Entre la espada del Estado y la pared de ETA

El 30 de diciembre ETA rompió su “alto al fuego
permanente” con un coche bomba en el aeropuerto
de Madrid, con el resultado de dos trabajadores
muertos. El proceso de paz iniciado nueve meses
antes parece volatilizarse, los actores de siempre
siguen acaparando el escenario. Pese a ello, este
espacio se mantiene abierto a la reflexión, desde
los movimientos sociales, sobre cómo llegar a una
salida justa y digna del conflicto.

01/03/07 · 0:00
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ISA

Con el atentado de ETA del
30-D, totalmente imprevisto
por todas las partes
implicadas, como desde la
primera ruptura de la tregua de
Argel (1989), y en la ruptura de
Lizarra (1999), la rama militar se
imponía sin contemplaciones al movimiento
político de la izquierda
abertzale. ETA ha demostrado con
esta acción no sólo una tremenda
miopía política, sino que Batasuna
le trae sin cuidado. Y lo peor es que
Batasuna ha sido incapaz hasta
muy recientemente de tener una posición
mínimamente autónoma, y
atreverse a levantar algún ‘pero’ a
la rama militar.

“Cuatro jóvenes iluminados”, muy
probablemente varones e inflamados
de testosterona, parece que
arrinconaron a las posiciones más
‘políticas’ y con experiencia dentro
de ETA. Pero lo que es más grave,
sus decisiones están condicionando
el funcionamiento de toda la izquierda
abertzale (con un núcleo de unos
150.000 votantes), y de lo que acontece
a escala estatal.
El ataque a ETA se está convirtiendo
en el elemento central de la
estrategia del PP, una estrategia
cuasigolpista, que va buscando un
cambio profundo en la gobernabilidad,
basado la creación de un ‘Estado
fuerte’ (más ‘fuerte’ y centralista
aún) que se sustente y legitime
en la gestión de la ‘guerra civil molar
y molecular’ (que él mismo impulsa).

Y los grandes partidos desprestigiados
por los escándalos urbanísticos
y la especulación recuperan
credibilidad. Toda esta situación
oculta los graves problemas
sociales, territoriales y medioambientales
y ya sólo se habla de ETA.
Pero ETA empieza a estar cada
vez más cuestionada en sus propios
mundos. Tanto dentro de la izquierda
abertzale, como en el colectivo de
presos y sus familiares, y parece que
se manifiestan importantes tensiones
también dentro de la propia organización.
Si se divide la izquierda
abertzale, dejará de haber un interlocutor
político válido, y será aún
mucho más difícil negociar. Y el estallido
de la unidad del colectivo de
presos puede propiciar salidas del tipo
‘sálvese quien pueda’, algo totalmente
humano, que serán a buen seguro
explotadas por el Estado.

El fin de ETA es ineluctable

ETA está derrotada políticamente, a
pesar de que haya sido capaz de realizar
el mayor atentado de su historia,
en términos de destrozo y coste
económico infligido al Estado. Una
verdadera paradoja. Por eso decimos
que ETA es un verdadero muerto
viviente, aunque quizás tarde todavía
un tiempo en desaparecer.
Nacida para potenciar las demandas
independentistas de sectores
importantes de la sociedad
vasca en los sesenta, hoy se ha
convertido en la rémora más importante
para dicho movimiento,
aparte de que la sociedad vasca se
ha transformado profundamente.
No sólo se ha incrementado en este
tiempo de forma importante la población
del resto del Estado que vive
en Euskadi, mientras que ciertos
sectores de tercera edad euskaldunes
se han retirado al Mediterráneo,
sino que una considerable
comunidad inmigrante ha pasado a
afincarse en las tierras vascas, cambiando
aún más los equilibrios entre
comunidades. Al mismo tiempo,
se han transformado los valores
y actitudes de la sociedad vasca en
general, al igual que en el mundo
entero, en paralelo con los procesos
de ‘globalización-europeización’
del capital, que han modificado
sustancialmente también el
papel del Estado-nación. Se dan
dos dinámicas distintas y paralelas
al mismo tiempo. Por un lado, un
proceso de ‘cosmopolitanización’
de las clases medias, así como un
reforzamiento y enrocamiento de
las señas de identidad de los sectores
más afectados por las dinámicas
de ‘globalización-europeización’.

Por otro lado, el Estado-nación
se transnacionaliza en parte
en el marco de la UE, si bien en el
mundo de la ‘globalización armada’
ve reforzado su papel de garante
del orden interno.
En este nuevo contexto, ETA debería
saber desaparecer con dignidad,
jugando las poquísimas bazas
políticas que todavía le quedan. De
persistir en su trayectoria actual lo
más seguro es que entre en un proceso
de ‘grapización’, que le impida
hasta negociar la salida para sus
presos. Se ha convertido ya, sin quererlo,
en el ‘tonto útil’, en la excusa
perfecta, que utilizan las estructuras
de poder español para justificar su
creciente endurecimiento. Y Euskadi,
en concreto, se convierte en
un laboratorio represivo de primer
orden, a escala de la UE, para probar
la nueva legislación de excepción.

La actuación de la propia
Ertzaintza así lo atestigua.
Por otro lado, el mundo de la izquierda
abertzale debería distanciarse
claramente de ETA, atreverse
a volar solo sin su tutelaje, y sus
sectores juveniles valorar la validez
de tácticas como la kale borroka.
Existe una enorme variedad de formas
de lucha de desobediencia civil
que pueden conseguir trasladar
de una manera más incisiva, eficaz
y positiva sus demandas a la sociedad
vasca y estatal.

¿Y ahora qué podemos
hacer nosotros?

Estamos en un mundo que se está
cayendo ya literalmente a cachos,
y en el cual las estructuras de poder
a escala mundial parece que
nos quieren conducir a una guerra
civil global, al tiempo que van
asentando formas de gobernabilidad
cada vez más autoritarias. Y
aquí en el Estado español la derecha
del PP está apostando claramente
por esa opción. Está jugando
de esa forma tal vez previendo
que pueda producirse un cambio
brusco de escenario económico y
mundial. Y la excusa perfecta es la
“gran amenaza terrorista de ETA”,
así como el tensionamiento social
e interterritorial que impulsa a todos
los niveles (lo estamos viendo
estos días con el recurso de inconstitucionalidad
del Estatuto de Cataluña),
y que puede ir a más en el
futuro si no reaccionamos.

Es preciso que nos impliquemos
en impulsar el llamado ‘proceso de
paz’, para lograr no sólo la ‘paz’, sino
que no se acabe convirtiendo ésta
en una segunda Transición, que
afiance las estructuras de poder
existentes, y coarten las dinámicas
de cambio social que laten en Euskadi.
Es fundamental que volvamos
a reconstruir los puentes entre los
movimientos sociales de Euskadi y
del resto del Estado; activar a la llamada
sociedad civil; introducir estos
temas en las distintas agendas
de lucha. Y algo así parece que está
ocurriendo poco a poco, en especial
en Euskadi. Ése es quizás el aspecto
más positivo que está aconteciendo
en estas últimas semanas.

ETA está consiguiendo, sin pretenderlo,
que se active la sociedad civil,
y en todas estas iniciativas palpita
un profundo rechazo a las dinámicas
militaristas y vanguardistas de la
lucha armada. La gente, en concreto
las mujeres, quieren recobrar el protagonismo
que le quitan los partidos,
las instituciones, las estructuras de
poder patriarcal y los ‘salvapatrias’,
y quieren participar directamente en
la conformación de su futuro.

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