Carta que si lee Hugo Chávez no está de más

Carta de autoría colectiva, firmada por 53 activistas venezolanos.

11/12/08 · 0:00
Edición impresa

Apartir de una reflexión conjunta
entre personas que
hemos militado por largos
tiempos en la lucha revolucionaria,
consideramos necesario
sintetizar algunos elementos críticos
dentro de la revolución bolivariana.
Una y otra vez se oyen en la mayoría
de espacios organizados del pueblo
dos opiniones que ya parecen fijas
e interiorizadas: una tiene que ver
con la acentuada burocratización del
proceso, que facilita la cristalización
de la ineficiencia y la división del trabajo
como norma de vida dentro del
Estado. Esto facilita la multiplicación
de fenómenos de corrupción. La otra
opinión es que hay una distancia cada
vez más palpable entre las esferas
de gobierno y la organización popular;
distancia que a su vez jerarquiza
en forma alarmante las relaciones
entre pueblo y gobierno perdiéndose
en una suma de actos protocolarios
donde uno habla y el otro escucha
cual masa pasiva y sin papel protagónico.
Se ‘instrumentaliza y electoraliza’
la relación con las clases populares.
Esto lleva a la pérdida de
credibilidad del proceso revolucionario
y el desencanto de miles de
personas que desde los primeros momentos
han constituido la militancia
social, desinteresada y principal de
la propia revolución. Estamos viviendo
una crisis de proyecto.

La producción

Tomamos como punto de partida los
atascos en los cuatro escenarios principales
desde los cuales se han intentado
implementar los cambios en las
relaciones de producción: 1) los proyectos
de carácter alternativo y colectivista,
y los proyectos cooperativos
y de desarrollo endógeno; 2) la
nacionalización de empresas estratégicas
en manos de monopolios privados;
3) los proyectos ligados a modelos
cogestionarios tanto en industrias
básicas y agrícolas, principalmente
aquellos donde se ha procedido a la
expropiación a raíz de las tomas de
empresas por parte de los trabajadores;
y 4) los actuales proyectos en curso
donde resalta la línea de desarrollo
de las ‘200 fábricas socialistas’.
Todos estos proyectos de vital importancia
política, económica tienen como
común denominador, primero, la
ausencia del papel protagónico de la
clase trabajadora en toda su diversidad
y complejidad en tanto sujeto
pensante y dirigente dentro de los
mismos. O si ése no es el caso como
de hecho pasa con las empresas recuperadas
o iniciativas colectivistas,
lo que vemos es una contraofensiva
burocrática sobre ellos a través de la
cual se ha intentado despojar al trabajador
politizado y actuante de su
papel dirigente. O en el caso del cooperativismo,
allí donde ha sido sincera
la intención de colectivizar y horizontalizar
las relaciones laborales, se
sobrecarga de condicionantes, papeles
y vigilancia burocrática.

Muchos proyectos, sobre todo
aquellos que tienen que ver con empresas
y proyectos medianos y pequeños,
están concebidos por fuera
de la dinámica popular de organización
y autogobierno, con lo cual ellos
mismos se quedan descolgados del
conjunto de la sociedad y la sociedad
en el sentido más amplio queda anclada
en la condición de consumidora
o receptora de la asistencia del
Estado. Así se alejan las fases de producción
y reproducción de la riqueza
en sus intentos liberadores. Se impone
también el mando burocrático
sobre los tan propangandizados ‘poderes
populares’, manejados y diseñados
en oficinas de Estado o sencillamente
vemos cómo pierden su
condición autónoma y de poder. Ello
conduce a desdibujar cada vez más
todo el propósito inicial libertario,
movilizador, constituyente, que inspira
la revolución bolivariana, imponiéndose
un viejo esquema muy trajinado:
combinar el capitalismo de
Estado con el asistencialismo social
y la promoción de la pasividad social.
La propiedad común y social, la
ruptura con el viejo Estado, el autogobierno
del pueblo, que han sido
bandera argumentativa en infinidad
de discursos del mismo presidente,
hoy en día se disuelven. Cuando se
habla de proyectos socialistas, no
existe ningún plan de convocatoria
o de acercamiento fluido, directo y
creador entre gobierno y clases trabajadoras
para comenzar la obra
pendiente en favor del desarrollo de
un tejido productivo socialista, endógeno,
sustentable y soberano, adjunto
a toda una cantidad de espacios
territoriales de organización y gobernabilidad
popular de carácter
constituyente. Por el contrario, y de
allí su estancamiento, se mapean
uno tras otro proyectos (la mayoría
quedándose en el papel) donde sólo
participan en su concepción y ejecución
comisiones formadas al interno
de las oficinas gubernamentales. Por
más buena voluntad, capacidad e ilusión
revolucionaria que exista entre
estos funcionarios, esto hace imposible
avanzar por una senda de transformación
real y profunda. Son hoy
proyectos sin sujeto, puramente instrumentales
y externos a los saberes,
luchas, necesidades y deseos colectivos.
Por tanto, proyectos que sólo podrían
llevarse adelante y hacerse
efectivos si implantamos un esquema
despótico sobre el trabajo.

Tenemos hoy en día una situación
muy particular que nos obliga a tomar
decisiones urgentes. A partir del
próximo año para nosotros se acabaron
los paraísos presupuestarios
destinados en principio a la inversión
social, productiva y de infraestructuras.
Sin caer en catastrofismos
es evidente que el superávit petrolero
se va a reducir en forma drástica.
Es el momento de darle la oportunidad
al no-Estado, al no-capital, al
pueblo organizado y rebelde, para
que tome las riendas del proceso revolucionario.
Han sido casi diez años
donde (quitando los años defensivos
de conspiración y saboteo fascista)
no se ha podido cambiar, al menos
en amplias y significativas zonas de
vida social y productiva, el viejo esquema
del capitalismo rentista, populista,
oligárquico y dependiente.
Se han emprendido algunas obras
importantes pero que han costado
muy, muy caras, y se han abierto
compuertas innegables de libertad,
derechos y participación, propias de
una sociedad democrática sin más.
Pero muchísimo más se puede hacer
con mucho menos dinero.

Estamos hablando de un proyecto
anticapitalista y no simplemente distributivo,
mucho menos demagógico
y populista, que convoque todos los
saberes, voluntades, capacidades,
experiencias, ideas, sueños, que están
regados por toda la sociedad.
Hechos presentes en muchísimas de
las luchas concretas emprendidas en
estos años, y que ya son patrimonio
de una clase trabajadora que en la
forma sui generis en que esto se da
dentro de las periferias del capitalismo
central, ella también se ha socializado,
se ha cualificado y sobre todo
se ha politizado en franjas muy importantes.
Una convocatoria que vaya
hacia el desarrollo de proyectos
societarios concretos, ayudados técnica
y financieramente por el Estado.
Posibilidades hay millones todavía,
tenemos el contexto político que
guarda gran parte de su calor, movilidad
y esperanza original (es lo mas
importante), tenemos los recursos financieros
mínimos indispensables,
la infraestructura necesaria, un nivel
instrumental y técnico con que contar
que no es desdeñable. Tenemos
los recursos naturales de sobra y un
mundo profesionalizado, técnico o
simplemente enriquecido por la experiencia
laboral y comunitaria de
vida que ya es muy importante. En
fin, indistintamente de los miles de
vicios y debilidades que tampoco nos
faltan, aún estamos en condiciones
de dar un salto gigantesco.

A debate: LOS PROCESOS DE CAMBIO EN AMÉRICA LATINA. A finales de noviembre, Venezuela proponía crear una
moneda común para América Latina. Y, pese a su
segunda decepción electoral (el 23 de noviembre, aunque
ganó en el 70% de los municipios, perdió en los
tres Estados más poblados), Chávez relanza la idea de
su reelección. Es momento para repasar la situación.

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