Por otro planteamiento urbanístico
Durante los años del boom inmobiliario, el desarrollo residencial y urbano alcanzó los mayores índices registrados desde los 60. Cuando la burbuja estalla, la dimensión que los procesos habían alcanzado queda patente también en sus consecuencias. Además del incremento de las ejecuciones hipotecarias y los desahucios, el territorio queda plagado de cadáveres: la acumulación de un patrimonio edificado que no ha sido nunca utilizado, desarrollos urbanísticos a medio ejecutar e infraestructuras sobredimensionadas y sin uso.
Y los efectos se extienden más allá: según los datos del Ministerio de Fomento, sólo en las áreas urbanas España cuenta actualmente con suelo clasificado con capacidad para 3,5 millones de nuevas viviendas, superficie suficiente para absorber el crecimiento urbano de los próximos 45 años, y situada en entornos donde no es previsible ningún incremento de demanda.
La crisis es una oportunidad para repensar qué ciudad queremos
Por si esto fuera poco, las previsiones del INE sobre la evolución de la población estiman un importante descenso a corto y largo plazo: España perdería algo más de un millón de habitantes en 2029 y unos 5,6 millones en 2064.
Sin embargo, el sector ya había encontrado dentro del tejido urbano central de la ciudad una forma de mantener viva la rentabilidad de la actividad inmobiliaria, por lo que dicha revisión parece tener más que ver con buscar soluciones para el sector económico que con las demandas sociales.
No basta con el modelo de ciudad, es imprescindible definir una nueva estrategia de desarrollo local
Además, el nuevo modelo urbano debería ser el contexto en el que se renegociaran todas las operaciones producto de la burbuja, evitando caer en la trampa de devolver la rentabilidad económica a desarrollos que habían perdido su razón de ser, o permitiendo que los suelos en los que se preveía la expansión de la ciudad queden en barbecho esperando a que la coyuntura se vuelva de nuevo favorable.
El modelo de ciudad debe ser un proyecto colectivo que responda al conjunto de necesidades, problemas y oportunidades que los habitantes del espacio urbano sufren a diario. Desde una visión global y un diagnóstico integral de los procesos económicos, ambientales y sociales, el modelo urbano deberá dar solución a una única pregunta, qué ciudad queremos habitar: ¿Un producto turístico? ¿Una ciudad competitiva donde el sector económico pueda utilizar a los ciudadanos como mano de obra barata? ¿Un conjunto de edificios y solares con los que especular? ¿O una ciudad que permita el desarrollo de la vida ciudadana en condiciones suficientes de dignidad y calidad?
La crisis es una oportunidad para repensar qué ciudad queremos, reequilibrar los barrios y solucionar las carencias de las áreas olvidadas. Es urgente: debemos llegar antes de que el sector inmobiliario traslade definitivamente sus formas de hacer a la ciudad habitada.
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