Alternativas a la crisis hegemónica en América Latina

En América Latina se encuentran ocho gobiernos que se declaran progresistas
y de izquierdas. Hoy han de lidiar con la crisis y la nueva política exterior estadounidense.
Entre ellos, varios plantean como salida otro modelo de relaciones
que ponga en duda el libre mercado, construyendo otra integración. Analizamos
la situación del continente y los retos que afronta.

20/05/09 · 0:59
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El irremediable declive de
los Estados Unidos como
potencia hegemónica en
América Latina abre un
abanico de posibilidades entre la
transición hacia un nuevo sistema
y las continuidades con mínimos
maquillajes. Como telón de fondo,
la pugna por imponer una nueva
hegemonía regional.

Bajo la administración de George
W. Bush, la erosión de la hegemonía
estadounidense en la región,
que ya era evidente en los ‘90, se
aceleró con una increíble rapidez.
Apenas una muestra: en 1994, en la
Cumbre de las Américas, EE UU logró
que los 34 países de la región
firmaran su adhesión al proyecto
del ALCA. Pero una década después,
en la Cumbre de Mar del Plata
de 2005, los países del Mercosur
y Venezuela echaron por tierra la
pretensión de Bush de crear un
área de libre comercio desde Alaska
hasta la Patagonia.

Las grandes empresas que operan
Por el momento, ninguno de los
países ha tomado medidas que supongan
una clara ruptura con el
modelo neoliberal. Se está buscando
fortalecer el comercio, evitar el
proteccionismo, diseñar planes de
obras públicas para paliar el desempleo
y relanzar el crecimiento.
Brasil anunció un vasto plan de vivienda
que prevé construir 12 millones
de casas en 15 años con una
inversión de 123.000 millones de
dólares. Medidas de este tipo,
apuntaladas por los planes sociales
como Bolsa Familia, tienden a impulsar
los mercados internos cuando
las exportaciones se derrumban.
Salvo los seis países que integran
el ALBA (Alternativa Boliviariana
de las Américas), nadie más está
cuestionando el libre comercio, piedra
angular del modelo vigente. Ya
no se habla del Banco del Sur que
puede armar una arquitectura financiera
diferente, ni del Gasoducto
del Sur que puede colocar los
hidrocarburos al servicio del desarrollo
endógeno. Si una región
que busca su autonomía y que
cuenta con ocho de diez gobiernos
que se proclaman progresistas y de
izquierda, no es capaz de cuestionar
el modo de comerciar asentado
en la rapiña, no parece claro ni
quiénes ni cuándo podrán hacerlo.
A estas limitaciones de los gobiernos
debe sumarse que la potencia
que está emergiendo en
sustitución de EE UU, tiene actitudes
hegemonistas y está firmemente
anclada en el neoliberalismo.
El director de la edición brasileña
de Le Monde Diplomatique
nos recuerda que las ofertas de financiación
de la banca estatal brasileña
a países vecinos para obras
públicas “van acompañadas de la
condición de que sean empresas
brasileñas las ejecutoras de los
proyectos y que el material empleado
en las obras sea comprado en
Brasil”. El modelo de integración
regional y los megaproyectos de
infraestructura están diseñados a
la medida de la burguesía de Sao
Paulo, una de las diez más poderosas
del mundo. El principal riesgo
que corre América Latina es
que la suma de crisis y progresismo
resulten en un modelo idéntico
maquillado con otros colores.
en América Latina tienen ahora
otros nombres y otros propietarios:
las mexicanas Cemex y América
Móvil, propiedad del multimillonario
Carlos Slim; las brasileñas
Embraer, que compite con Boeing
y Airbus en el mercado mundial, la
minera Vale do Rio Doce y la petrolera
Petrobras, entre las más conocidas.
Por primera vez en cinco siglos,
los estados de la región y las
empresas locales están desplazando
a las extracontinentales.

Y en eso, llegó la crisis

El panorama regional no puede
abordarse como un todo homogéneo.
La crisis global vino a mostrar
y acelerar las diferentes tendencias
que se mueven en la región.
Centroamérica parece destinada a
seguir aferrada a la relación bilateral
con Washington, más allá de los
triunfos electores de la izquierda en
Nicaragua y El Salvador. En tanto,
México se debate en una profunda
crisis institucional por la imposibilidad
de poner cierto orden en el caos
y la corrupción, avivados desde que
el presidente Calderón lanzó su guerra
contra el narcotráfico, que según
todos los análisis está perdiendo, y
que puede desembocar en un golpe
de Estado militar o en formas más o
menos disfrazadas de intervención
estadounidense.

La idea de que en poco tiempo
México pueda convertirse en un
‘Estado fallido’ se está convirtiendo
en un dolor de cabeza para
el Pentágono y la Casa Blanca,
de mayor envergadura incluso
que sus ya importantes problemas
en Afganistán, Pakistán,
Irán e Iraq. En Washington se especula
con alguna forma de intervención
directa para apuntalar
un gobierno cada vez más dependiente
de las fuerzas armadas,
que se están convirtiendo en
el verdadero poder en el país.

Más al sur

Pero es en la región sudamericana
donde se están registrando los
cambios más profundos y de más
largo aliento. En el terreno de la integración,
la construcción de la
Unión de Naciones Suramericanas
(UNASUR) representa un desafío
a la hegemonía de potencias extraregionales,
ya que está llamada a
viabilizar dos hechos que pueden
ser irreversibles desde el punto de
la vista de la construcción de una
nueva hegemonía intra-regional: la
IIRSA y el Consejo de Defensa
Suramericano.

La Integración de la Infraestructura
de la Región Suramericana
(IIRSA) en base de una docena de
corredores multimodales que unirán
el Pacífico y el Atlántico con un
costo en obras de infraestructura
de 600.000 millones de dólares,
puede contribuir a aliviar los efectos
de la crisis mundial en la región
y relanzarla como nuevo polo
de acumulación mundial de capital.
En segundo lugar, la creación
del Consejo de Defensa Sudamericano
(CDS), el 10 de marzo
de 2009 en Santiago de Chile, un
año después del ataque de Colombia
a un campamento de las FARC
en suelo ecuatoriano, revelan la
magnitud del desplazamiento, no
sólo de Washington, sino del Norte
en la región.

Los aliados de EE UU tienen cada
vez menos peso y sus iniciativas,
como el Plan Colombia y toda
su política antidrogas, cuentan cada
vez con menos legitimidad. En
poco tiempo el Gobierno de
Barack Obama deberá revisar a
fondo su intervención militar en
Colombia y encontrar nuevos modos
de vincularse con una región
donde tiene ya menos peso que
Brasil, la nueva potencia emergente.
Un dato muy elocuente es que
en 2006 Venezuela gastó cinco veces
más en ayuda a los países latinoamericanos
que EE UU, lo que
revela la magnitud del declive de
la ex superpotencia y de su capacidad
de influenciar en los gobiernos
sudamericanos.

Por último, en la reciente “combocumbre”
de Bahía, como Rafael
Correa bautizó la cuádruple reunión
del Mercosur ampliado, el
Grupo de Río, la UNASUR y la
Cumbre de América Latina y el Caribe,
que reunió a 33 países en diciembre,
se diseñaron caminos que
excluyen a EE UU y Canadá, pero
incluyen a Cuba.

Debates pendientes

Por el momento, ninguno de los
países ha tomado medidas que supongan
una clara ruptura con el
modelo neoliberal. Se está buscando
fortalecer el comercio, evitar el
proteccionismo, diseñar planes de
obras públicas para paliar el desempleo
y relanzar el crecimiento.
Brasil anunció un vasto plan de vivienda
que prevé construir 12 millones
de casas en 15 años con una
inversión de 123.000 millones de
dólares. Medidas de este tipo,
apuntaladas por los planes sociales
como Bolsa Familia, tienden a impulsar
los mercados internos cuando
las exportaciones se derrumban.

Salvo los seis países que integran
el ALBA (Alternativa Boliviariana
de las Américas), nadie más está
cuestionando el libre comercio, piedra
angular del modelo vigente. Ya
no se habla del Banco del Sur que
puede armar una arquitectura financiera
diferente, ni del Gasoducto
del Sur que puede colocar los
hidrocarburos al servicio del desarrollo
endógeno. Si una región
que busca su autonomía y que
cuenta con ocho de diez gobiernos
que se proclaman progresistas y de
izquierda, no es capaz de cuestionar
el modo de comerciar asentado
en la rapiña, no parece claro ni
quiénes ni cuándo podrán hacerlo.

A estas limitaciones de los gobiernos
debe sumarse que la potencia
que está emergiendo en
sustitución de EE UU, tiene actitudes
hegemonistas y está firmemente
anclada en el neoliberalismo.
El director de la edición brasileña
de Le Monde Diplomatique
nos recuerda que las ofertas de financiación
de la banca estatal brasileña
a países vecinos para obras
públicas “van acompañadas de la
condición de que sean empresas
brasileñas las ejecutoras de los
proyectos y que el material empleado
en las obras sea comprado en
Brasil”. El modelo de integración
regional y los megaproyectos de
infraestructura están diseñados a
la medida de la burguesía de Sao
Paulo, una de las diez más poderosas
del mundo. El principal riesgo
que corre América Latina es
que la suma de crisis y progresismo
resulten en un modelo idéntico
maquillado con otros colores.

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