La falta de 'saber hacer' democrático –que también alcanza a la izquierda y los actores de la nueva política– y la hegemonía del discurso estatalista y centralista en detrimento de relatos más federalistas y posnacionales explican, en parte, el actual atasco y retroceso en el ciclo de cambio político que pareció abrirse en 2011.

En un reciente encuentro de reflexión activista en las vegas del Guadiana, el profesor Julio Martínez aconsejaba que, para entender la actual coyuntura política, lo mejor era apagar la tele e ignorar la prensa. Y en su lugar, estudiar la historia del siglo XIX español, es decir, la historia de la incompleta revolución liberal y la construcción anómala del Estado moderno.
En aquella conflictiva etapa ya podemos rastrear los antagonismos colectivos y conflictos que a la postre han impedido la renovación y regeneración de las élites y la formación de un gobierno que gestione la actual crisis multidimensional y sistémica.
Hay dos ejes de reflexión que pueden sernos fértiles para diagnosticar nuestro presente: este país carece de cultura y tradiciones democráticas porque, de hecho, sólo ha conocido dos breves experiencias de eclosión y ruptura democráticas, la I y II República, y ambas acabaron violentamente.
El resto de los últimos dos siglos de historia este país ha vivido bajo regímenes que, aun invocando nominalmente el derecho y la democracia, ni siquiera eran democracias representativas formales sino formas de gobierno despótico y corrupto de unas élites con demasiados elementos ideológicos y sociológicos del Antiguo Régimen. El Régimen del 78 en ese sentido se inscribe en esta tradición de "democracias otorgadas", un régimen borbónico.
La otra línea de reflexión a explorar es que todos los intentos de recomponer las hegemonías y posibilitar gobiernos estatales de sólida mayoría parlamentaria chocan con la cuestión territorial que también heredamos.
Esto nos remite a la pugna entre las dos almas del movimiento democratizador y de la izquierda peninsular: la jacobina y la federal, la autoritaria y la libertaria.
Del alma jacobina bebe ese 'populismo nacionalista español' que cala hondo incluso entre los votantes de izquierda del sur y centro peninsular, y que ve en los nacionalismos periféricos un enemigo incluso de clase.
Del alma federal y libertaria emana otra lectura, a mi juicio más útil, solidaria y amable: en el laberinto español los nacionalismos periféricos han sido históricamente aliados objetivos de los movimientos democratizadores tanto en la I como en la II República, y hoy también deberían volver a ser aliados en la "larga marcha" del proceso de transformación del Estado y de regeneración democráticas.
La falta de 'saber hacer' democrático –que también alcanza a la izquierda y los actores de la nueva política– y la hegemonía del discurso estatalista y centralista en detrimento de relatos más federalistas y posnacionales –que ídem–, explican en parte el actual atasco y retroceso en el ciclo de cambio político que pareció abrirse en 2011.
Hay que reconocer que las élites han logrado una efectiva despolitización de masas por la vía de la inflación del espectáculo de la política representativa
Es lógico que se viva el actual momento con desánimo y cansancio. Hay que reconocer que las élites han logrado una efectiva despolitización de masas por la vía de la inflación del espectáculo de la política representativa.
Pero si esta decepción actual sirve para disipar la ilusión de que sólo se puede cambiar el orden de las cosas por la sola vía institucional, y sirve también para superar la tentación caudillista y populista tan frecuente en nuestra tradición política, entonces será un retroceso útil.
Un aprendizaje precioso para volver a la más fértil raíz democrática, plurinacional, libertaria, comunitaria y ahora también feminista y ecologista.
Tenemos, pues, motivos para la desilusión, pero la cuestión es cómo a partir de lo mucho conseguido en esta derrota –el municipalismo, las redes tejidas tras el 15M, los artefactos políticos que han puesto en tantas dificultades al bipartidismo– trabajamos la esperanza de que este momento se leerá en el futuro como el punto en que volvimos a reconectarnos con la onda larga de las luchas históricas por la emancipación.
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