¿Se puede plantear una jornada diferente, una manera distinta, que recoja nuestros deseos de conciliación –de familias y maestros, que también quieren conciliar– y que proteja esto tan importante?

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Las aportaciones en el número anterior de Diagonal resumieron los planteamientos básicos tanto a favor de la jornada continua como de la partida. Un punto del debate es: ¿qué pasa con los comedores escolares? ¿merece la pena reducir el tiempo que los y las niñas pasan en el cole si lo que 'recortamos' es eso?
¿Es tan importante el tiempo no académico que las y los niños pasan en el cole?
Pienso en colegios y caras en particular.
Puente de Vallecas (Madrid), 2009. Delante de su clase de 6º, A llora. Su historia familiar es dura, sus circunstancias económicas muy difíciles. Pero no llora por eso, sino porque lleva más de dos años de retraso en los estudios y no quiere que sus amigos pasen al instituto sin él.
Durante el resto del año, contra viento y marea porque la vida le ha vuelto inquietísimo, se mata a estudiar. Pasa al instituto, aunque no llega al nivel. Tres años más tarde, sus amigos, que no tienen ninguno de sus problemas, cuentan orgullosos que está en 3º de la ESO, sin haber repetido, con ellos. Le cuidan como hermanos.
¿Son tan importantes, entonces, esas horas de socialización: de comer juntos y de juego no dirigido?
Arganzuela (Madrid), 2011. Me llama un padre al que hace años que no veo. Cuando yo era maestra de su hijo, con 6 años, su hijo y B jugaban en el patio. B tenía razones más que de sobra, ya tan pequeño, para que el desconcierto y la rabia le duraran muchos años. Este papá le enganchó a un equipo deportivo con su hijo, le llevaba a todos los partidos. Y me llama 6 años más tarde porque la federación ha seleccionado al chico.
Carabanchel (Madrid), 2015. En un colegio público, la Asociación de Vecinos propone un trueque de libros. En 3º de Primaria, C levanta la mano para decir “profe, yo no puedo participar. En mi casa no hay ningún libro”. De las y los 25 de la clase, 13 alumnos están igual. En clase con ellos está D, que tiene las capacidades intelectuales más altas que he visto nunca y una familia con posibilidad de acompañarle en ellas. D explica a sus amigos todo tipo de cosas, les engancha con los misterios del espacio y les lleva a la biblioteca a inundarles de recomendaciones.
Si no hubieran estado en esos colegios, especialmente en esos patios, con esos amigos, ni A, ni B, ni C hubieran podido acceder a ciertas cosas. No tenían ninguna manera de hacerlo que no fuera a través de amigos con vidas diferentes de las suyas. Y si no hubieran estado en esos colegios, con ellos, los amigos de A, B, y C no hubieran sido los niños que eran; juntos aprendieron muchas cosas.
Y algo que leí por casualidad en The New Yorker, durante 2015: un artículo sobre familias que, tras el paso del huracan Katrina, en Nueva Orleans, tuvieron que ser realojadas en otras ciudades. Tras un seguimiento se constató que el cambio a barrios mejores –mejores servicios, infraestructuras, expectativas de estudio...– mejoraba las perspectivas de futuro de las familias como no las había mejorado ninguna otra intervención, ni económica, ni de servicios sociales, ni religiosa, ni de esfuerzo personal. Al final, se desprendía del artículo que lo que te cambia la vida es cambiar de compañías –ya lo decían nuestras madres...–.
¿Son tan importantes, entonces, esas horas de socialización: de comer juntos y de juego no dirigido?
Desde un punto de vista social, en mi opinión, son fundamentales. Creo que no existe en nuestras ciudades, con las calles atestadas de coches y discursos crispados, otro espacio como éste.
Un espacio en el que personas diferentes, que normalmente no comparten nada, conviven durante mucho tiempo cada día –creo que en el mundo rural el análisis tendría que ser otro–.
Un espacio tan privilegiado para acceder a otras visiones de vida, plantearse futuros posibles, compartir la buena suerte –cito a una maestra de Entrevías–, perder el miedo a lo no conocido. Por supuesto, es una gran responsabilidad para estos coles diversos: una tarea enorme y delicada en momentos de asedio institucional brutal. Pero también es una tarea imprescindible, en la era Trump, más que nunca.
¿Se puede plantear una jornada diferente, una manera distinta, que recoja nuestros deseos de conciliación –de familias y maestros, que también quieren conciliar– y que proteja esto tan importante? Quizás éste es el reto.
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