Carta abierta a los amigos de Izquierda Anticapitalista

MOVIMIENTOS SOCIALES Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA III
Tras su reciente salida de IU, el grupo Espacio Alternativo
decidía convertirse en el partido Izquierda Anticapitalista
y presentarse a las próximas elecciones europeas.
¿Qué puede aportar esta iniciativa a las apuestas
por la transformación social, a los movimientos sociales
y al actual panorama político?

19/03/09 · 0:00
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Ninguna institución de la
Unión Europea es más
desconocida para sus ciudadanos
que el Parlamento
europeo. Sus debates no suelen
recibir mención alguna en los
medios de comunicación y prácticamente
se ignoran sus tareas y compromisos.
En sus sesiones, un diputado
tiene dos minutos para defender
los temas más variopintos, ante
una sala medio vacía y frente a la mirada
ausente de colegas enterrados
en grandes pilas de documentos redactados
en las variadas lenguas de
la Unión. Si algo ‘no es’ el Parlamento
europeo es un escenario de debate
democrático; más bien funciona
como un auténtico cementerio de
elefantes que congrega a grandes
nombres de la política nacional que
por una razón u otra han sido apartados
de la política diaria.

Por eso me pregunto por qué habéis
resuelto presentaros a esas elecciones
en vez de empezar por unas
municipales, autonómicas o legislativas
en las que se juega algo de poder
real. Aplaudo el que surja un nuevo
partido en la izquierda española –y
europea– y que ese partido se defina
como claramente “anticapitalista”,
pero desconfío de la capacidad que
sus diputados puedan tener para
cambiar algo en la política europea,
la cual, si por algo se caracteriza, es
por ser raquíticamente democrática.
Tal vez el objetivo no sea conseguir
algún diputado europeo, sino testar
la acogida de los electores hacia la
nueva formación política. Con lo que
mi preocupación aumenta.

Por un lado me alegra poder
votar a alguien sin tener que avergonzarme
por ello. Os merecéis un
voto de confianza y, visto el programa
y la juventud de los portavoces,
cabe augurar, o al menos desear,
que aportéis una nueva forma de
hacer política, y que la experiencia
acumulada hasta ahora en los movimientos
sociales, sirva de antídoto
frente a las derivas despóticas y
narcisistas de la política al uso.

Pero a la vez, la ligazón que queréis
mantener con los movimientos
sociales acrecienta mi desconfianza.
Si algo ha caducado en este inicio de
siglo es justamente la vieja visión de
que los movimientos sociales se movilizan,
plantean los problemas que
afectan a los ciudadanos, debaten y
critican, pero que son los partidos los
únicos agentes políticos legítimos y
los únicos llamados a traducirlos en
proposiciones ante el Parlamento,
debates legislativos y, en su caso, leyes
y decretos. El hecho de reducir la
intervención política legítima de los
ciudadanos a su participación en partidos
políticos y/o a la elección entre
ellos, implica una despolitización tal
que nos deja absolutamente inermes.
¿Cómo salvaguardar la participación
política de los ciudadanos cuando los
partidos son máquinas de poder al
servicio de los políticos profesionales?
¿Qué es un político profesional
sino alguien que ha hecho del ejercicio
del poder su profesión, poder que
siempre se ejerce sobre otros que están
desprovistos de él? ¿Qué hacer
cuando la población se moviliza y los
poderes públicos –incluidos los partidos–
hacen oídos sordos a las exigencias
ciudadanas y se unen como un
auténtico bloque, imposible de atravesar?
¿Cómo lograr transformar las
reglas de la política si sólo puede hacerse
delegando esta tarea en los mismos
que la ejercen y que sólo saben
de su eficacia sobre la sociedad?
¿Cómo convertir lo social en sujeto y
no en objeto de la política, destituyendo
a ésta de su función soberana?
Obviamente esas preguntas nada
tienen que ver, al menos en principio,
con la buena o mala voluntad de
los políticos sino con la dinámica de
un sistema que tiene sus propias reglas
y; una de ellas es que la política
gobierna la sociedad, pero no es inmanente
a ella. El reto de los últimos
decenios para los movimientos sociales,
reto todavía no resuelto, ha sido
el de crear formas políticas novedosas
para unas sociedades cuyos
colectivos, grupos y redes han hallado
formas nuevas de movilización
social, pero no han sido capaces de
desarrollar agentes políticos con incidencia
en el plano general. Tal vez
porque la política en tanto que tarea
de gobierno tiene que ver con el poder
de decisión de grupos particulares
y su capacidad para presentarse
como recolectores de la opinión mayoritaria,
mientras que la política que
se practica en los movimientos sociales
tiene que ver con la construcción
común de espacios de encuentro y
de autogestión. Y esta experiencia
está reñida con la forma tradicional
de gestionar el poder.

Por eso la vieja distinción entre
partidos y movimientos ya no nos sirve
para enfrentar los conflictos actuales,
pues no hay un espacio de lo
general, donde actuarían los partidos
y otro de lo particular, ocupado
por los movimientos, estando el segundo
subordinado al primero, sino
que ambos están estrechamente entrelazados
y esa mezcla pone en
cuestión la sacrosanta “autonomía
de lo político” sin lograr subordinarla
a instancias de participación política
directa con efectos decisorios.

Estas reflexiones aumentan mi
desconfianza. Coincido con Izquierda
Anticapitalista en gran parte de
su diagnóstico. Pero no comparto la
que considero una concepción demasiado
clásica de la política. En su
declaración se dice: “Pensamos que
la resistencia social no basta. Es necesaria
una alternativa política anticapitalista
cuya única lealtad esté en
las luchas y movimientos sociales,
que nunca acepte participar en la
gestión del sistema, que sepa escuchar
y aprender, que merezca confianza.
Necesitamos una izquierda
basada en una perspectiva estratégica
de ruptura con la lógica del capital,
la independencia respecto a las
instituciones y a los gobiernos socialliberales,
el combate contra cualquier
forma de opresión y dominación
por razones de género, opción
sexual, nacionalidad o cultura, y la
ruptura con el actual modelo de producción,
distribución y consumo”.
Si, como es previsible, la nueva formación
no va a arrollar sino que deberá
contentarse con unos magros
resultados, ¿cómo va a compaginar
su ansia de cambiar la política con su
inserción en un sistema en el que va
a tener escasísimo margen de maniobra?,
¿cómo va a conseguir que la
dinámica del sistema político no la
arrastre a tener que secundar decisiones
comprometedoras que no va
a poder revertir?, ¿cómo podrá conseguir
no “participar en la gestión del
sistema” si justamente la dinámica
política de las democracias europeas
forma parte inescindible del mantenimiento
del sistema capitalista?,
¿cómo no comprometer a los movimientos
sociales en un horizonte que
bloquee las transformaciones y que,
al revés de lo que puedan ser las intenciones
de sus promotores, acabe
encarrilándolos en cauces imprevistos
que no aumenten sino que debiliten
su capacidad de acción?.

Una posible opción sería la de invertir
la lógica y que el nuevo partido
no hiciera nada que no hubiera sido
previamente debatido y consensuado
en los movimientos sociales, al
menos entre aquellos que se definen
como movimientos anti-capitalistas.
Que en vez de instrumentalizar ellos
a los movimientos los usáramos a
ellos como ariete institucional. Que
cumpliera a rajatabla la premisa zapatista
de caminar preguntando, desbaratando
en ese caminar la legitimidad
política del actual sistema de poder.
En ese caso, sí le daría mi voto.

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