Las actuales políticas anticrisis suponen el mayor ataque contra los basamentos del Estado de bienestar. Lo que supone la ruptura del pacto social y político sobre el que se asentaba el régimen de la Transición. Así las tres últimas elecciones autonómicas han tomado una relevancia política inusual, entre otras cosas, como indicadores de la vialidad de nuevos escenarios inéditos.
Las elecciones catalanas han sorprendido a propios y extraños. La batalla postelectoral por interpretar los números es más dura, si cabe, que la batalla habida para producirlos. Algunas líneas interpretativas se pueden ir apuntando ya, cifras en mano. En primer lugar, el régimen continúa desplazándose de la crisis al hundimiento. La convocatoria precipitada por parte de Mas se ha traducido en una mayor tensión y fragilidad para el régimen. La inestabilidad parlamentaria y los alineamientos cambiantes quedan asegurados, con lo que las oportunidades para la movilización aumentarán. Además no parece que este periodo vaya a ser más longevo que el precedente.
Esto no es tan nuevo como parece y hace tiempo que se advierte. Se ha de recordar que el bloqueo del régimen a la mejora del autogobierno catalán hace tiempo que contrapone la constitución formal española a la constitución material de la sociedad catalana. La tensión centralista con la que la derecha española responde a la presión de la troika sólo acrecienta las grietas del mando, escindiendo las derechas. Las elecciones también reflejan con claridad la crisis del régimen en la política de partido: las principales organizaciones (PP, PSOE y CiU) bajan de 108 a 89 diputados, dando paso a un sistema de partidos de hegemonía catalanista (CiU/Esquerra, 71escaños) que sustituye –como en el País Vasco– al característico bipartidismo centrípeto y de acomodación.
El PSOE se sigue hundiendo y el PP no lo capitaliza. Y lo que es aún más indicativo: tampoco CiU; evidencias de que la maquinaria de la representación ha recibido un serio varapalo en respuesta a los recortes y otras políticas neoliberales antes implementadas por el tripartit. Asimismo, el plan de la derecha catalanista por capitalizar la Diada ha fracasado estrepitosamente. Al contrario de lo que suelen pensar las izquierdas que se quieren y dicen “no nacionalistas”, el catalanismo no es sólo un vulgar “constructo burgués”, sino un campo abierto de contienda política que se funda en reivindicar igual dignidad de trato contra una discriminación de nacimiento. Sin entender la cuestión nacional en su formulación postmoderna, los tópicos seguirán impidiendo un análisis útil al antagonismo.
A diferencia de la hipótesis pesimista y autodestructiva de quienes sólo quisieron leer la Diada como una exaltación etnonacionalista, las elecciones han demostrado que es perfectamente posible desplazar el catalanismo hacia la izquierda y derrotar a la derecha en su propio terreno –el que unía el electoralismo de PP y CiU–. Más movilización en clave catalanista no significa hoy hegemonía convergent, ni refuerzo del PP. El catalanismo no es el único vector, ni siquiera un vector hegemónico o vertebrador, como suele pensar la esquerra independentista. Pero negar su pertenencia a la matriz antagonista en el Reino de España es, como poco, limitado.
Es en este marco donde debe ser analizado el fenómeno CUP. La candidatura del municipalismo independentista consigue entrar con tres escaños que habrían podido subir hasta seis o siete. El valor de CUP es cualitativo, al introducir en el Parlament una línea de fractura inédita: la “radicalización democrática”. Y es que CUP no es únicamente un éxito del independentismo, sino una agregación que el municipalismo independentista y/o alternativo ha hecho posible.
Los resultados de CUP evidencian a un tiempo los logros de la esquerra independentista y sus limitaciones. Aún es pronto para evaluar su irrupción, pero sin duda pueden llegar a ser el caballo de Troya de la democracia directa y la base para producir un interfaz del movimiento en el gobierno representativo. Cierto es que han de renunciar a los esquematismos del “frente de masas” que se intenta organizar en torno al errado marco identitario de la llamada Unitat Popular. Pero también se ha conseguido movilizar a unos 72.000 abstencionistas y votantes sin representación –sobre unos 125.000–, además de recibir de ICV unos 13.000 votos más. Desde que el 15M hizo despegar la fase expresiva del movimiento, éste es un indicador del paso a la fase institucional del mismo. Ahora queda todo por hacer, pero se ha de celebrar un paso decisivo.
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