¿Cómo ser lesbiana y no morir en el intento?

FEMINISMO, IDENTIDAD Y GÉNERO
Uno de los movimientos sociales más importantes del
Estado es el de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales
(LGTB). Las movilizaciones en el día del orgullo
evidencian su fuerza; y sus encuentros estatales, las diferencias
internas que lo atraviesan. Aportamos un texto
sobre algunas de las tensiones que lo conforman.

08/01/09 · 0:00
Edición impresa

Una lesbiana, mujer homosexual
presentada
frecuentemente como
compañera de ‘la lucha
gay’, es en la sociedad actual, y
concretamente en el movimiento
‘gay’, casi como un ente que pasa
desapercibido en este supuesto camino
de ‘liberación sexual e identitaria’.
Trata de dejar huella e impronta
en un terreno hostil como
el de la liberación homosexual, pero
diversos elementos se lo ponen
difícil (lesbofobia gay, han leído
bien). Como un hilillo de voz temeroso
que reivindica su libertad
e independencia militante detrás
de la estructura del movimiento
LGTB, las lesbianas hartas de que
otros hablen por ellas parece que
día tras día se organizan y militan
de manera intensa, independiente
y al margen de sus compañeros
originarios de lucha.

Para vertebrar un discurso lésbico
independiente, visible y con lenguaje
propio, deberemos en primer lugar
asegurarnos de que percibimos en la
lesbiana una mujer lesbiana, y no
simplemente una lesbiana. Porque
no hay derechos de las lesbianas si
no existen y se garantizan previamente
los derechos de todas las
mujeres. La lucha de las lesbianas
debería estar inserta en la praxis feminista
(deseable) de una manera
clara y rotunda. La homofobia en sus
vertientes masculina y femenina no
es en absoluto parecida. La lesbofobia,
homofobia ejercida contra las
mujeres lesbianas, es claramente distinta
a la homofobia, ejercida contra
los varones gays. La discriminación
de las lesbianas es doble, por mujer y
por lesbiana, siendo el componente
‘mujer’ decisivo en este tipo de homofobia.
Son les-ionadas.

Las lesbianas son, frecuentemente,
según informes del International
Lesbian and Gay Association, víctimas
de acoso sexual en los centros
de trabajo (sin contar la invisibilidad
laboral), discriminadas en los centros
de salud –heterocentrismo ginecológico–
y educativos, añadiendo a
todo esto la discriminación que en
una sociedad sexista y machista como
la actual sufre toda mujer por el
simple hecho de ser mujer.

¿Os imagináis la situación discriminatoria
que puede llegar a sufrir
una mujer, lesbiana, anciana, campesina,
viuda, prostituta, sin estudios,
minusválida, de color, indígena,
mutilada genitalmente y pobre?

Las gafas lilas feministas parecen
ser la mejor herramienta para apreciar
este tipo específico de discriminación
que es tan parecida a la que
sufren las mujeres heterosexuales,
el machismo. Las lesbianas son vulnerables
a un tipo de acoso, pobreza
y marginación (económica, social) al
que no son los varones gays. Las lesbianas,
al igual que el resto de las
mujeres, están enmarcadas dentro
de un sistema económico-productivo
en el que los varones perciben
una remuneración superior a la de
las mujeres ante el mismo trabajo
desempeñado, ellas cargan todavía
con las tareas domésticas, existe violencia
machista y decenas de asesinadas.
Perduran binarismos de género
que caen sobre la espalda de la
lesbiana como un dique de hormigón;
existe, por tanto, el heterocentrismo/
sexismo/normativo.

El sistema patriarcal afecta lógicamente
también a los varones
gays (reproducción social, socialización
sexista), pero de distinta
manera que a las mujeres lesbianas
(doble vertiente discriminatoria).

Referentes lésbicos

La existencia de referentes sociales
–de aquellas mujeres que construyen
una identidad lésbica visible sin temor
a represalias– es necesaria en
una sociedad heterosexista en la que
todavía el ser lesbiana es motivo de
rechazo social. Estamos ante un proceso
que se retroalimenta a sí mismo;
si no existen referentes, las lesbianas
seguirán apreciando un contexto
hostil no propicio para el
desarrollo de (auto)identidad/es sexual/
es, y mientras este contexto
heteronormativo siga en vigencia, no
se llevará a cabo ‘la explosión del armario
lésbico’ y, por tanto, cre-acción
de referentes liberadores.

Las adolescentes lesbianas, aunque
en numerosas ocasiones no
son conscientes, habitan hábitats
inhabitables. Resisten en espacios
no construidos por ellas (falocracia),
se limitan a ser sujetos pasivos
junto con el resto de mujeres. El socioespacio
habitado es inhóspito y
ajeno a las lesbianas.

Porque la mayor lesbofobia es la
invisibilidad. El lesbianismo en las
adolescentes, las inmigrantes, las
ancianas y las transexuales femeninas
es un tabú aún mayor. Las reglas-
marco están perfectamente dispuestas
en el metadiscurso: sólo se
percibe la construcción lésbica como
un proceso identitario de mujeres
occidentales, blancas, de clase
media y cosmopolitas.

La construcción de referentes visibles
no consiste únicamente en
cierta ‘liberación’ mediática-festiva
reducida en numerosas ocasiones a
manifestaciones esporádicas o a
declarar tal año ‘el año de las lesbianas’,
semejando el calendario
chino. La visibilidad lésbica es diaria,
tiene nombre y sufre en carne
propia la marginación y los estereotipos
heterosexistas. Y no debe
ser motivo de proyectos liberadores
nada ambiciosos y localistas. Se
debe garantizar la existencia de un
marco social propicio para la liberacción
lésbica intra-intergeneracional
e interétnica.

Por esta razón, se requiere una
visibilidad mayor que la actual en
todos los campos de la vida cotidiana.
Visibilidad familiar (por más
que le pese a algunos jueces), visibilidad
identitaria, visibilidad intergeneracional.

Pornografía heterosexista

La pornografía comercial-individualista,
mercantilización cosificada de
prácticas coitales, que no sexualeseróticas,
cuenta desde su comienzo
con un sujeto objetivado de lo más
suculento para el ojo del buen varón
heterosexual: la mujer. El cuerpo de
las mujeres, estigmatizado históricamente
en lo referente a la sexualidad,
fue resumido en cuatro opciones:
monja, virgen, puta-ninfómana
y estirada-frígida. Semejante
cosificación de la sexualidad femenina
ha sido fecunda en el sustrato
idio-cultural de nuestra/s sociedad/
es. La ligazón entre sexo, falo,
penetración y fecundación se ha
traducido en un fenómeno claramente
predecible: la inexistencia
discursivo-política del sujeto lésbico.
Por tanto, ‘el sexo lésbico’ es
apreciado bajo una óptica falocrática-
penetradora que se resume en la
comercialización de coito/pornografía
distorsionada.

Esta visión sesgada de la/s sexualidad/
es lésbica/s hace perdurable en
el tiempo dos mitos: el primero define
el sexo lésbico como morb-vicioso
e incompleto (ausencia de falo). Y
el segundo entiende que las prácticas
sexuales lésbicas deben ir orientadas
hacia la satisfacción eyaculadora
del varón heterosexual (tríos).

La pseudo pornografía que se consume
hoy en día es uno de los mayores
atentados contra la identidad lésbica
que se pueden cometer: la dependencia
extrema de las relaciones
lésbicas respecto al varón. Se viola
en todos los sentidos un ámbito en el
que el falo no es bien recibido. Por
esta razón se impone por la fuerza el
gran falo del machito de turno, ya
que no asume ser repudiado como
bio órgano penetrador.

En este acercamiento sintéticoaprehensivo
a la esfera-marco de
la lesbianidad, no tardamos en
descubrir cómo la lesbofobia y la
heteronormatividad constriñen a
las lesbianas como en la Edad
Media los ajustados corsés de las
mujeres de la nobleza enderezaban
la columna y desdibujaban los
senos de cuerpos invisibles con el
fin de no reconocer la existencia
de un cuerpo femenino independiente,
diverso y (auto)construido.
En el caso de las lesbianas, el objetivo
es les-ionar estructuralmente
la identidad sexual-corporal-social
con el fin de mermar todo su potencial
liberador-emancipador.

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