alianzas,
homogeneizar los objetivos que
persigue y por tanto a invisibilizar
otros (visibilidad lésbica, bollera y
queer, derechos de las trabajadoras
sexuales, de las mujeres transexuales,
de las migrantes, etc.), así como
a medir sus éxitos a través de lo cuantitativo
y no tanto en términos de
potencia o de capacidad de contagio.
La legalidad y el imperio de lo dado,
en forma de confirmación de los
límites impuestos, terreno en el que
lo político deja de serlo y en el que la
realidad y la gobernabilidad se autorregulan
reafirmando los lugares dados.
En este marco, no existen los
posibles. La identidad y las categorías,
que olvidando la virtud política
del hacer colectivo y el contagio, hacen
resurgir estratificaciones, a través
de las que se construyen legitimidades
y posiciones de poder y exclusión:
las más mayores, las radicales,
las excluidas, las utópicas, las reformistas,
las de los márgenes, etc. El
miedo, en forma de castigos imposibles
de asumir (multas, detenciones)
y de escenarios muy poco alentadores
(cargas policiales, etc.). Y la criminalización
y la captación de las
demandas bajo la lógica de la crispación
política.

Llamaremos al cuerpo que conforma
este primer bloque de elementos,
de manera provisional y con el sentido
específico de promover debate,
‘Política del Modo Institucional’. La
discusión, dados estos términos, se
enmarcaría efectivamente en la pertinencia
de realizar o no una manifestación
ilegal.

Ir más allá

Pero quizás haya que preguntarse
más allá y el debate ni siquiera se encuentre
ahí:

¿Qué hace que el miedo y el resto
de los elementos se impongan como
los únicos horizontes posibles? ¿Qué
relación tiene el trazo de este horizonte
como el único posible con la
desactivación del movimiento feminista
(MF), su institucionalización,
la gestión de sus reivindicaciones y
demandas en términos exclusivamente
legalistas, y el desfase existente
entre la formalidad de las leyes
y su aplicación? ¿Y con la falta
de un movimiento vivo capaz de
agregar y sumar nuevas mujeres?
¿Y con el hecho de que se haya generalizado
una percepción social
acerca del camino ya logrado de la
igualdad, espacio en el que se mezclan
los logros del propio MF y la reapropiación
de los mismos en el lenguaje
y el gesto institucional?

En la ‘Política del Modo Institucional’
la memoria histórica viva ha sido
borrada, prima la operatividad del
poder, la hegemonía de un determinado
feminismo, y se autoexcluye
cualquier marco que intente ir más
allá de la legalidad, que intente forzar
nuevos imaginarios, generalmente
limitados por intereses partidistas,
pero también por una naturalizada
idea de la política que niega
preguntarse: ¿qué es lo real y cómo
puedo transformarlo?

Pero, ¿es ésta la única forma de
pensar nuestra capacidad de acción?

Ensayemos otros términos

El vacío, lejos de constituir una falta
de sentido paralizante, supone la
condición de posibilidad para habitar
un nuevo terreno. Frente al mito
de la unidad, lo común: ¿de qué unidad
estamos hablando? Ante la multiplicidad
y singularidad de las situaciones
de las mujeres y las demandas
de los grupos, la unidad organizativa
no debe construirse sólo en
función de quienes ostentan más poder,
debe construirse como común
de esa multiplicidad, es decir, desde
abajo hacia arriba y no al revés. La
autonomía del MF significa, entre
otras cosas, que se valoran y cuidan
esas singularidades, que se trazan
alianzas y momentos de encuentro
entre ellas: el 8 de marzo es uno de
ellos. Frente a la legalidad y el imperio
de lo dado, no la ilegalidad,
que confirma los límites impuestos,
sino la construcción de nuevas legitimidades,
de nuevos marcos de actuación
en los que se puedan expresar
nuevas demandas y otras formas
de salir a la calle. Frente al resurgimiento
de las identidades y las categorías,
la memoria y sabiduría del
propio MF, que supo romper esquemas,
fronteras y mezclarse construyendo
experiencias complejas de lo
colectivo y de las relaciones que no
fueron reducidas a tópicos restringidos
por la edad, la forma de militancia,
la procedencia o la opción sexual.
El miedo, en lugar de significar
cierre de posiciones, puede ser el
punto de partida para pensar formas
alegres e imaginativas de plantarse
en el espacio público con las que
romper la lógica del enfrentamiento.
Y frente a la criminalización y captación
de las demandas bajo la crispación
política, la autonomía con respecto
a los partidos, el protagonismo
de las mujeres y la capacidad de
construir un pensamiento complejo
que escape tanto a los intereses de la
derecha como de la izquierda.

Imaginación, capacidad inventiva,
elaboración de discursos y prácticas,
forzar marcos de legitimidad, alianzas,
multiplicidad y singularidad, autonomía
tanto en el interior del movimiento
como con respecto a fuerzas
partidistas y masculinas externas,
mezcla no identitaria y composición
heterogénea, no son nombres que aparecen
de la nada, los rescatamos
de la propia experiencia del feminismo.
A estos nombres que dibujan
otro modo de ser de lo político lo llamaremos
‘política viva’, ésta con minúsculas
y que es a la vez de nadie y
de todas las mujeres.

La cuestión principal entonces siquiera
es si salir o no el 8 de marzo a
la calle, que también: el problema es
que la decisión se tome por un pliegue
a la forma institucional de la política,
negando toda capacidad inventiva
e imaginativa, potencia y poder de
un movimiento que históricamente
ha mostrado que está más del lado
de la política viva, que ha exigido autonomía
y que ha sabido siempre forzar
la realidad para transformarla,
de ahí sus inmensos logros.

El problema general del feminismo
hoy tiene que ver justo con este
pliegue a lo institucional-legal: por
un lado van las leyes, las políticas de
género, la paridad, la igualdad formal,
los organismos de la mujer. Por
otro lado va la realidad. Obviamente,
los primeros también son logros y
grandes éxitos del feminismo, pero
la cuestión es si se agotan en ellos.
El 8 de marzo se salió a la calle expresando
un exceso (de vida) que rebosa
los márgenes de la pretendida
naturalizada manera institucional de
la política. Se salió a la calle porque
existe esa política viva, indefinida, en
forma de inquietud, descontento, desafío
momentáneo, necesidad de
compartir con otras. También de
plantear nuevos retos y de profundizar
en los debates.

Más allá del 7 o el 8, pensemos qué
feminismos (en plural, con autonomía
y con respeto) queremo

Tags relacionados: Feminismos LGTBIQ Sexualidad Queer
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