Hace falta una formación en democracias participativas, que no se consigue en pocos meses.
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A un año de las elecciones municipales que significaron la gran apuesta por el cambio en muchos ayuntamientos, aún se ven pocos signos transformadores. Lo que más se ha notado son los ataques de la ‘derechota’ por haberla desalojado de sus feudos, donde la corrupción inmobiliaria reinaba con descaro. Los medios al servicio del sistema contraatacan, y muestran la inexperiencia de los nuevos concejales. Este trato debía saberse de antemano y estar preparados; parece que se ha olvidado la necesidad de movimientos sociales y circuitos paralelos de movilización, que contrarresten las informaciones tendenciosas.
Los funcionarios están acostumbrados a sus prácticas tradicionales. Para los nuevos concejales no es lo mismo estar con colegas de un movimiento social que con funcionarios de toda la vida. Muchos nuevos concejales aún están perdidos tratando de saber más sobre la Administración pública. Es posible conectar con algunas personas de mayor confianza y tener una política democrática de personal. Según los casos de cada ayuntamiento, hay que jugar con los incentivos para dentro –no tanto monetarios–, y tal vez con alguna asesoría externa.
Las democracias participativas son construcciones colaborativas para escuchar y obedecer a los de abajo
Hay que tener en cuenta quiénes han llegado a los puestos de concejales: quienes pensaban, con toda la buena voluntad, que iban a poder hacer muchas cosas, los que querían llegar a ser representantes, pues como tales podrían cambiar el municipio. Muchas ideas de vanguardia y programas preestablecidos, no tanto desde la capacidad de gestión –que es otra cosa– y desde el respaldo de la ciudadanía –que la daban muchos por supuesta–. En algunos casos incluso la audacia de la ignorancia, y hasta el miedo a la participación de la gente, elitismo vanguardista. No dudo de que es la generación más preparada, pero, como repite Boaventura de Sousa Santos, deberían ser como “partidos de retaguardia” –empujando las iniciativas de la gente, no tomando la bandera para ir delante–. En este aspecto hemos visto la colaboración de pocos observatorios –profesionales y de movimientos sociales– externos al ayuntamiento con estrategias conjuntas.
La descoordinación entre concejalías es fruto de cómo es la Administración, pero también de rivalidades internas. Esto desconcierta a la población, que sólo ve un Ayuntamiento único. Faltan estrategias con ‘actuaciones estrella’ que llamen la atención en lo público, que signifiquen transformación real y tangible. Sin duda hay cosas muy positivas, pero sólo algunas transcienden a la población, porque los medios no lo facilitan; por eso debería haber estrategias con los movimientos y la participación popular.
Cuatro años no son nada
Las legitimaciones cuantitativas ya las tienen los concejales con sus votos. Pero algunos piensan que la democracia participativa es como conseguir otra legitimidad adicional también de tipo numérico. Las democracias participativas son construcciones colaborativas para escuchar y obedecer a los de abajo. Pero no hay por qué hacer recuentos del número de asistentes, sino de si se construyeron propuestas superadoras con sectores diferentes. Es decir, si la concejalía ha contado con talleres y asambleas para hacer las propuestas que se han creado desde estos ‘jurados’ o ‘muestras’ de lo popular.
Hace falta una formación en democracias participativas, que no se consigue en pocos meses. Experimentar por la acción, al tiempo que se innova, con personas que llevan años colaborando con los municipios, y con aquellos funcionarios que quieran cambiar las prácticas burocráticas a que les tenían sometidos. Cuatro años no son mucho tiempo, pero pueden significar otro estilo de hacer política más cercano a la ciudadanía activa, pues con que no se robe y con que se vea cómo se escucha a la gente y se construye co-creativamente, ya es un comienzo. Por eso, los presupuestos participativos, los planes integrales o comunitarios, los foros locales, los observatorios de la ciudadanía, etc., deberían empezar a dar vida a nuestras ciudades.
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