“El enemigo no está en la Casa Rosada”

En febrero de 2006, Hebe de Bonafini, una de las figuras públicas más importante de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, declaró “el enemigo ya no está en la Rosada”. Se refería al presidente Kichner y, con esa frase, anunciaba el fin de un ciclo de enfrentamiento entre el poder político y parte de los movimientos sociales argentinos, que se había visto agudizado ya desde la segunda mitad de la década de los ‘90. Aportamos una reflexión sobre ello.

23/04/06 · 2:05
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DESCONFIANZA. Pese a los gestos, amplios sectores de los movimientos sociales argentinos siguen sin confiar en Kirchner./ Olmo Calvo

Treinta y cinco personas murieron en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. El presidente Fernando de la Rúa escapó en helicóptero. Habría tres efímeros presidentes más hasta que el denostado Congreso eligiera a Duhalde para arreglar el desaguisado. La Argentina unía a la ya tradicional crisis económica, “un clima generalizado de desamparo colectivo”, en palabras de Pancho Ferrara.

La comunión de intereses de clase media y baja, de caceroleros y piqueteros, se antojó insoportable para el Estado. El 26 de junio de 2002 la feroz y planificada represión desatada contra los piqueteros que se disponían a cortar el puente Pueyrredón (Avellaneda, Buenos Aires), con dos muertos y cientos de heridos, logró romper la referida comunión, tal fue la manifiesta impunidad con la que se realizó. El repudio siguiente obligó a Duhalde a convocar elecciones presidenciales en pocos meses. El 25 de mayo de 2003 asumió la presidencia Néstor Kirchner, peronista y de supuesta militancia izquierdista durante sus tiempos de estudiante de derecho en La Plata. De familia adinerada, pegada al poder, hizo fortuna rematando bienes inmuebles objeto de embargos bancarios. Sin maquinaria electoral alguna en su propio partido, desconocido para la opinión pública, fue evidente que Kirchner era el elegido de Duhalde. Asumió el Gobierno con un 22% de los votos, al renunciar Menem (con 24% de los votos) a participar en la segunda vuelta.

Las tareas del presidente

Llega Kirchner con la misión de devolver al Estado la legitimidad perdida, de sofocar la perenne lucha social (personalizada en casi 10 años de agitación y lucha piquetera) y, si bien es impensable sanear la economía argentina, dar, siquiera, esperanzas a la población.

Han sido muchas las veces en las que escuché a la gente referirse a Kirchner como un peronista. Esto es, un hábil demagogo capaz de, en base a cuidados y ambivalentes discursos y espectaculares medidas políticas, crear realidades virtuales, al mismo tiempo que maneja los fondos del Estado para lograr la necesaria adhesión a esas realidades. Me decía Raúl Zibechi, refiriéndose a los Gobiernos progresistas de Latinoamérica, que el problema con estos sectores, una vez llegan al poder, radica en la capacidad que tienen para disputar la autonomía política y material a los movimientos sociales que, en cierta medida, les allanaron la llegada. Este también sería el caso argentino.

Aunque la presencia en listas electorales y puestos de gobierno de hombres afectos a Duhalde era y es innegable, Kirchner jugó asimismo la baza del setentismo, situando en otros ámbitos a políticos procedentes de la izquierda peronista de aquellos años (Juventud Peronista y Montoneros, principalmente), dejando que la creencia popular (alimentada entre otros por el diario Página 12) le colocara erróneamente casi en las filas guerrilleras. Persiguiendo en las sucesivas votaciones la legitimación de su modelo y la creación de su propia maquinaria partidaria, Kirchner recurrió a la formación de un espacio político, denominado transversal, con la participación de individualidades del Partido Socialista, el radicalismo (UCR) y pequeños partidos autocalificados de nacionalistas revolucionarios, como Patria Libre (nacido en 1987). Con este primer crédito político, Kirchner impulsó la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, posibilitando la reanudación de los juicios contra los represores de la última dictadura militar (1976-83).

También dentro del ámbito de los derechos humanos (DD HH) se inscribe la decisión de expropiar la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA; cobijó uno de los más terribles centros clandestinos de detención y tortura) para destinarla a museo de la memoria. Ambas medidas le acercaron a la sensibilidad popular, ganándose la aprobación de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Ya dijo Hebe de Bonafini, en referencia a Kirchner, que uno de nuestros hijos ha cruzado la plaza para sentarse en el sillón de presidente. Nunca antes habían apoyado las madres a Gobierno alguno. Al margen de la legitimidad de las Madres para dar su apoyo al presidente, es evidente que, como buen peronista, Kirchner adoptaba el discurso de la defensa de los DD HH, como más tarde adoptaría el discurso social (“La deuda no se pagará más con el hambre de los argentinos”) para asimilar, desplazar y debilitar a los movimientos sociales.

Tras los gestos

Argentina paga religiosamente los plazos e intereses de su deuda. La tan anunciada cancelación de la deuda contraída con el FMI -9.810 millones de dólares- supone menos del 10% del total -124.000 millones de dólares-. A pesar de los pesares, esta nueva boutade política ha dado paso a la campaña kirchnerista en la que, dando como resueltas las cuestiones militares e internacionales más perentorias, ahora toca la redistribución de la riqueza; otro viejo mito del populismo peronista. Mas la única verdad es la realidad, que decía Perón: en Argentina un 55% de su población sigue viviendo en la pobreza; de 13.680.000 asalariados, siete millones cobran en negro y sólo un 20% del total tiene ingresos mayores de los 850 pesos mensuales (límite de la pobreza), generalizándose el fenómeno de la pobreza con empleo. Las ingentes cantidades que el Estado gasta en subsidios de miseria (150 pesos por familia y mes; los perceptores, hoy en día, constan como empleados) y proyectos productivos financiados por ONG y el Banco Interamericano de Desarrollo tienen como objetivo fragmentar y corromper los movimientos sociales. Pablo, del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Lanús, me señalaba que “Kirchner nos ha sacado del puente haciendo política”; entendamos este puente Pueyrredón, que ya los piqueteros no alcanzan a cortar, en un sentido amplio de puente, calle y protagonismo político. Argentina lleva casi tres años creciendo a un ritmo del 9%, pero esto no se refleja en el poder adquisitivo: se esconde la crisis congelando precios de algunos productos básicos, de la electricidad o del teléfono; se controla la inflación para no disgustar al FMI y para evitar el estallido social; se recorta el gasto en salud y educación, al gusto liberal.

A finales de enero tuvo lugar la última Marcha de la Resistencia convocada por la Asociación de Madres de Plaza de Mayo. Dijo Hebe de Bonafini que el enemigo ya no está en la Rosada, justificando el fin de esta protesta. Muchos han criticado la decisión; otros, al margen del apoyo brindado a Kirchner, ven normal acabar con métodos de lucha no adecuados a la realidad actual. El pulso entre el Estado y los movimientos sociales continúa, dominado por la parálisis económica argentina. Quizás el pretendido izquierdismo de Kirchner no baste para capear nuevos estallidos sociales.

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