Las actuales políticas anticrisis suponen el mayor ataque contra sus basamentos que haya sufrido nunca el welfarestate peninsular. Esta sistemática voladura implica la ruptura del pacto social y político de la Transición. En el marco de la exigencia de un proceso constituyente, ¿cómo leer los envites electorales? Abrimos el debate.
Las pasadas elecciones en las comunidades autónomas gallega y vasca responden a dos lógicas distintas que encuentran sentido, no obstante, en el marco de una misma crisis del régimen.
Las diferencias entre uno y otro caso responden inequívocamente a las sedimentaciones históricas de los conflictos nacionales que en uno y otro caso nos remiten al clásico de Hirschman Salida, Voz y Lealtad.
En su análisis de los Estados, organizaciones y empresas, Hirschman tenía muy claro que ante las crisis hay tres tipos de respuesta: la salida –la migración–, la voz –las manifestaciones– y la lealtad –el voto clientelar–.
No hace falta reflexionar mucho para ver cuán diferentes son las concreciones vasca y gallega –a la espera estamos de la catalana– en la crisis del régimen.
Por lo que hace a Galiza, nos encontramos con la reproducción de una misma realidad estructural y dos datos de cambio coyuntural. Nada en los resultados nos habla, en efecto, de una ruptura estructural: mayoría hegemónica del PP, socialismo alternando como primera fuerza de oposición con el nacionalismo que ahora, a diferencia de a finales de los ‘90, no encaja ya en el modelo del BNG.
La pervivencia de los alineamientos estructurales en Galiza –conservador, progresista y nacionalista– debe ser explicada precisamente por la combinación de salida, voz y lealtad. Un país sangrado por la migración de la población más joven, más crítica, más instruida; con una disidencia política relativamente débil y una dependencia total de la fides clientelar, explica el resultado.
En Galiza no ha habido desbordamiento de la política de notables –Beiras es uno más–, ni de partidos –en crisis como PSOE y BNG– por parte de la política de movimiento –carente de un interfaz representativo con el que evitar la abstención, el voto nulo, blanco o a la candidatura de Escaños en Blanco–.
El cambio coyuntural no es para nada ilusionante: opera tan sólo por medio de la transferencia de voto dentro de la izquierda y el nacionalismo –la llamada “volatilidad intrabloques”–, sin alterar la hegemonía del peor clientelismo conservador –“volatilidad interbloques”–.
La debilidad de la innovación en el movimiento y el éxito puntual de una caduca expresión de partido –la IU gallega representa lo peor de su tradición y, no por nada, el PCG no estaba en el Parlamento desde la primera legislatura– al servicio de un notable –Beiras– no es, en modo alguno, el punto de partida para nada.
La pelota sigue en lo que suceda en las calles –que no es poco si hablamos de movimiento en Galiza–. Lo único que cabe esperar de la Syriza à feira es que tenga la modestia suficiente y el coraje necesario de no dejarse arrastrar por el régimen; cosa en extremo difícil, de no ser porque, a diferencia de Extremadura, ha tenido la suerte de no ser decisiva en la formación de gobierno.
La elección vasca es el contrapunto de la gallega: en su caso, precisamente porque el horizonte de crisis del régimen nos devuelve a 1978, se refleja un desbordamiento efectivo que tiene, no obstante, que materializarse.
Bildu ha conseguido un éxito inapelable convirtiéndose en segunda fuerza y demostrando que lo que se había ilegalizado no era lo que se creía. Frente al desafío abertzale, el régimen se hunde con el PSOE –con López, ETA cesó su actividad y Rubalcaba era ministro de Interior–.
El gobierno ilegítimo de PSOE y PP, forzado por medio de la excepción como paradigma de gobierno, se ha acabado volviendo contra el PSOE –menos el PP– y, por ende, contra el régimen, en inequívoca demostración de la pujanza destituyente del proceso soberanista.
Sin embargo, hoy como en 1978, el PNV vuelve a tener que elegir –atención a las implicaciones para CiU– entre la acomodación neoliberal en un marco europeo que viene impuesto por la mediación del Estado español, o la ruptura constituyente.
Así las cosas, si el PNV no sabe leer el carácter constituyente que late en la crisis y confía su suerte a su centralidad en el régimen, bien podría verse desbordada por una izquierda abertzale capaz de leer los cambios en la composición social y las mutaciones de la constitución material de la sociedad vasca.
Si opta por una vía a la catalana, esto es, por jugar de farol con la independencia, tal y como hace CiU, a la espera de ver cómo se desgasta el PP con los recortes –ventajas de la cuestión nacional para las derechas vasca y catalana: siempre se puede externalizar costes sociales sobre el PP–, en ese caso se las va a tener que ver con una alternativa, Bildu, que no es un simple subalterno como Esquerra –queda por ver, además, que Esquerra lo tenga tan fácil como cree ante la reciente presentación de las CUP–.
Una cosa parece clara: la debacle del PSOE es el primer síntoma de un hundimiento más amplio del régimen. Acaso lo más sintomático en este sentido sea notar que, aunque el PSOE lleve más tiempo hundido en las encuestas, el PP le está siguiendo en los últimos datos. Si resiste, a buen seguro, es gracias a la caída de la participación y a las ventajas que confiere estar en el poder.
Las tendencias que se están comenzando a apuntar, y que a buen seguro se reforzarán en las elecciones catalanas, ponen de manifiesto el fin de la socialdemocracia de los ‘70 en el Mediterráneo –nótese, por cierto, que tampoco le va especialmente bien al SPD alemán–. Cada vez más el escenario se asemeja al de Grecia: un PASOK extinto, la derecha apremiada por los resultados adversos y Syriza esperando como alternativa.
En este sentido, no hay que olvidar que las políticas de notables y de partido son hoy un reflejo de la política de movimiento. Si Syriza tiene interés no es como una opción que puede obtener mayorías sin modificar la centralidad de la política de partido, sino porque traduce en votos los intensísimos procesos de movilización habidos desde 2008.
Queda por ver que en las elecciones catalanas asistamos a la emergencia de este interfaz del movimiento. Las 27.111 firmas recogidas en tiempo récord por las CUP destacan sobremanera. No obstante, la organización debe concretar no pocos cambios internos de cara a su electorado potencial.
Las inercias de la política de partido que encarnan MdT, Endavant, En Lluita y otros, obstaculizan su emergencia definitiva. Por suerte, sus candidat@s ofrecen hoy garantías para introducir en el Parlament el caballo de Troya que desenmascare la subalternidad de Esquerra e ICV. Que nadie se sorprenda –si lo hacen bien– de una fuerte irrupción por la izquierda.
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