Nueva aportación al debate sobre los feminismos y la presencia de mujeres en espacios políticos.
Hay una actitud que a menudo se da en las discusiones que revela falta de voluntad de entenderse y debilidad teórica y que no hace progresar los debates. Se trata de cuando, en vez de tomarnos en serio la postura con la que queremos discutir, inventamos nosotros mismos a nuestro adversario, hacemos de él una caricatura y después nos satisfacemos quitándole la razón con extraordinaria facilidad.
Para eso sirve decir, en el marco de los sanos y necesarios debates feministas, que esas con quienes se discute son “neoliberales”, que “no reconocen al movimiento feminista” o incluso que “no son feministas”, para construir una imagen de tu interlocutora que hace que ni siquiera se merezca ser tenida en cuenta. Para qué íbamos a discutir los argumentos de alguien que no es feminista o no ha entendido la complicidad entre el patriarcado y el capitalismo. Sin embargo cuando uno discute con fantasmas debería tomarse menos en serio a sí mismo cuando cree que tiene razón. Los debates teóricos honestos son esos en los que no solo argumentamos nuestras propias posiciones sino también las de las otras, donde tenemos voluntad de entender, solo así discutimos realmente con alguien y no con nosotras mismas.
En el marco de un caricaturizado debate sobre la presencia de mujeres en los espacios políticos, sobre el concepto de “feminización” y sobre qué sería una apuesta decididamente feminista, Carmen Romero escribe un artículo matizado que hace el esfuerzo de entender las distintas cosas que están en juego en el cruce de estos conceptos. Me parece que su manera de distinguir, y de identificar tres cuestiones diferentes, ayuda a clarificar el debate.
En primer lugar, en efecto, está la cuestión de la presencia de las mujeres en los espacios políticos. Hablamos de una presencia cuantitativa que siempre ha preocupado al feminismo. Somos (más de) la mitad de la población y estamos infrarrepresentadas en el lugar donde se juega el poder y las decisiones colectivas. La apuesta por los mecanismos paritarios y las políticas de cuotas ha sido una batalla feminista imprescindible que aún seguimos teniendo que dar y la damos porque pensamos que no solamente es de justicia hacia las mujeres sino que es mejor para la política. Del mismo modo que no entendemos que haya una sociedad donde la mayoría de la población es negra y, sin embargo, el 90% del poder político está en manos de blancos, no entendemos que funcionen los principios de la representación cuando no hay un 50% de mujeres en los parlamentos, las instituciones y los gobiernos.
Es una cuestión de matemática básica, pero no sólo de matemática. La política misma cambia en función de si quienes la hacen son una parte minoritaria de la sociedad o si quienes la hacen representan la pluralidad de la sociedad. O lo que es lo mismo: cuando no estamos todos y todas, tampoco están todos los problemas. Una política hecha durante siglos por sujetos que no se quedan embarazados o que no se encargan de la crianza es inexorablemente una política ciega y distorsionada.
El hecho de que en muchos parlamentos de nuestro país ni siquiera esté contemplada la posibilidad de la baja por maternidad (qué decir de la de paternidad) y el voto telemático revela bastante bien quiénes han hecho la política y el porqué de que el cuidado, el sostenimiento de la vida o la precariedad laboral ligada al trabajo de cuidados, hayan sido problemas invisibles. Democratizar el acceso a la política –y esto implica dar acceso a muchos más sujetos excluidos además de las mujeres-–amplifica la mirada de la política. Este efecto, evidentemente, se produce cuando se da una verdadera entrada de quienes estaban fuera y no cuando algunas pocas tienen el privilegio de sortear los obstáculos y son unas pocas entre muchos.
Cuando solo algunas mujeres llegan a la política, puede que sean ella quienes son moldeadas por las reglas de la política, cuando muchas mujeres invaden la política es la política la que cambia.
En este sentido tendría cuidado con entender la pluralidad de los sujetos políticos como un mero “gesto” y con subestimar la importancia de la presencia de mujeres, algo que a veces tendemos a hacer cuando decimos que “para que haya mujeres como Aguirre o Merkel preferimos que haya hombres”. En realidad, es un argumento trampa que descansa en una convicción enormemente patriarcal: la de que las mujeres tenemos que demostrar nuestra excelencia para ganarnos el derecho a estar en política.
Ni siquiera cabe la posibilidad de imaginar un argumento por el cual defendiéramos que, dado que Rajoy aplica políticas de recortes, preferimos que haya una mujer, ni siquiera tiene sentido pensarlo, porque el derecho de Rajoy a hacer política no está en modo alguno ligado al uso que haga después de ese derecho. Los hombres ya tienen asegurada su presencia en el espacio público, las mujeres tenemos que prometer que vamos a “portarnos bien” para ganárnoslo.
Por eso me sumo por completo a la reivindicación de Carmen Romero del “derecho al mal” que argumentó brillantemente Amelia Varcárcel y desconfío de quienes dicen que si no hay una política feminista es mejor que no haya una mujer al frente. Yo quiero mujeres en todas partes, entre mis aliadas y también entre mis adversarias y creo que parte de la tarea de una feminista es defender un espacio político en el que, al margen de las diferencias ideológicas, se defienda el derecho de Cospedal de no tener más obstáculos para ser política que los que tiene cualquier hombre de su partido.
En segundo lugar diría que la política de cuotas es una manera de democratizar el espacio político pero que no es la única manera. Aquí creo que conviene pensar cuáles son los mecanismos de democratización de los espacios públicos que propone la teoría queer. Judith Butler, que ha dedicado su obra a pensar cómo desmontar una hegemonía androcéntrica y heterosexual, afirma que hay sujetos especialmente capaces de revelar los sesgos de la normalidad. Es decir, hay sujetos excluidos de los espacios visibles que son más capaces que otros de sacar a la luz la existencia de una normatividad.
La política, por supuesto, está monopolizada por hombres y por tanto impregnada en sus formas de androcentrismos, es decir, de formas de hacer política masculinas que pasan por maneras “normales” y que están excluyendo y dejando fuera a muchos sujetos. La política y sus espacios no solamente puede resultar incómoda para las mujeres, de hecho creo que tendríamos que preguntarnos más hasta qué punto se sienten expulsados de ella los hombres con una masculinidad diferente o los hombres “femeninos”.
Cuando se defiende la “feminización de la política” esto no quiere decir la simple presencia cuantitativa de mujeres, ni quiere decir, ni mucho menos, que queramos sustituir la normatividad masculina por una manera de hacer las cosas “propia de las mujeres”. Feminizar el espacio político es democratizarlo, es denunciar la normatividad androcéntrica que gobierna para desmontarla y para habilitar un espacio donde tengamos cabida todas y todos.
Por supuesto, democratizar la política es defender la pluralidad de formas y modos de hacer, incluyendo los de aquellas mujeres con formas “masculinas”. Ahora bien, lo que orada y dinamita la masculinidad de la política es hacer aparecer lo raro y anómalo y creo que eso no lo hacen comparecer las mujeres más masculinas, por mucho que defendamos su legítimo derecho a ser una sujeto más.
Deconstruye mucho más los cánones imperantes la llegada de maneras de hacer las cosas que no encaja con las formas tradicionales y creo que, en ese sentido, es pertinente defender la feminización de la política que pueden representar muchas mujeres y, quizás incluso más aun, muchos hombres con otras masculinidades. Porque hay en el mundo un orden patriarcal tiene sentido ser feminista y porque en la política impera una hegemonía masculina en sus modos y sus gestos tiene sentido feminizarla.
En tercer lugar, por supuesto, ni defender la presencia de mujeres, ni defender que tiene sentido visualizar maneras no masculinas de hacer política es dejar de defender los compromisos feministas y las apuestas políticas. Quienes quieran oponer la feminización al feminismo estarán construyendo falsas disputas.
El feminismo de Podemos siempre ha apostado por la defensa del movimiento feminista y por entender como su tarea la traslación de esas demandas a los espacios institucionales. Porque venimos del movimiento y porque hemos participado y formado parte del movimiento del 7N, por ejemplo, hemos incorporado sus exigencias a un programa que ha recogido lo que las feministas llevamos trabajando desde hace años y a un discurso que ha apostado por la denuncia de todas las formas de “violencias machistas”.
Si Podemos ha introducido en el debate político el problema de los cuidados es porque ha llevado a documentos de estrategia política los análisis de la economía feminista. Es desde esas maneras radicales e integrales de entender la vinculación y solidaridad entre el neoliberalismo y el patriarcado como hemos construido un feminismo que impugna las políticas de austeridad como políticas contra las mujeres y que denuncia la estafa de un partido socialista que siempre ha querido diferenciar las políticas económicas de las políticas feministas.
Ahora bien, porque somos feministas y queremos una sociedad que garantice los derechos de la mitad de la población, sabemos que necesitamos una política donde esté representada la mitad de la población. Por eso, porque somos feministas, queremos acabar con las cuotas masculinas y los techos de cristal que existen tanto en la sociedad como en la política, queremos también deconstruir la hegemonía testosterónica y el androcentrismo que impera en las formas de hacer política.
Porque queremos democratizar el espacio público queremos enseñar y visualizar lo que nunca se ha hecho visible: que modos no masculinizados, tanto de mujeres como de hombres, son perfectamente compatibles con la contundencia y la firmeza. Porque somos feministas queremos hacer visible lo que el patriarcado ha dejado fuera: queremos ver a más mujeres, queremos tener en el centro las políticas feministas y queremos hacer emerger maneras de hacer política que no refuercen los estereotipos androcéntricos y los cánones masculinos.
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