Opinión
Hacia el partido-movimiento: organizarnos en tiempos de cambio

La llegada de nuevas formaciones políticas a ayuntamientos, comunidades y al parlamento español, que se reclaman herederas de la movilización social –15M, mareas, etc.– coloca en el centro del debate el problema de la organización. En concreto, la necesidad de dotarnos de modelos organizativos que aborden desafíos urgentes: desborde de la forma partido tradicional, despliegue instituyente hacia lo social, inhibición de tendencias burocráticas y centralistas, creación de mecanismos que promuevan la democracia y la pluralidad internas, etc. Aportamos la primera de una secuencia de tres aportaciones sobre el tema.

, enlace de organización de Podemos Andalucía en Málaga y dinamizador del trabajo territorial de Málaga Ahora. @NicoSguiglia
18/09/16 · 13:27
"Marcando bancos" / Horrapics

Tras el fecundo proceso de creación organizativa, los éxitos cosechados en el breve ciclo electoral y los desafíos abiertos en el ámbito institucional, resulta indispensable abordar un debate político y organizativo para afrontar una nueva fase. El ya mentado paso de la ‘guerra de movimientos’ a la ‘guerra de posiciones’ o de ‘la máquina de guerra electoral al movimiento popular’ debe transformarse en hipótesis y líneas de actuación concretas.

El presente artículo son tan sólo unos apuntes que buscan contribuir al debate sobre la fórmula ‘partido-movimiento’ y la necesidad de dotarnos de modelos organizativos que aborden algunos desafíos considerados urgentes: desborde de la forma partido tradicional, despliegue instituyente hacia lo social, inhibición de tendencias burocráticas y centralistas, creación de mecanismos que promuevan la democracia y la pluralidad internas, articulación y construcción de una hegemonía ‘en común’ con otros actores, etc.

Se trata de problemas o tensiones que no son novedosos, la novedad es la oportunidad de cambio social y político que vive nuestro país. Por ello el problema de la organización debe ser afrontado de forma democrática y productiva, traduciendo sus conclusiones en orientaciones y líneas de actuación. No hay tiempo ni deseo de cambio que perder.

Partido plebeyo e institucionalidad de clase

En el debate sobre la fórmula partido-movimiento resulta conveniente revisitar la historia y analizar la experiencia de aquellas organizaciones políticas que consiguieron un enorme impacto sobre la política institucional al tiempo que articulaban procesos de participación política de masas. La articulación entre disputa del poder político y la vertebración organizativa de amplios sectores sociales ha tenido traducciones prácticas bastante exitosas en el marco europeo.

La hipótesis, que excede los objetivos de este artículo, es realizar un análisis institucional de algunas experiencias poniendo en el centro dinámicas expansivas que desbordaron los límites de la forma-partido. No se trata de negar las contradicciones, cierres burocráticos o fracasos de muchas de estas experiencias –tan extensamente teorizados desde diferentes ámbitos– sino de atender a aquellos dispositivos que les permitieron combinar el trabajo institucional con una apertura y vertebración con lo social.

Se trata de problemas o tensiones que no son novedosos, la novedad es la oportunidad de cambio social y político que vive nuestro país

Los casos del Partido Socialdemócrata alemán entre 1890 y 1930, el Partido Comunista Italiano de posguerra o la formación del laborismo inglés son tan sólo algunos ejemplos cercanos de organizaciones que combinaron, durante cierto tiempo, una función representativa con una función instituyente compleja y expansiva, articulando la forma-partido con una galaxia de experiencias organizativas forjadas en el seno del movimiento obrero.

En todas estas experiencias encontramos un proceso de construcción hegemónica en la que los grandes partidos convivieron con otras instituciones obreras como sindicatos, centros culturales y locales sociales de todo tipo, periódicos, equipamientos sanitarios y educativos, clubes deportivos, cooperativas, etc. Los sectores obreros y populares no sólo contaban con un partido que los representaba –de forma cada vez más exitosa y con importantes logros legislativos– en las instituciones sino que participaban de un entramado organizativo extenso y capilar que  a atravesaba la vida –dentro y fuera de los lugares de trabajo–, transformando la población trabajadora, dispersa y fragmentada, en una clase organizada y con una cultura propia. El desafío político de entonces –al igual que ahora– no era sólo ‘representar’ a una nueva mayoría sino instituirla, articularla, dotarla de una vertebración organizativa.

La formación de ese actor mayoritario y hegemónico –al menos en Occidente durante más de un siglo– llamado ‘clase obrera’ se desarrolló mediante dos procesos estrechamente interconectados. Por un lado la emergencia de una identidad colectiva y una conciencia de clase forjada mediante la unificación o articulación de intereses entre todos los grupos diversos de la población trabajadora –mucho más heterogénea de lo que se cree– y contra los intereses de otras clases. Por otro lado el desarrollo de formas de organización política, social y sindical que se tradujo en una tupida red de instituciones obreras socialmente arraigadas pero también, según el historiador de E.P. Thompson, en “tradiciones intelectuales obreras, pautas obreras de comportamiento colectivo y una concepción obrera de la sensibilidad”.

Este proceso de maduración y extensión organizativa queda reflejado en el paso de las sociedades populares de orientación jacobina a la proliferación de sociedades de socorro mutuo y la formación de trade unions en prácticamente todos los asentamientos obreros, lo que produjo “una alteración radical de las actitudes subpolíticas del pueblo”. Sólo cuando las ideas y programas de la tradición jacobina y los reformadores plebeyos lograron articularse con el proletariado sansculotte se logró componer, mediante una nueva institucionalidad y el ejercicio de lo que podríamos denominar un ‘socialismo populista’, un proceso de subjetivación política que cambiaría la historia.

Un partido-movimiento debe otorgar un lugar central a la creación de una institucionalidad popular que exceda a las funciones de representación y buscar una articulación permanente entre las expresiones contemporáneas de aquellos jacobinos, reformadores plebeyos y sansculotte. El nivel de protagonismo de los sectores plebeyos y populares y la capacidad de desbordar y exceder a las vanguardias jacobinas son buenos indicadores tanto de la salud de una organización política como de la potencia de un proceso de cambio político y social.

Partido en movimiento y sindicalismo social

A la hora de caracterizar la idea de ‘movimiento’ conviene ir más allá de las experiencias y teorizaciones enmarcadas en los llamados ‘nuevos movimientos sociales’ y extraer algunos rasgos de la forma-movimiento que pueden ser útiles para el debate organizativo actual. En primer lugar, la forma-movimiento señala ante todo la existencia de una multiplicidad de instancias organizativas que, en relación con la forma-partido, presentan mayores cotas de plasticidad, dinamismo, informalidad y descentralización. En segundo lugar, se caracteriza por un tipo de acción y organización colectiva fundamentalmente extra-institucional y que, si bien puede producir impactos en la forma-Estado y las políticas públicas, no tiene como objetivo central la participación en los órganos de representación política sino una vertebración organizativa de lo social.

El nivel de protagonismo de los sectores plebeyos y populares y la
capacidad de desbordar a las vanguardias jacobinas son buenos
indicadores de la
potencia de un proceso de cambio

En tercer lugar y estrechamente vinculado a lo anterior, la forma-movimiento se ha especializado en una política situacional, que busca desplegar o fortalecer la potencia de autoorganización de los sujetos afectados por una determinada problemática. Este trabajo en situación, que tiene su revés en un excesivo particularismo o sectorialización, ha permitido enriquecer y profundizar el conocimiento sobre los múltiples mecanismos de dominio y explotación pero también sobre las formas de resistencia y subjetivación política –pensemos la contribución del movimiento feminista o anticolonial por poner tan solo dos ejemplos–. Ha permitido a su vez a que sea en la forma-movimiento donde se han producido mayores niveles de innovación –organizativa, técnica, comunicativa, etc.– y donde se han ensayado prototipos organizativos capaces de adaptarse y anticiparse en muchos casos a los cambios sociales y subjetivos en curso.

Una vez más, no se trata de negar los innumerables problemas y limitaciones que existen en la ‘hipótesis movimentista’ ni la tendencia a la institucionalización, la marginalidad o la evanescencia que han acompañado a los movimientos sociales. La propuesta es pensar la relación partido/movimiento en términos de articulación y ensamblaje y no de dicotomía o disyunción. El desafío es ensamblar las piezas de la forma-partido y la forma-movimiento, abordando la relación desde un análisis institucional o maquínico interesado ante todo en su funcionamiento, sus dispositivos y su adaptabilidad a los objetivos y actores presentes en el actual momento político. Desde esta perspectiva, resulta indispensable analizar y extraer saberes organizativos de muchas experiencias de movimiento.
 

Como demuestra la historia, cuando el capital avanza y deja de someterse al mando democrático, la vida –incluido el planeta– se vuelve precaria y vulnerable. No es casual que las situaciones en las que se han articulado movimientos en los últimos años estén atravesadas por la desposesión y la precarización, rasgos centrales de la regulación neoliberal del conflicto capital-vida. Lo que estos movimientos señalan son escenarios donde existe una disputa, viva y encarnada, por el significante democracia y la orientación de las políticas públicas: luchas por la vivienda; en defensa de la sanidad, la educación y otros servicios públicos; galaxia de micro-conflictos entorno al paro, la exclusión y la desregulación laboral; demandas y conflictos vinculados a la democracia urbana; redes por la defensa de los comunes –naturales o digitales–,etc.

Un partido-movimiento debe habitar e intervenir en estas situaciones porque en ellas se juega la vida. Y para ello debe incorporar dispositivos más propios del mejor sindicalismo, las mareas, la PAH, las asociaciones vecinales y las redes, que de los partidos políticos tradicionales. En la actual ofensiva neoliberal sobre la vida el partido-movimiento tiene que ser capaz de articularse también como un sindicato social, combinando funciones de asesoramiento, organización, conflicto, negociación colectiva y defensa y ampliación de derechos.

El desafío de crear y fortalecer procesos de organización frente a la precarización y forzar una tendencia expansiva de los salarios directos e indirectos es una cuestión inaplazable. Sabemos que para construir una nueva mayoría no bastará con buenos y honestos representantes institucionales. Necesitamos una sociedad abigarrada que acompañe y protagonice, desde múltiples situaciones y escenarios, el proceso de cambio social en curso, para lo cual precisamos de modelos organizativos que sepan ensamblar de la forma más virtuosa posible los mejores dispositivos de la forma-partido, la forma-sindicato y la forma-movimiento.

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