Crisis, capital social, depresión

Para los trabajadores que sufrieron la pasada reconversión industrial en Asturias, cruzar la calle que separa la oficina del paro al centro de salud mental no fue una experiencia fácil. Mineros, metalúrgicos, mujeres del textil solían comenzar sus consultas con “yo no sé si estaré de psiquiatra”. Pensaban que la psicoterapia, como los restaurantes de lujo, “no eran para ellos”, que gustaban del pote y de resolver sus problemas mediante el saber común colectivo.

11/06/09 · 0:00
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Para los trabajadores que sufrieron la pasada reconversión industrial en Asturias, cruzar la calle que separa la oficina del paro al centro de salud mental no fue una experiencia fácil. Mineros, metalúrgicos, mujeres del textil solían comenzar sus consultas con “yo no sé si estaré de psiquiatra”. Pensaban que la psicoterapia, como los restaurantes de lujo, “no eran para ellos”, que gustaban del pote y de resolver sus problemas mediante el saber común colectivo. Aceptar las jubilaciones anticipadas, impuestas por los pactos sociales, les convirtió económicamente en rentistas (una clase ociosa que recibe dinero por nada) y en sujetos intimistas cuando el ‘nosotros’ que enmarcaba sus biografías fue licuado por una postmodernidad que trituró cualquier tradición colectiva.

Jubilados con 45 años, convencidos desde el sindicato de su indefensión colectiva – “hiciésemos lo que hiciésemos la fábrica cerraba”–, se vieron viviendo un tiempo vacío que recalentaba toda su malaria cotidiana –familia, mala vecindad, consumo de alcohol– hasta entonces contenido por las rutinas del trabajo. Que el 30% de esa población obrera asturiana acuda hoy a los Centros de Salud Mental, ejemplifica el desastre: el viejo orgullo del proletario que “sabia quién era” está siendo substituido por personalidades pasivo dependientes que buscan en los ‘psi’ tutela, pastillas y consejos para reconducir su vida según un régimen de servidumbre voluntaria.

Ante la nueva crisis, los poderes pastorales repiten estrategia psicologizadora, facilitando un espacio común que evite al parado el trabajo de cruzar la calle. El 8 de marzo de este año, en el Reino Unido, bajo el lema “en tiempo de crisis se necesita más ayuda y no menos”, el Ministro de Sanidad, Alan Jhonson, y el de trabajo, James Purnell, dieron a conocer un conjunto de medidas para “ayudar a las personas en situación de desempleo” titulado “Health, Work and Well-being”. La tal ayuda, lejos de ofrecer trabajo, prevé la creación de una red de unidades de ayuda psicológica, localizadas en las mismas oficinas, donde 3.600 psicólogos trataran al tiempo la conservación del ejército laboral de reserva y la reparación del trabajador activo (no sea que entren en mobbing y se den de baja). La patronal francesa –republicana y liberal– no dirige la reparación de la psique de sus trabajadores, sino que las empresas facilitan unos vales –similares al cheque comida– para que cada empleado estresado se busque el consuelo que apetezca: el ‘cheque psicoterapéutico’ es reembolsado igual al psicólogo académico que a un gurú masajista.

El Gobierno de los EE UU ahorra gastos y sólo oferta en la red (www.samhsa.gov/economy) una Guía para reducir el malestar asociado a la crisis económica que pretende “no solucionar los problemas de ansiedad-depresión” de sus nuevos pobres, sino “ayudar a identificar aquellas señales que pueden estar avisando de sufrir un problema mental”. A pesar de ello la página no ahorra una retahíla de buenos consejos contra el estrés económico: “analizar las preocupaciones desde otra perspectiva”, “identificar las cosas positivas que se tienen en la vida”; “fortalecer buenos hábitos” (desde luego sin dinero es fácil dejar de fumar o atracarse de chuletas). La realidad es que bajo rótulos psicoterapéuticos todos estos aparatos burocráticos constituyen dispositivos de producción de identidades destinados a individualizar el sufrimiento producido por la crisis (fragilizando parados, convenciéndolos de su vulnerabilidad) y evitando así cualquier estrategia colectiva.

Los de arriba repiten el uso del discurso psicológico para despolitizar la crisis reduciéndola a su doble subjetivo. Sirva de ejemplo España, donde a la pregunta sobre “¿cómo se relaciona la crisis económica con la psique?” contesta Paco Santolaya, presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos, con un “se dice que el problema financiero tiene una base psicológica de exceso de confianza antes de la crisis, y de crisis de confianza ahora y no de una quiebra del sistema productivo”. Si es en nuestras cabezas y no en el sistema de producción donde se origina la crisis, el psicólogo es un buen gestor para la misma.

Clase

Todo este esfuerzo por forzar al sentido común a enfrentar la crisis social desde el individualismo intimista requiere ocultar los estudios de epidemiología psiquiátrica que señalan a un viejo conocido –la conciencia de clase rebautizada como capital social– como el remedio que atempera la vulnerabilidad y aumenta la resistencia frente a la depresión por estrés laboral. El capital social definido como “el grado de reciprocidad y confianza en las relaciones formales e informales entre personas, que facilita la acción colectiva en búsqueda de beneficio mutuo” es el factor central que en un impecable estudio finlandés sobre 35.000 trabajadores mostró como mejor predictor de riesgo-protección para superar la crisis….

Ergo desubicar y descontextualizar el sufrimiento yendo a contar el malestar laboral al despacho de un psicólogo es el remedio que crea la enfermedad al disminuir la confianza en el saber-poder colectivo. Señalaba al inicio cómo la oferta de las oficinas del paro inglesas intenta prevenir la ansiedad anticipatoria que puede llevar a trabajadores en activo a bajas laborales por estrés laboral o mobbing. Mobbing es el ‘diagnostico’ que de nuevo fuerza la subjetivación de una situación de sufrimiento laboral traduciéndola al intimismo. El acoso laboral es encuadrado psicopatológicamente como una relación personal entre un trabajador-victima, y un jefeperseguidor cercano a la interacción sado-paranoide.

Deconstruyendo el mobbing, éste se nos muestra como una relación nada personal determinada por roles afines: la pareja perseguidor- víctima compartieron en el pasado devoción y lealtad a los fines empresariales negándose a percibir las relaciones de explotación que les determinaba. Los jefes maltratadores no son paranoicos que gozan confundiendo y humillando subordinados por oscuras motivaciones sádicas, sino ‘técnicos’ que buscan explotar y sacar el máximo rendimiento de sus productores.

La víctima del mobbing tampoco es la víctima pasiva de la relación, sino que ha sido durante años el trepa que situado al margen del colectivo, soñaba progresar por el escalafón mediante trabajo duro y lealtad empresarial. Cuando la crisis llega, el perseguidor que pensó asegurar su puesto sobreexplotando y el perseguido que se autoexplotó descubren demasiado tarde que ambos van a ser despedidos y no tienen compañeros con quien compartir desgracia. Incapaces de esclarecer o reparar su fracaso, pueden coincidir en la sala de espera de un psiquiatra que etiquete su situación de enfermedad, para consensuar una identidad de inválidos y lograr una ansiada jubilación.

Marcuse terminaba un texto profético afirmando que sólo de los sin esperanza nos llegaba la esperanza. Parafraseándolo cabría decir hoy que sólo tras des-engañarse del consejo terapéutico que exhorta al egoísmo, a desconfiar del “competidor” con quien se comparte la cola del paro, nos puede venir la esperanza de transformar ese grupo quejumbroso en multitud que lucha contra la crisis. Mejor entonces, para iniciarse en ese pensar la crisis a contracorriente, cambiar psicólogos por poetas y reafirmar con Brecht que: “Uno solo no puede salvarse. O todos o ninguno. O todo o nada”.

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