El bloqueo que parecía condenarnos a terceras elecciones ha desaparecido y la crisis de régimen se declina hacia un repliegue del régimen del 78.
inforelacionada
En política hay semanas en que se precipitan las decisiones y semanas en las que no pasa nada. Acabamos de vivir una semana de las primeras; una semana marcada por una triple coyuntura: la crisis del PSOE, la moción de confianza en Catalunya y el resultado electoral definitivo en Euskadi. Resultado: el bloqueo que parecía condenarnos a terceras elecciones ha desaparecido y la crisis de régimen se declina hacia un repliegue del régimen del 78.
En Euskadi, el PNV pierde el escaño que le permitía forjar una ‘coalición mínima vencedora’ con PP o PSOE. Ahora, esa pérdida confiere a Podemos la posición decisiva, ya que puede repartir ‘más poder entre quienes son menos y guardan menos tensión ideológica’. Al caer la alternativa PNV+PSOE –o PNV+PP– la preferencia pasa a ser PNV+Podemos, seguida por PNV +EH Bildu y PNV +PP+PSOE.
Dado que, además, la elección del lehendakari en segunda vuelta está asegurada, acaso lo más interesante del resultado final no esté en las complicaciones de la gobernabilidad vasca, cuanto en que han trazado una disyuntiva para el PNV muy clara: Podemos o la Gran Coalición. Con ello, la tensión plurinacional se refuerza en territorio vasco.
Al igual que en Euskadi, en Catalunya la semana ha sido decisiva. Hemos podido ver al independentismo retroceder a la casilla del referéndum por obra de la moción de confianza. La ausencia de fuerza de ley –o desobediencia efectiva– para poder llevar a cabo cualquier modalidad de ‘desconexión’ ha situado al Parlament ante sus propios límites constitucionales y al independentismo ante su incapacidad de avanzar, unilateral, hacia ninguna parte dentro de la gobernanza europea y el régimen del 78.
Pese a la creatividad retórica de los ideólogos del Procès –capaces de ir renovando significantes a cada poco (referéndum, consulta, proceso participativo, Referéndum Unilateral de Independencia...)–, la ‘Autonomía de lo Político’ tiende aquí a confundirse con la de lo ideológico. Como si el plano de consistencia, la congruencia discursiva, la pragmática de las situaciones o las bases materiales del poder nada tuviesen que ver con la efectividad de la estrategia. No sorprende que la herderiana teleología de la Nación abocada a devenir Estado haya topado con su límite en el propio poder constituyente, ajeno por completo al solipsismo identitario. Para no perder centralidad, lógicamente, el independentismo –CUP incluida– ha regresado a la casilla referéndum.
Por último, la crisis del PSOE ha sido la sacudida que ha desbloqueado la situación. Aunque no ha hecho más que empezar, se esbozan ya algunos de sus efectos más preocupantes: el primero y más evidente, el desarme y entrega incondicional a Rajoy de las llaves de la investidura. El segundo, la apuesta estratégica por un cierre sobre un proyecto resimetrizador y centralista en lo plurinacional y neoliberal en lo económico y social.
Pedro Sánchez ha hecho buena aquella frase que se cuenta Gorbachov dijo a Honecker antes de caer el Muro: “Al que llega tarde, la vida le castiga”. El 20D le dio una mayoría social, democrática y plurinacional. La fallida apuesta por Ciudadanos, sin embargo, se volvió a actualizar el 26J. Y a pesar de algún tímido guiño para explorar un gobierno alternativo, Sánchez se dejó hacer. Rajoy amenaza ya a los socialistas con convocar elecciones si no se le inviste a medida y El País, desaforado tras su éxito, urge recortes.
Frente a esto hay que pensar cómo podemos generar oportunidades de movilización social. Ni parapetados y parapetadas en las instituciones, ni intentando remplazar las calles se amplía el horizonte de ruptura democrática.
comentarios
0