Cuba, los tiempos más difíciles

El anuncio por parte del Gobierno cubano de toda una serie de
profundos cambios en las esferas económica, laboral-salarial
–incluidos cientos de miles de despidos de empleados públicos–
y fiscal del Estado, en un contexto de declaraciones públicas
de Fidel Castro donde se reconocen los límites del modelo,
evidencia la crisis del sistema socialista cubano. ¿Qué ocurre
con uno de los grandes referentes mundiales para buena parte
de las izquierdas ‘de toda la vida’? Abrimos el debate.

10/03/11 · 9:50
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Según todos los indicios de que disponemos, el sistema- mundo ha ingresado en un período caracterizado por grandes turbulencias que hundirán la arquitectura que fue armada en la posguerra, hacia 1945. Las instituciones que conocemos, como el FMI y el Banco Mundial, la propia ONU y por supuesto aquellos países que armaron esta arquitectura –básicamente los Estados Unidos, sus aliados europeos y Japón–, están siendo acosados por oleadas de tormentas y ciclones que por ahora llamamos crisis –financiera, económica, social, ambiental y política, más o menos por ese orden–.

De lo que se trata es de la desarticulación geopolítica mundial, según la feliz denominación acuñada por el Laboratorio Europeo de Anticipación Política. Eso quiere decir que todas las estructuras del sistemamundo están temblando y van a dejar su lugar a otras nuevas, lo que no quiere decir mejores. Desde la rebelión árabe de estas semanas hasta los sucesos de Bolivia y Wisconsin, son parte de un único escenario global. Y esto recién comienza.

Es inevitable que este conjunto de turbulencias afecten a Cuba, como afectarán sin duda a todos los estados y gobiernos del mundo, sean del color que sean, porque los huracanes y los tsunamis no distinguen ideologías ni intencionalidades políticas. La pregunta es entonces: ¿cómo está preparada Cuba para enfrentar este período de incertidumbres y terremotos políticos y sociales? ¿Cuáles son sus puntos fuertes y sus lados débiles? Porque lo que está en juego no es sólo la supervivencia del imperialismo estadounidense y del capitalismo en el mundo, sino también de los procesos inspirados en el ‘socialismo del siglo XXI’ y, por supuesto, de la revolución cubana. Veamos entonces. Creo que el proceso cubano tiene tres graves problemas.

El primero tiene que ver con el sistema económico en su conjunto. Muy baja productividad, escasa o nula renovación tecnológica, excesivo peso del Estado y, por lo tanto, excesivo peso de la planificación y los planificadores, o sea del aparato estatal. Al parecer, sigue siendo una economía de guerra, lo que se entiende y justifica por la historia de agresiones y bloqueos –porque los bloqueos son múltiples y afectan muchas variables–. Las mismas lógicas que impiden la democratización son las que inhiben la renovación, tanto política como económica.

La segunda cuestión es la aguda dependencia de la importación de alimentos, ya que alrededor del 80% de todo lo que comen los cubanos debe ser importado. Esto muestra que la revolución es tan vulnerable a los flujos comerciales como dependiente de ellos. Y es un aspecto no secundario, porque la soberanía alimentaria es un requisito elemental de cualquier proceso que no pretenda hipotecar su soberanía política. Peor: esta dependencia de las importaciones de alimentos no es culpa del imperialismo, sino de la mala planificación de los planificadores.

En tercer lugar, tengo toda la impresión de que las nuevas generaciones están desertando del régimen. No sólo que no lo apoyan activamente, cosa natural por una elemental cuestión de carácter generacional, sino que están empezando a enfrentarse al mismo, y lo hacen sobre todo en el terreno cultural donde sienten que pueden expresarse sin sufrir censura. Es posible que el deterioro de algunos servicios básicos por la crisis en curso pueda generar problemas adicionales y alejar a nuevos sectores del proceso.

Pero la revolución no sólo tiene problemas sino puntos fuertes que pueden ayudarla a salir adelante. El primero y más importante es la resiliencia. Cuando cayó el socialismo real, a principios de la década de 1990, todo indicaba que la revolución cubana marchaba hacia el colapso. Sin embargo, salió adelante pese a que la Unión Soviética dejó de apuntalarla. Esto quiere decir mucho. Primero, que hay una historia de lucha y resistencia que fue capaz de actualizarse cuando las cosas se pusieron feas. Segundo, que cuando llegó el momento de elegir, la población optó por la fidelidad a la revolución o, por lo menos, por renovarle créditos.

La segunda fortaleza es que Cuba ya no es sólo productora y exportadora de un solo producto primario, como lo fue el azúcar a lo largo de su historia y durante las cuatro primeras décadas de la revolución. Hoy Cuba domina productos vinculados a la salud, produce y exporta con gran valor agregado, con tecnologías propias desarrolladas gracias a la impresionante inversión reali- zada en todo este tiempo en educación y salud. En este sentido ha mejorado los términos de intercambio y su inserción en el mercado mundial. Si pudo hacerlo en un sector determinado, nada impide que esa experiencia innovadora pueda reproducirse en otros sectores que necesitan cambios urgentes.

En tercer lugar, la población sigue apoyando la revolución. Es cierto que esta afirmación es contradictoria con las líneas arriba señaladas, pero la realidad es que ambas son ciertas. Si la población quisiera, ya hubiera echado abajo al régimen. Y es ese apoyo, aún no tan masivo ni expresivo, lo que sostiene el proceso.

Es imposible saber en este momento qué rumbo tomarán estas seis tendencias, cuáles tendrán más peso en los próximos meses y cuáles se debilitarán. El alza del precio de los alimentos juega en contra de la revolución, pero la continuidad del apoyo venezolano es una bomba de oxígeno que le puede dar aire cuando las cosas se compliquen más. Pienso que el proceso venezolano no va colapsar pronto, pese al cierre autoritario de su dirección y las enormes dosis de corrupción que lo socavan. La llamada ‘revolución bolivariana’ se abrió con una formidable insurrección popular, el Caracazo de 1989, y sólo una gran movilización popular puede ponerle fin.

En este punto, valen las simetrías para Cuba. Una revolución no se termina porque se apilen dificultades, sino por una revolución popular contraria –el nombre da lo mismo, lo que importa es la masiva implicación de la población– como sucedió en el Este. Por lo menos en el corto plazo, el pueblo cubano no va a salir a la calle a tirar la revolución.

Por último, detrás de los movimientos populares que están acabando con regímenes aparentemente sólidos en Túnez y Egipto, y que seguirán en todo el mundo árabe, late el mismo anhelo que llevó a los bolivianos a neutralizar el ‘gasolinazo’ de Evo y a los estadounidenses a ocupar el congreso del Estado de Wisconsin: deseo de libertad –prefiero usar este vocablo que el más contaminado de ‘democracia’–. La gente está diciendo “nunca más sin nosotros y nosotras”. Y eso vale tanto para quienes sufren las más brutales dictaduras como para quienes viven bajo gobiernos ‘progresistas’. Y, por supuesto, para quienes viven, y sufren, la revolución cubana.

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comentarios

1

  • |
    anónima
    |
    Mié, 03/23/2011 - 20:11
    Creo que debemos dejar de lado los argumentos desarrollistas. El pueblo cubano ha demostrado cómo sobrevivir ante la escasez, poniendo tesón e imaginación. Ante la escasez de recursos que enfrentará el resto del planeta en 10 o 15 años (planeta finito, colapso capitalista) debemos considerar como uno de los ejemplos lo que se ha estado haciendo en Cuba, buscando alternativas en energía y olvidando el consumo. Salud
  • Isa
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