Escenarios de la farsa política

Tras el drama primero, sigue
la farsa y con ésta, el
imperio de la razón cínica.
Así se nos presenta el
panorama actual; como una serie
de farsas cuya función no es otra
que la de fundamentar la razón cínica
que informa el discurso público.
La farsa, gracias al cinismo que
destila, impide que el drama que
estamos viviendo se exprese como
tal, condena a los sujetos de la explotación
a la anomia
, cercenando
toda posibilidad de protesta, y agota

18/01/11 · 9:13
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Tras el drama primero, sigue
la farsa y con ésta, el
imperio de la razón cínica.
Así se nos presenta el
panorama actual; como una serie
de farsas cuya función no es otra
que la de fundamentar la razón cínica
que informa el discurso público.
La farsa, gracias al cinismo que
destila, impide que el drama que
estamos viviendo se exprese como
tal, condena a los sujetos de la explotación
a la anomia
, cercenando
toda posibilidad de protesta, y agota
a un tiempo la posibilidad de
cambio.

Así, por ejemplo, la farsa de huelga
general promovida por los grandes
sindicatos impide que se pueda
expresar el drama que comporta la
supresión de la ayuda de 426 euros
a los parados de larga duración. La
farsa del Estado de Alarma decretado
contra los controladores bloquea
cualquier reivindicación de
derechos, como si todo el mundo
tuviese una situación laboral envidiable.
La farsa de las reducciones
del 5% del sueldo de los funcionarios
obstruye cualquier expresión
de la precariedad juvenil, femenina,
migrante y de todas las formas
de explotación nacidas de la externalización.

La farsa de la integración
de Vivienda en Fomento apaga
el drama de un hombre que se
ahorca ante el inminente desalojo
de su familia por parte de ADIGSA,
agencia pública gestionada
por… ¡ICV-EUiA! La farsa de las cifras
macroeconómicas ciega ante
el drama de un hombre que, al verse
en la ruina, coge la escopeta y se
lleva a cuatro por delante –y la farsa
mediática, claro está, lo psicopatologiza
a él y a su pueblo, Olot, no
sea que se vean otros dramas–. La
farsa de la negociación colectiva,
en fin, impide a los trabajadores
buscarse otros cauces
de acción y
presión sobre el capital.

Pero la difusión de la farsa no se
detiene en lo socioeconómico. La
farsa de la condena a ETA
, por
ejemplo, permite no tener que buscar
soluciones al drama vasco, a la
violación sistemática de los derechos
de la izquierda abertzale, a la
situación de los presos comenzando
por el propio Otegi. La farsa de
la protesta contra la sentencia del
Estatut, leída exclusivamente en la
secuencia causal que ve la victoria
de CiU como la salida lógica a la
crisis institucional, impide tomarse
en serio el derecho a decidir. La
farsa de la independencia para mañana
mismo, como un Estado de
Derecho, democrático y social, integrado
en la UE, encubre el sectarismo
independentista, la fragmentación
y pérdida del voto que ha
abierto las puertas a CiU.

La farsa
del regreso al poder de la derecha
catalanista y su resurrección –mediáticamente
inducida– como el
partido bisagra que blindará la gobernanza
neoliberal de los próximos
años –gobierne con el PSOE o
el PP–, impide que se explicite el
drama de un modelo territorial por
cerrar, de un federalismo por construir
y de una nueva estructura de
la soberanía abortada antes de nacer.

La farsa de la reestructuración
del Gobierno encubre hasta lo inimaginable
el drama de la claudicación
a los mercados de Zapatero
y
el conjunto de los socialistas. La farsa,
dejémoslo aquí, de la refundación
de la izquierda, apenas alcanza
a encubrir la inoperancia pseudohegemonista
del PCE, el oportunismo
medioambientalista de
Equo, el sectarismo ‘trosklodita’ de
Izquierda Anticapitalista y el regusto
por la anomia de buena parte de
la Autonomía.

Así las cosas, parece que va siendo
hora de empezar a tomarse las
cosas en serio y reconocer los dramas
cotidianos que nos rodean; en
toda su complejidad, asimetría y
dificultad. De lo contrario, las serias
advertencias electorales de la
extrema derecha en Catalunya
, la
corrupción política por doquier o
el populismo ideológico televisivo
y neocon tal vez se conviertan en
las farsas de una izquierda que
volvió a tropezar en sus mismas
piedras.

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