Los promotores del manifiesto "Por una radicalización democrática: Más allá del 25-N" responden al debate sobre el independentismo en el anarcosindicalismo catalán abierto por un artículo anteriormente publicado en DIAGONAL.
El crecimiento del soberanismo en Catalunya ha generado un cierto desconcierto entre algunos activistas sociales y personas que se consideran de izquierdas o libertarias. Para mucha gente proveniente de estos sectores, el independentismo es un invitado incómodo, una invención artificial que solo puede explicarse a partir de la irresistible capacidad hipnótica de la derecha catalana. Una percepción asentada en ciertos tópicos historiográficos que vinculan el catalanismo exclusivamente con la burguesía. De ahí la reacción, entre paternalista e irritada, cuando alguien sugiere que esta es una alternativa legítima incluso para personas que también se definen como de izquierdas o libertarias y que están a favor del internacionalismo y de la solidaridad ’entre los de abajo’. Algo de este enfado, precisamente, puede detectarse en el artículo publicado en DIAGONAL hace unos días por Mauricio Basterra, "seudónimo de un historiador madrileño del anarcosindicalismo".
En el escrito de marras, el misterioso Basterra denuncia el descaro de algunas posiciones indepentistas o nacionalistas –la distinción no parece resultarle relevante– que no dudaban en "manipular, malversar o malinterpretar" el pasado para "justificar posiciones presentes" ¿El motivo de la acusación? Una cita, en su opinión descontextualizada, del dirigente anarcosindicalista de Lleida, Salvador Seguí, en la que este aparecería aceptando o simpatizando con el independentismo. ¿Los acusados? David Fernández, cabeza de lista de la independentista Candidatura d’Unitat Popular (CUP) por Barcelona y, de manera más indirecta, los autores de estas líneas.
Según Basterra, las frases protoindependentistas atribuidas a Seguí estarían interesadamente desgajadas de un discurso más amplio pronunciado por el Noi del Sucre en el Ateneo de Madrid, en octubre de 1919. En él, éste dejaría claro que no había cuestión catalana alguna y que para el proletariado la única cuestión relevante era la social, provocada por el capitalismo. En realidad, dice Basterra, el anarcosindicalismo nunca fue partidario de la independencia, y "poner a Seguí o a otros como referentes es meterse en un jardín difícil de justificar". Vedada por inverosímil toda raíz obrera, Basterra invita a los independentistas a conformarse con algunas distinguidamente pequeño-burguesas: Companys, Layret, Macià o.... Tarradellas.
En realidad, la cuestión de los "palabras verdaderas" de Seguí no es sencilla de elucidar. Seguí no era un un ideólogo, era un dirigente popular. Básicamente exponía sus ideas de forma oral o a través de la prensa. Y lo hacía siempre en función de la coyuntura, como correspondía a alguien con vocación organizadora. Del discurso que pronunció en el Ateneo de Madrid existen, llamativamente, varias versiones –sería interesante saber de dónde proviene la de nuestro historiador–. La cita de David Fernández se corresponde con la reproducida, en catalán, por Pere Foix, amigo de Seguí y militante de la CNT, en su libro Apòstols i mercaders, publicado en su exilio montevideano en 1949. Allí, Seguí critica duramente el nacionalismo de la burguesía catalana y sostiene que, de producirse la independencia, esta sería la primera en echarse atrás. A diferencia de los trabajadores, a quien "la independencia de nuestra tierra no nos da miedo, porque con ella ganaríamos más de lo que perderíamos".
Se ha dicho que Foix –que siendo anarcosindicalista llegó a acercarse en su momento a ERC– tendía a exagerar el catalanismo del Seguí. Es posible. Pero lo que no puede negarse es que este existiera. En términos historiográficos, es sabido que Seguí, al igual que Foix y otros dirigentes anarcosindicalistas importantes como Joan Peiró –el Noi del vidre– frecuentaban de manera asidua grupos republicanos y catalanistas. Seguí, por ejemplo, se reunía asiduamente con Companys y Layret –que fueron abogados de rabassaires y de obreros cenetistas– y llegaron a compartir cárcel durante la dictadura de Primo de Rivera.
Ciertamente, Seguí nunca hizo de la independencia su principal objetivo político –como el propio Basterra reconoce, ni siquiera Companys era "independentista" en sentido estricto: cuando proclamó la república catalana lo hizo con el propósito de integrarla, en condiciones de igualdad, en una república federal española–. Pero tampoco consideraba, ni mucho menos, que fuera el enemigo a batir. Por el contrario, para Seguí, como para buena parte de los anarcosindicalistas de su tiempo, una Catalunya liberada de la monarquía española podía ser perfectamente amiga de todos los pueblos de la península hispánica –no en vano la CNT era una "confederación"–.
Naturalmente, esto no quiere decir que todo el anarcosindicalismo tuviera vínculos igualmente intensos con el catalanismo, e incluso con algunas de sus expresiones partidarias. Lo tuvieron, de distinta manera, dirigentes que –como Seguí, Pestaña, Peirò o Foix– no veían con malos ojos la idea de crear un nuevo partido con obreros organizados en los sindicatos de espíritu bakuninista. Esta visión estratégica, por ejemplo, le valió a Seguí severas reconvenciones por parte de sectores anarquistas ’puros’. Fue acusado de "desviacionismo" y de "politicismo": una posición muy criticada, de hecho, durante la hegemonía de la FAI. Pero también le granjeó el reconocimiento de socialistas y de comunistas contrarios a Stalin. El catalanista Jordi Arquer, o el también dirigente del POUM, Joaquín Maurin, dieron buena muestra de ello. Maurin, de hecho, creía que la hegemonía de la derecha catalana en la cuestión nacional sería pasajera, ya que en un contexto de radicalización democrática acabaría pasando a manos de los trabajadores. De ahí que fuera partidario firme del derecho a la autodeterminación de los pueblos –incluida la secesión– como condición para cualquier unión posterior, libre y entre iguales.
Si Basterra criticara a Seguí desde posiciones similares a la de muchos anarquistas ’puros’ de su tiempo, no habría nada que objetar. Lo que no es de recibo es hacer pasar al anarcosindicalismo in totum por un movimiento ajeno a la cuestión nacional y doctrinariamente hostil a la independencia, cualquiera que sean las circunstancias. Como bien ha señalado Benedict Anderson las relaciones entre anarquismo y luchas de liberación nacional suelen ser complejas. En la Catalunya de inicios del siglo XX, muchos libertarios y libertarias vieron en la autodeterminación una reivindicación a la que no cabía entregar, quizás, todas las energías pero tampoco oponerse por principio.
Al igual que Companys y que muchos socialistas o comunistas catalanes, no pocos de ellos consideraban que una república catalana –a la que la gran patronal tenía fundadas razones para temer– podía ser un instrumento para quitarse de encima a la monarquía y acercar a las clases trabajadoras ibéricas. Más de un siglo después, con la segunda restauración borbónica tocada en su línea de flotación por la crisis capitalista, estas tendencias han evolucionado y se han transformado, pero no han desaparecido. Hoy también existen, no solo en Catalunya sino además en Euskadi o Galiza, personas que se consideran de izquierdas y libertarias. Y que entienden; uno, que la cuestión social y nacional no pueden separarse; y dos, que solo a partir del ejercicio del derecho a decidir, en lo político y en lo económico, será posible articular una auténtica solidaridad entre las y los de abajo. Que algunos lo hagan desde posiciones independentistas, federalistas o confederalistas, no quiere decir que asuman acríticamente las estructuras de Estado o el tipo de europeísmo al que aspiran la derecha. Por el contrario, su punto de partida suele ser la apuesta de una institucionalidad alternativa a la existente, regida por algunos principios internacionalistas innegociables, como el rechazo de todo tipo de racismo, xenofobia y colonialismo.
Si todo se ciñera, como parece sugerir Basterra, a un avieso ejercicio de descontextualización de una frase pronunciada en 1919, costaría entender que la CUP haya llevado como cabeza de lista por Tarragona a un militante de la CGT. Y que Diego Cañamero, miembro del Sindicato Andaluz de Trabajadores, haya defendido, como orador en el mitin central de esta formación en Barcelona, la necesidad de combinar la lucha contra el feroz capitalismo de nuestro tiempo con el respeto a la exigencia democrática de autodeteminación. O la presencia y fuerza social de colectivos anarcoindependentistas como Negres Tempestes. Que esta no sea o no haya sido históricamente la posición de todas las corrientes anarcosindicalistas, no autoriza a eliminar la complejidad de la cuestión. Lo contrario sería, sí, "manipulación y malversación" histórica. Ese pecado odioso que nuestro camarada madrileño atribuye al nacionalismo catalán pero del que nadie, por muy libertario que se defina, está exento.
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