Hoy, un compañero me ha
presentado la cuarta lista
‘de izquierda’ a la que
avalar con mi firma; no
he podido, pues sólo se puede apoyar
a una. Y, a continuación, otro
compañero me ha confesado su
temor a ser expedientado por el
conflicto en la Escuela Pública
madrileña; uno, ilusionado con su
candidatura de la ‘auténtica izquierda’
y el otro abrumado por una
irresistible sensación de miedo e
Hoy, un compañero me ha
presentado la cuarta lista
‘de izquierda’ a la que
avalar con mi firma; no
he podido, pues sólo se puede apoyar
a una. Y, a continuación, otro
compañero me ha confesado su
temor a ser expedientado por el
conflicto en la Escuela Pública
madrileña; uno, ilusionado con su
candidatura de la ‘auténtica izquierda’
y el otro abrumado por una
irresistible sensación de miedo e
impotencia ante el poder omnímodo
e impune del gobierno de
Esperanza Aguirre.
Ambas situaciones,
esa patética fragmentación y
debilidad de nuestro lado, enfrentadas
a las desvergonzadas exhibiciones
de poder de los amos del mundo,
me han hecho pensar en el pasmoso
crecimiento del miedo y de la amenaza
ami alrededor; en las coacciones
a los profesores y a los directores
de los centros públicos en Madrid y
Castilla La Mancha; en la prohibición
del festival de música en apoyo
de la educación pública, de los estudiantes
de Alcalá de Henares; en las
detenciones, semejantes a un secuestro,
de los miembros del movimiento
15M en Barcelona; en la
intimidación sistemática, empleada
como arma social, laboral y política,
y aceptada por la mayoría; en
los groseros intentos de control de
TVE y en el descarado abuso de las
televisiones públicas regionales; pero,
sobre todo, en ese miedo que se
ha instalado en todos nosotros; en
cómo hemos llegado, por ejemplo,
a tener miedo de tomar postura públicamente
o de estampar nuestra
firma en cualquier documento que
nos señale y nos diferencie del resto,
y nos individualice.
Hace poco, Esperanza Aguirre
ligaba precisamente al movimiento
del 15M con una situación hipotética
de “golpe de estado”. ¿Qué
idea del mundo subyace a esta
afirmación, o a esa otra de que las
urnas dirimen las responsabilidades
de los corruptos? Sólo una:
“somos los amos, y los amos somos
inalcanzables”.
Ante la pregunta de un periodista
acerca de las razones de la prohibición
del festival de música de los
estudiantes de su ciudad, el propio
alcalde de Alcalá la justificaba diciendo
que se trataba de un “acto
político” –él, que es un político–
¿Qué significado tiene entonces la
palabra ‘político’? No importa, también
son los amos de las palabras.
Y
nosotros, mientras, enredados en
las nuestras –tan confusas siempre–.
La cuestión se reduce finalmente
a esto, a la impunidad, de una parte,
y al miedo, de otra; a banqueros
percibiendo millones de euros de
indemnización por llevar a la ruina
a sus propios bancos; a políticos
mentirosos y corruptos, mintiendo
e injuriando porque se sienten intocables;
a unas instituciones y a
unas corporaciones sociales que se
saben inamovibles; y frente a todo
ello, nuestra debilidad y nuestra
fragmentación. La instalación del
miedo y de la amenaza. ¿Y no eran,
acaso, el miedo y la amenaza consentida
dos de las condiciones del
avance del fascismo? Y la crisis;
claro, la crisis. El miedo a la ‘crisis’;
ese miedo físico y traicionero que
paraliza a los trabajadores. Ya tenemos
el cóctel completo.
¿Y esas plazas llenas de gentes
aparentemente sin miedo, esos miles
de siervos alzados contra sus
amos? Un bello espectáculo, sin duda,
para las cámaras de TV, para los
blogs y los foros de internet; aunque,
de momento, sin expresión política.
Todo un síntoma de la rabia que nos
mueve, pero, de momento, no una
alternativa. Decimos: “no nos representan”;
y, sin embargo, sí nos
‘representan’, ¿o es que hemos perdido
el sentido de la realidad? Hoy,
o mañana quizás, habrá otro aval de
otra candidatura ‘de izquierda’ que
firmar, que aspira a nuestra representación,
pero que no la obtendrá,
porque nuestros ‘representantes’ serán,
una vez más, ellos.
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Matías Escalera es escritor, crítico y profesor.
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