El reto de otra institucionalidad

El campo de la ruptura, bajo cuyo despliegue se articulan hoy Podemos y sus confluencias, ha entrado en una nueva etapa marcada por el cambio de ritmo. Pero salir del frenesí electoral no supone el dejar de profundizar en las crisis del régimen.

, politólogo, editor y diputado en el Congreso
19/07/16 · 1:33

El campo de la ruptura democrática inaugurado por el 15M, y bajo cuyo despliegue se articulan hoy Podemos y sus confluencias, ha entrado en una nueva etapa marcada por el cambio de ritmo. A diferencia del frenesí electoral y el recurso constante a la excepción, llega el momento de avanzar en las prácticas instituyentes que hagan posible un cambio efectivo en las estructuras del régimen, profundizando por un lado en su democratización, a la par que se generan las condiciones para un reforzamiento del protagonismo social.

La crisis que desencadena el 15M es una triple crisis. A saber: es crisis de legitimidad como expresó el grito destituyente “¡no nos representan!”. Lo es también del marco institucional, con el fin del bipartidismo y la partitocracia, el modelo territorial, etc. Pero, sobre todo, es tanto más profunda por cuanto ha alcanzado a ser una crisis de institucionalidad, esto es, un cuestionamiento profundo de la naturaleza de las instituciones.

Dicho de otro modo, no es sólo que la legitimidad del régimen y su marco institucional estén en crisis –algo hasta cierto punto algo resoluble por el propio régimen–. El problema de fondo –que acompaña al 15M y lo sigue proyectando– es que plantea la propia crisis material sobre la que se sostenían las instituciones y el diseño institucional del régimen. Sin atender a esta triple crisis existe el riesgo conocido de la cooptación lampedusiana y/o fin de la oportunidad en que se ha podido efectuar el fin de bipartidismo. O en otras palabras: el peligro de acabar en síntoma y no en solución de la crisis del régimen.

Existe el riesgo conocido de la cooptación lampedusiana y/o fin de la oportunidad en que se ha podido efectuar el fin de bipartidismo

Podemos y confluencias abordan así un reto que no encuentra solución en sus propios límites, sino que se ha de abrir más allá, hacia una sociedad que sigue observando como se ahondan el abismo entre la constitución formal del régimen y la constitución material de la vida diaria. No vale ya la épica del 'asalto a los cielos' o la Blitzkrieg electoral. Toca más bien una 'larga marcha através de las instituciones'; no es hora tanto del gesto audaz como de instaurar los hábitos de una praxis duradera.

Es preciso distinguir dos claves que se están empezando a manifestar: por una parte, el ensanchamiento limitado del campo institucional del régimen. Como queda de manifiesto en el debate sobre la constitución de las cámaras –Mesa del Congreso, comisiones, etc.– está claro que el parlamentarismo se reaviva como arena política. Pero a un tiempo, por efecto de esa misma reactivación, origina reacciones defensivas –bloqueo de Podemos en la lectura restrictiva del reglamento, negación de grupos parlamentarios, etc.–. En ese terreno y solo en ese terreno hay sin duda una batalla por dar, pero también una limitación más que notable. Al fin y al cabo es una arena política prefigurada por el propio régimen.

Por otra parte, de mucha mayor dificultad y sin embargo tanto más decisiva, nos encontramos la interacción entre los movimientos y los grupos parlamentarios. Esta dimensión requiere a su vez dos factores para lograr una oposición existosa: 1) la mejora de la propia organización y de las relaciones con terceros, así como con las instituciones del régimen; y 2) la adecuación lobbística de los movimientos a una interacción que vaya más allá de la expresión de descontento y confiera cuerpo social al gesto de ruptura democrática con el régimen. Si ambos factores se conjuntan, la larga marcha promete los cielos; y lo que es mejor: la tierra que queremos.

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