Entre los que hablan y los que escuchan



20/09/07 · 13:30
Edición impresa



Tal vez el lector o la lectora
haya asistido, a finales
de junio, al seminario internacional
sobre Globalización
y Desarrollo Desigual,
organizado en Madrid por la Universidad
Nómada. Si ha sido así,
tal vez haya reparado en la composición
de las mesas y del público.
Y haya observado cierta incomunicación.
En las mesas destacados
intelectuales, mayoritariamente
varones y de edad avanzada, se
preguntaban por los agentes de las
transformaciones anticapitalistas:
dónde, cómo, cuándo, quiénes están
forzando los cambios, pequeños
o grandes, que están sacudiendo
el orden capitalista.

Espectadores

En el público la composición era
mucho más variada: educadores,
traductores, personalidades relevantes
de grupos políticos o de movimientos
sociales, estudiantes, algunos
activistas, migrantes, algún
que otro sindicalista, mujeres feministas
o no, curiosos, mirones, interesados...
El público seguía con
atención los debates pero no había
una auténtica simbiosis entre conferenciantes
y público; muchas personas
habían ido a escuchar o a ver
cómo se desenvuelven autores cuyos
libros han leído, pero no a construir
un discurso mancomunado.
Resaltan, pues, cuando menos
dos rasgos característicos de la producción
contemporánea de conocimiento.

Por un lado la dimensión
de espectáculo que adquieren los
debates intelectuales, cuya máxima
expresión tenemos en la televisión
aunque se propaga a medios mucho
más modestos. Uno/a va a escuchar
y a ver, pero no a discutir, a
intervenir, a convencer o a convencerse.
Parece como si el conocimiento
estuviera allí, alojado en las
mentes privilegiadas de los conferenciantes,
pero sin que por ello tuviera
que afectar mayormente
nuestras prácticas ni las suyas.
Como si el conocimiento fuera algo
a consumir, dejándolo resbalar sobre
nuestra piel, pero no algo a
construir colectiva y políticamente.

Sin llegar al consumo intelectual
compulsivo de aquellos para quienes
el haber leído el último libro reseñado
en Babelia se convierte en
seña de pertenencia al grupo, la
gran producción de libros en un
país donde una amplia mayoría de
la población no lee, implica necesariamente
que gran parte de los libros
jamás serán leídos por nadie y
que por tanto no entrarán en la formación
de un espacio de comunicación.
La configuración de la comunicación
política alternativa se
vuelve materialmente imposible.

Volver a pensar

Porque ésta es la segunda parte de
la cuestión. Dada la desconfianza,
totalmente justa, entre los grupos
más activos de los movimientos anticapitalistas
frente al conocimiento
standard que no hace más que
legitimar un orden injusto y criminal,
la dificultad para discriminar
entre un tipo de conocimiento y
otro, y la captura, aparentemente
desideologizada, de cualquier producto
intelectual con tal de que encuentre
su nicho de mercado, se
produce un efecto de contagio que
rechaza en bloque las prácticas de
conocimiento tachándolas de elitistas.

Sin duda la metodología de ese
tipo de seminarios puede no ser la
adecuada: horas y horas de hablar,
en idiomas que no son el propio, sobre
temas difíciles y con un caudal
de información desmesurado puede
sobrepasar la capacidad de comprensión
de cualquiera, pero de ahí
no se desprende que esos conocimientos
no sean auténticas herramientas
imprescindibles para abrir
la caja negra de los procesos contemporáneos.
“Saber es poder”, se
decía en los viejos ateneos obreros.
Pensar, podemos añadir, forma
parte de todas las prácticas de
transformación.

Elitismo y reflexión colectiva
Porque, ¿en qué consiste pensar?
En ¿Qué es la filosofía?, un texto
muy interesante aunque algo complejo,
Deleuze y Guattari sostienen
que “la tarea de la filosofía es construir
conceptos”. Construir conceptos,
algo así como inventar un destornillador
o perfeccionar un martillo.

Tan simple, necesario y material
como esto, aunque esté hecho
de una pasta algo más sutil, aunque
esté hecho de sonidos, palabras y
oraciones. Porque explicar que el
capitalismo no promueve un desarrollo
que a su vez enriquecerá en
un futuro cercano a los países empobrecidos,
sino mostrar que esta
pobreza es resultado directo de la
explotación capitalista del mundo,
mediada por un mercado de intercambio
desigual, como hace Samir
Amin, significa poner patas arriba
las políticas oficiales de desarrollo.

Poner de relieve que el desarrollo
chino, del que nos beneficiamos todos
los días en las tiendas del todo a
100, se enfrenta a luchas fortísimas
de los campesinos y de los obreros,
en un país de cientos de millones de
habitantes, matiza la versión oficial
de China como país emergente y
competidor en el capitalismo global
y la imagen victimista de trabajadores
chinos sobreexplotados, con escasa
capacidad de resistencia. La
crítica de elitista, si bien en ocasiones
pueda ser merecida, yerra el objetivo
pues parece creer que las
prácticas militantes pueden prescindir
de todo el análisis teorético
que necesariamente las acompaña.

Es un logro de un sistema basado
en la confrontación entre el trabajo
intelectual y el trabajo material,
centrado en la contraposición entre
trabajo de producción (capital/
trabajo) y trabajo de reproducción
(reproducción del vivir), ligado a la
diferencia entre productos intelectuales
de lujo para las élites y consumo
de cultura de baja calidad para
las masas, el haber conseguido
que los activistas rechacen el conocimiento
como un bien prescindible,
fiados en la brújula que les
ofrece la práctica militante y desconfiados
frente a todo lo que proviene
del saber de clase.

Cortar la cabeza

Por el contrario, es imprescindible
recuperar la idea de que el conocimiento
es algo que se produce, y que
se produce colectivamente; que es
algo de lo que necesitamos apropiarnos
para no estar constantemente
sometid@s a la lluvia de informaciones
contradictorias, que es necesario
producirlo como parte de la
construcción de un tejido político de
comunicación en el cual los términos
y las referencias discursivas no
funcionen como marca de la pertenencia
a un colectivo, ni se repitan
como esloganes o como significantes
vacíos, sino que construyan
aquella trama con la que tenemos
que medirnos para descodificar el
discurso dominante y para construir
otro que aumente la potencia colectiva.

No podemos abandonar el largo
y paciente trabajo de conceptualizar,
como si fuera algo que no nos
atañe. Sería como si en vez de construir
una inteligencia compartida,
sencillamente nos cortáramos la cabeza
en la ingenua convicción de
que podemos pensar con los pulmones
o con el corazón, y de que podemos
andar con los pies... de otros.

EL TEMA DEL DEBATE: FORMACIÓN EN LOS ESPACIOS ACTIVISTAS. El verano fue momento de encuentros, jornadas y
seminarios en los que las personas con inquietudes
pudieron formarse y ampliar sus conocimientos.
Ahora bien, ¿cómo, desde dónde, y con qué sentido
se generan esos conocimientos? ¿Y para qué se
buscan? Abrimos esta discusión con dos textos.

Tags relacionados: Feminismos
+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

0

separador

Tienda El Salto