En seis de las siete elecciones
generales celebradas
desde 1982, las izquierdas
parlamentarias mayoritarias
(PSOE y PCE/IU) han obtenido
entre 2,3 y 3,5 millones de votos
más que las derechas (AP/PP). Solamente
en las del año 2000 la derecha
obtuvo un millón más que la izquierda,
con la mayor abstención
En seis de las siete elecciones
generales celebradas
desde 1982, las izquierdas
parlamentarias mayoritarias
(PSOE y PCE/IU) han obtenido
entre 2,3 y 3,5 millones de votos
más que las derechas (AP/PP). Solamente
en las del año 2000 la derecha
obtuvo un millón más que la izquierda,
con la mayor abstención
hasta la actualidad (31%). Ese año,
el PP consiguió 600.000 votos más
que en 1996 (que perderá en el
2004), mientras el PSOE e IU perdían
alrededor de dos millones de
votos que pasaron a las filas de la
abstención, y que volverán (con creces)
a las urnas en 2004.
Volátil
Para César Molinas (El País,
11/11/2007), esos dos millones de
electores/as son la “izquierda volátil”,
y es su comportamiento el que
decide el resultado electoral. La diferencia
entre las elecciones de
2000 y las de 2004 son los más de
dos millones de votantes de izquierdas
que se abstuvieron en las primeras
y que volvieron a votar en las
segundas, incrementando la participación
un 6%, pasando el PSOE
de 7,9 a 11 millones de votos; el PP,
de 10,3 a 9,7; e IU, de 1,2 a 1,3. En
2004 hubo 8,4 millones de abstenciones,
y 10,6 en el año 2000.
Esta tendencia se ve confirmada
por los resultados electorales del 9
de marzo pasado, en los cuales, la
suma de votos de PSOE e IU se
mantiene en los 12 millones, mientras
que los votos del PP repuntan
hasta los 10,1. Destacando la catastrófica
caída de IU, que pierde
alrededor de 300.000 votos, mientras
el PSOE apenas sube 40.000.
Por su lado, el PP consigue recuperar
unos 400.000 de los que perdió
en 2004. Las cifras de abstención
en estos comicios han sido similares
a las de 2004.
Así pues, es evidente que la base
electoral de una parte de las izquierdas
parlamentarias (PSOE/IU) se
mantiene en torno a los 12 millones
de personas (desde 1993), mientras
la del PP está en torno a los diez millones
(desde 1996), siendo evidente
que a mayor participación (en términos
generales a todo el Estado),
mayor número de votos a las izquierdas
y similar a las derechas.
La abstención
Según un estudio postelectoral del
CIS, en las elecciones generales de
2004, el perfil sociológico de las personas
abstencionistas tendió hacia
aquellas con bajos niveles de estudios,
bajos niveles de renta, ideología
de izquierda/centro-izquierda y
clases sociales bajas o medias-bajas
(clase trabajadora). Y siempre teniendo
en cuenta que este hecho se
agudizó bastante más en los/as jóvenes
entre 18 y 29 años. Entre éstos,
un 39% se ubicaban en la izquierda/
centro-izquierda, frente a
un 13% a la derecha/centro-derecha.
Entre el 60-70% se declaraban
poco o nada interesados en la campaña
electoral, añadiendo un 50%
que no creía en la utilidad de ésta.
Un 45% de los abstencionistas afirmaba
que nunca acudía a votar.
Este panorama social explica los
constantes esfuerzos de los capitalizadores
parlamentarios de las izquierdas
por incrementar la participación
electoral, apelando más a aspectos
emocionales (rechazo al PP,
que no vuelva la derecha, “Defender
la alegría”, giro a la izquierda...)
que a argumentos de tipo político o
institucional, distanciándose así de
la derecha más en la teoría que en
la práctica, y apelando más al voto
útil que al acto político consciente y
razonado, para movilizar a su potencial
electorado.
Movimientos sociales
Podemos mantener, como defiende
Margarita Padilla (ver DIAGONAL,
nº 72), que una parte importante de
la responsabilidad de la victoria de
Zapatero en 2004 se debió a la movilización
social contra el Gobierno de
Aznar, así como en 2008 se ha debido
a la acción de frenar a la derecha
reaccionaria. Con la puntualización,
eso sí, de que a diferencia de otros
contextos aparentemente similares,
los movimientos sociales que impulsan
la oposición al Gobierno y consiguen
su cambio, no están autoorganizados
como tales más allá de su
propia ‘autorreferencia’. Por tanto,
esto imposibilita la clásica relación
conflictiva entre un Gobierno de ‘izquierdas’
y los movimientos sociales
que han contribuido a su victoria
electoral, y que deberían ser capaces,
no sólo de mantener una crítica
acorde con sus propios discursos y
prácticas, sino imponer algunas
cuestiones de sus ‘agendas’.
En este sentido, el Gobierno de
Zapatero ha tenido una relación fácil
con unos movimientos sociales
tibios e incapaces de tal relación de
fuerzas que, sin embargo, contribuyeron
directa o indirectamente a
su victoria. Simplemente, desde el
Gobierno, se han limitado a mantener
una relación propagandística y
mediática con esa multitud que se
movilizó (contra la guerra, el Prestige,
el decretazo, vivienda y territorio,
memoria histórica, estudiantes...),
pero que no supo o no pudo
constituirse en movimiento consciente
de su potencia y papel en la
situación política.
Conocer y tener en cuenta la dinámica
de los procesos electorales,
así como tomar conciencia de las
capacidades y potencia de esa izquierda
social, capaz de convertirse
en fuerza decisiva por su “volatilidad”,
es tarea imprescindible
para los movimientos sociales. Una
posible fortaleza radica en el hecho
de que buena parte del potencial
electorado de izquierdas es crítico
y poco disciplinado en el voto,
y con probabilidad, más afín al discurso
y las prácticas de los movimientos
sociales y la izquierda social
que a la organización de partidos.
Y ahí es donde hay que trabajar,
recuperando las fuerzas que se
movilizan periódicamente, generando
cauces de coordinación y
configuración de redes.
Desde los movimientos sociales,
se debe seguir ofreciendo una alternativa
de participación política
y lucha social, pero sin olvidar una
agenda que aborde cuestiones
concretas e inmediatas, factibles y
capaces de generar fuerzas acumulativas
y alianzas. En este sentido,
no se puede obviar la relación
con las instituciones, y por tanto,
con los mecanismos que las configuran
(sistema de partidos, elecciones,
pactos políticos…). Esto no
implica abandonarse al clientelismo
o la inercia, sino conseguir defender
una posición de fuerza y
hegemonía de la izquierda social,
y por tanto, buscar formas de representación
política no mediatizadas
(ni mediáticas), pero sí capaces
de mantener esa tensión política
con los poderes instituidos.
En este sentido, conseguir un mayor
grado de organización y coordinación
a la hora de tomar posición
ante las elecciones, permitiría situarse
en una situación de fuerza
más ventajosa, y actuar de forma
colectiva frente a la individualización
del sistema electoral. Se pueden
explorar otras formas de representación
colectiva, a caballo entre
la abstención y la participación, que
no se queden simplemente en el recurso
“útil” de frenar a la derecha.
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