Aportaciones para las democracias de base

, Activista social, profesor emérito de la UCM y miembro del CIMAS
27/11/08 · 0:00

Hay nuevas técnicas y metodologías
de la participación
que van más allá de
las maneras tradicionales
de la ‘participación ciudadana’. Las
formas heredadas de la ‘transición’
consistían en levantar una ‘plataforma
reivindicativa’ entre unas cuantas
asociaciones o personas y plantearla
a las autoridades correspondientes.
Cuando falta casi todo, la gente
sigue estos movimientos, pero no así
cuando algunas necesidades ya están
cubiertas para los sectores medios,
y cuando las necesidades se hacen
más diversas o hay luchas por
los protagonismos. En los ‘80 y ‘90
muchas asociaciones se metieron a
hacer reglamentos con las autoridades,
adoptando el lenguaje y el estilo
de administraciones y partidos. Muchas
asociaciones aparcaron las formas
genuinas de los movimientos y
se plantearon ser ‘representativas’ y
que les dieran subvenciones. Mucha
gente entendió que suponía una partidización
y una lucha entre liderazgos
más que un servicio público.

Algunas nuevas formas de participación
de base (planes comunitarios,
presupuestos participativos, Agendas
Locales 21, consultas populares,
etc.) han tratado de establecer mecanismos
propios, más desde abajo y
menos basados en los representantes.
Plantean que hay que hablar con
y consultar a todas las redes sociales,
tanto a la gente asociada como a la
no organizada. Aparecen sistemas
para reducir los protagonismos paralizantes,
para lograr asambleas no
dirigistas (dividiéndolas en pequeños
grupos para que todo el mundo
pueda aportar), las ‘votaciones ponderadas’
para orientar las decisiones
hacia consensos, las evaluaciones
autocríticas, las dinamizaciones con
sectores no asociados, las construcciones
colectivas de auto-diagnósticos
y los talleres de propuestas concretas
y movilizadoras, etc.

Pero todo este abanico de técnicas
las han aprendido más algunos colectivos
profesionales que los propios
movimientos sociales (MM SS)
y los políticos de partidos. Es un problema.
Un/a técnico o equipo profesional
habla con un político inquieto
y acuerdan hacer algún proceso participativo.
El peso real lo llevan los
técnicos, que aplican sus metodologías.
Son como “tuertos en el reino
de los ciegos”, y aunque no lo hagan
muy bien superan con cierta facilidad
las formas tradicionales en las
que casi nadie ya confía.

Hay contradicciones entre la estructura
administrativa (no pensada
para la participación) y las nuevas
formas de metodologías de base. No
pocas experiencias se paran cuando
se cambia a la profesional o al político
que tomó la iniciativa. O bien algún
técnico/a ‘secuestra’ como propia
la experiencia en cuanto domina
algunas técnicas, sin entender la lógica
de fondo que apunta a las democracias
participativas. A pesar de todo
existen ya suficientes casos experimentados
para demostrar que estas
nuevas formas funcionan mejor
que las tradicionales en casi todas las
comunidades.

¿Y los MM SS, asociaciones y colectivos
alternativos? Hay de todo.
Los ‘herederos de la transición’
aún siguen con lo que aprendimos
en aquellos años pero sin renovarse,
y pensando que la gente tiene que ir
a las asociaciones a ver lo héroes que
ellos son, en vez de salir a escuchar
lo que hay en la calle y los nuevos
planteamientos de otras redes y sectores
no organizados.

Desde la lucha anti-OTAN, los
movimientos ‘okupas’, las radios libres,
etc., hay una nueva generación
de movimientos cuya referencia es
la globalización o mundialización
capitalista. A buena parte de los colectivos
no les basta su vanguardismo
crítico-crítico, que les puede aislar
de la gente por sus prácticas a
veces sectarias. Bastantes están
mezclándose con otros, aportando
críticas que desbordan las formas
tradicionales de aplicar la participación
ciudadana, y que así también
contribuyen a desarrollar las metodologías
participativas.

Claro que también existen bastantes
asociaciones, ONG, colectivos,
etc. ‘caza-subvenciones’. En principio
no está mal, pues el dinero público
no tiene por qué ser gastado por
una administración burocrática como
le dé la gana en base a las pocas
ideas de sus políticos. El problema
aparece cuando este medio se convierte
en el principal fin.

En un campo de colectivos y asociaciones
tan amplio hay también
otras posiciones de los ‘innovadores’
que tratan de mezclar formas tradicionales
y nuevas. Agarrar las subvenciones
y exigir transparencia y
participación colectiva en las decisiones
sobre cómo y por qué se conceden
es también un sano ejercicio democrático.
No sólo existen asociaciones
patriarcales con líderes que
ejercen como tales, no sólo existen
colectivos sectarios encerrados en
sus verdades, la mayoría intentan
otras formas aunque no sepan bien
por dónde ir.

¿Qué se puede hacer?

Entre lo/as técnicos y política/os es
más fácil que se den los estilos de
poca participación, porque sus propias
estructuras burocráticas son
patriarcales, sectarias y muy proclives
a clientelismos, corporativismos,
etc. Las metodologías participativas,
aunque hoy puedan llegar desde instancias
oficiales o profesionales, tienen
mucho más sentido si provinieran
desde los propios MM SS. Si se
frenan o desnaturalizan es sobre todo
porque los MM SS no las están
reclamando, y no han mostrado que
son caminos que pueden llevar a las
democracias de base.

Todas las metodologías ‘nuevas’
en realidad son sistematizaciones
aprendidas en los propios MM SS,
que es donde han nacido. Profesionales
en contacto con los movimientos
han contribuido a esta tarea, y
por eso se han ido conociendo más
en medios técnicos que entre la ciudadanía.
Es imprescindible que los
movimientos se doten de sus propios
sistemas de reflexión y auto-formación.
En la colaboración entre movimientos
sociales y profesionales concienciados
hay una gran potencialidad
que ya se demostró, para otras
finalidades, en la transición política.

Ante la confusión de políticos,
profesionales y las propias asociaciones,
los movimientos pueden proponer
sus propias estrategias sobre
la participación con mayor legitimidad
que nadie. Son quienes pueden
desbordar creativamente a las burocracias
y elitismos, como lo han hecho
históricamente. El que haya algún
político y algunos profesionales
que sean sensibles a esto no es lo común:
los políticos defienden su representatividad
como exclusiva y como
si no hubiese otras legitimidades
que la del voto. Y es normal que los
profesionales defiendan su puesto
de trabajo como si sólo ellos supieran
del tema. Son los movimientos
quienes tienen que recordarles que
deben estar al servicio de las necesidades
construidas colectivamente
por la gente, como se defiende en las
democracias participativas.

Es un largo camino que se inició
en todo el mundo con el cambio de
siglo. La generación del ‘68 dio algunos
pasos en la dirección de superar
las democracias elitistas tanto como
criticar las burocracias de planificación
estatalista. Hoy, en algunas democracias
latinas, al modo de Porto
Alegre o Cotacachi; o en la India con
el modelo de Kerala y otros, van apareciendo
nuevos referentes, y el FSM
ha sido capaz de mostrar que algo se
está moviendo. Es un camino lleno
de trampas, incierto pero creativo.
Es el escenario para las luchas políticas
y sociales de este siglo, y en el
que, nos parece a algunos, que vale
la pena implicarse e innovar con los
colectivos que apuestan por ello.

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