Desorientación y crisis

Pese a oleadas de movilizaciones en Europa y el relativo éxito de la huelga general del 29 de septiembre en la Península, no se vislumbran cambios rea- les en las políticas económicas, ni del Gobierno español, ni de la Unión Europea. Abrimos una hebra de reflexión, desde abajo, sobre qué hacer con esos descontentos exhibidos.

28/12/10 · 12:16
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En la vieja política, cuando se estremecían las estructuras sociales y políticas, la militancia dirigía la mirada a las direcciones políticas de partidos y sindicatos. Esperaba una respuesta que encajase en las tareas concretas y cotidianas, lo que entonces se llamaba la táctica, dentro de la rejilla de interpretación que correspondiese, lo que era la estrategia.

Lejos de estimular las interpretaciones creativas o novedosas, la política, en buena medida, consistía en confirmar que la fuerza de los hechos no era sino otra expresión de lo ya definido por la intelligentsia de turno.

El parangón de este problema en la extrema izquierda autónoma fue el paradigma ideológico en el que, ocurriera lo que ocurriera, todo se inscribía en un marco general, donde el capitalismo y el Estado, algunas veces cruzados con las estructuras patriarcales, definían qué estaba pasando y, sobre todo, qué hacer. Lo que en la mayoría de los casos sólo pasaba por redoblar esfuerzos sobre la misma línea de trabajo ya emprendida. En este caso, la principal virtud política, y la prueba de la radicalidad, era la insistencia y la perseverancia.

En una visión caricaturesca, ambas visiones se caracterizaban por la falta de afectación concreta de sus tesis políticas cuando cambios importantes se sucedían a su alrededor. Al fin y al cabo, esos cambios o bien ya se habían augurado en forma de predicción profética o eran una nueva sucesión de acontecimientos ya conocidos. El problema entonces consistía en que el cambio y el acontecimiento acababan siempre dentro de los paradigmas interpretativos sin afectarlos de forma sustancial. Algunas líneas históricas fuertes como la lucha de clases, el marco estatonacional, o la revolución como “lucha final”, permitían la continuidad de fondo.

La política consistía en confirmar que la fuerza de los hechos no era sino otra expresión de lo ya definido por la ‘intelligentsia’ de turno

Este tipo de política entró definitivamente en barrena en los años ‘70 del pasado siglo, si bien su crisis histórica fue permanente. Desde hace ya unas cuantas décadas, toda política posible pasa por incorporar la innovación política y la capacidad de mutación y creación a las partes más funcionales de su ADN.

En el caso que nos ocupa, una parte al menos de los movimientos autónomos de Madrid, que partieron del paradigma de la vieja izquierda radical y autorreferencial, en proceso de retirada desde finales de la década de los ‘70, parecieron tomar posición respecto a la autorreflexión y la capacidad de mutación. Fue esta posición de apertura la que les ha permitido salvar el atolladero de su propia burbuja ideológica, para devolverles de algún modo a la realidad, y por lo tanto, a ser afectados directamente por ella.

Los planteamientos en torno a los centros sociales como espacios de agregación metropolitanos, las alianzas migrantes-precarias, la experimentación cooperativa y la empresarialidad política o la reconstrucción de las luchas feministas han permitido construir un nuevo modelo de autonomía que lejos de ganar en autorreferencialidad ha encontrado en líneas de alianza anómalas su manera de investigar y estar en la sociedad.

Esta relativa capacidad para ser afectado, que proviene de la inserción propia en dinámicas sociales de todo tipo, hace de la crisis algo bien distinto a “lo ya sabido o esperado”. La crisis puede ser entendida como un factor de desestabilización microfísica. En este grado, mide o señala la apertura de los movimientos, pero también su propia fragilidad. Es por eso que quizás sea la confusión y la dispersión lo que de una forma más insistente se apodera de nosotrxs, aún cuando la crisis es también una poderosa ofensiva contra la propia composición subjetiva de nuestros espacios.

Cuestiones como el endurecimiento de las leyes de estranjería, el desplome de los presupuestos públicos o la privatización de los servicios públicos han afectado de manera directa a nuestras condiciones laborales-vitales y a nuestras apuestas políticas. Y nos han mostrado crudamente que la realidad en tiempo de crisis, lejos de ser un parón, es en esencia un momento de acele- ración e intensificación de los modelos de gobierno y de las líneas de explotación, un fuerte ventarrón que convierte el espacio público en una pugna infinita donde proliferan noticias espectaculares, reformas legislativas, cambios económicos y movimientos políticos a un ritmo vertiginoso.

La crisis puede ser leída como un factor de desestabilización: mide la apertura de los movimientos, pero también su fragilidad

Esta celeridad de los acontecimientos puede hacer caer nuestras apuestas políticas en el círculo vicio- so de los golpes y contragolpes, una espiral marcada por las urgencias de cada momento. La participación en la multiplicación de las pequeñas iniciativas activistas, las plataformas de respuesta que encuentran en la crisis una oportunidad de autorreproducción; al igual que la perseverancia en un programa socialista, por renovado que sea, de redistribución de una escasez artificialmente creada, son tentaciones muchas veces difíciles de evitar. De hecho, ésta es una de las formas más automáticas de terapia contra la propia confusión: acelerar la actividad en paralelo a una realidad que se desmorona. Quizás no haga falta insistir en que lo que parece preciso es abrir espacios de reflexión cabal y pausada que ‘aceleren’ nuestra capacidad de análisis y de previsión de los escenarios posibles.

En un contexto tan loco, detenerse y pensar no es sencillo. La desorientación, el hecho de “no saber”, de no ser capaces de aprehender un mundo en mutación veloz, requiere de un nuevo ciclo de reflexiones dirigidas a reorientar nuestras prácticas. Aquí juega un papel importante la indagación, la interrogación y la investigación. Pero también la exploración práctica, sobre los propios dispositivos que ya hemos construido o que estamos tratando de construir.

Si hubiese que buscar el espacio seco que se salvó de la nueva inundación, o lo que podría ser nuestra verdad, éste podría encontrarse en el hecho de que no hay escasez, y que si la hay ésta es artificial y falsa. No hay escasez de recursos y riqueza. Y tampoco hay escasez subjetiva, el cuerpo social sigue efervescente en formas de vida, inteligencia y excedencias de diverso tipo. Esto, dicho de otro modo, implica una reivindicación de la riqueza, y una negación del axioma de gobierno de la crisis: que hay poco y cada vez menos, que hay poco, que lo poco tenemos que ganarlo, y que los criterios de reparto deben ir a la baja. Reivindicar la riqueza y la excedencia apunta, por el contrario, a una escalada de la reapropiación social sin meta definida ni responsabilidad alguna para con las instituciones públicas tradicionales.

Tener esta mínima verdad no resuelve las tareas prácticas, pero al menos es buen punto de partida para la composición de una nueva agenda política y la reconstrucción de las líneas de sentido compartido, de las alianzas metropolitanas, en definitiva el “desde donde” desde el cual empezar. Quizás sólo así podamos remontar la desorientación y su deriva en forma de falta de ganas y de pérdida de horizontes en una situación en la que no se ven con claridad las líneas de lo que está pasando.

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comentarios

1

  • |
    anónima
    |
    Jue, 01/06/2011 - 00:45
    Resumiendo: Frente a los cambios en las formas y mecanismos de acumulación del capital, frente a la constatación de variadas y múltiples expresiones de la explotación socialmente producida, ustedes nos plantean que montemos seminarios y charlas. No parece que el problema sea la ausencia de discursos y análisis, sino más bien la incapacidad de transmitirlos. El movimiento es la manifestación del cuerpo social hecho público, sin esto, lo único que queda son discusiones y pajas mentales para los círculos de iniciados, y eso señores, no se puede llamar política
  • Isa
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