No quiero un mundo en que los cuerpos de las mujeres o sus trozos, sus agujeros, se mercantilicen.

Estoy en contra de considerar la prostitución un trabajo y, en consecuencia, darle cobertura legal y moral desde nuestras instituciones democráticas. No quiero que quienes nos representan manden a la sociedad el mensaje de que los hombres tienen derecho a acceder a los cuerpos de las mujeres por un precio variable. O con tarifa plana. No quiero que nuestras alcaldesas manden a las chicas, a mis alumnas en paro, el mensaje de que “es un trabajo como otra cualquiera”, que no sean puritanas y se dispongan a sacar partido a 'su capital erótico'. Es decir, no quiero un mundo en que los cuerpos de las mujeres o sus trozos, sus agujeros se mercantilicen. Y que este neoliberalismo sexual se convierta en modelo para legitimar el neoliberalismo económico. Todo tiene un precio, todo es mercancía.
Muy pocas mujeres –pero entre ellas sufragistas, comunistas y anarquistas– se ha atrevido a desafiar la complacencia social con 'la debilidad masculina'
El espíritu neoliberal avanza para imponer que el mercado y los deseos no han de tener límites. O que el único límite al dinero en la cartera debe ser 'el libre consentimiento'. No concibo la sociedad por la que luchamos desde el socialismo y el feminismo como un espacio en el que cada cual vende lo que puede o lo que quiere. Como un gran mercado en que 'lo importante son tus deseos'. Una sociedad que se dirige a los hombres para decirles:
“Tú cliente, tú eres nuestro rey: ¿quieres mujeres? ¿te pican tus partes? ¿Habéis terminado un buen negocio, un buen pleno, un buen examen, un buen partido? Ven, tu deseo es lo único importante. A quién y por qué razones tengas enfrente o debajo para satisfacerlo no es tu problema. Tu tranquilo, rey, que vamos a decirte lo que quieres escuchar, que la prostitución es un buen trabajo. Vamos a decirte, desde el ayuntamiento y el Estado que esas chicas negras con el culo al aire en fila, que esas 'natachas' que ves detrás de los escaparates, que estas chinas “nuevas, muy jóvenes” a las que puedes meter el pene por el culo están aquí porque este es un trabajo bueno. Un trabajo con posibilidades, en que se conoce gente interesante. Como tú. Mucho mejor que fregar baños, venga, adelante. Bienvenido a este nuevo barrio rojo y a lo tuyo, a correrte. ¿Acaso hay algo más importante y transgresor en la vida que tu placer? Lee a quienes te van a decir que no hay nada más progre y alternativo que ir de putas. Que quienes se oponen son unas 'burguesas' con la vida resuelta. Pues nada, benditos sean Strauss Kahn y Berlusconi, héroes del movimiento alternativo pro prostitución.”
La realidad es que la prostitución ha estado legalizada desde siempre, hasta la iglesia la comprendió como el 'mal menor' –el mal mayor es que los hombres no tengan derecho a correrse en el cuerpo de una mujer cualquiera, por eso se les llamaba “una cualquiera”–. Muy pocas mujeres –pero entre ellas sufragistas, comunistas y anarquistas– se ha atrevido a desafiar la complacencia social con 'la debilidad masculina'.
Los debates sobre la prostitución tienen que involucrar a la ciudadanía y, más allá de los testimonios individuales, ofrecer una visión sobre las consecuencias de normalizarla para toda la sociedad. Si normalizamos la prostitución, ¿qué argumentos van a encontrar en el futuro las chicas y chicos de las clases más bajas para no abrir el acceso a sus cuerpos por dinero? La perspectiva de la normalización y el consentimiento no sólo conduce a la reproducción de la desigualdad de género sino a la de clases y países. En los países más patriarcales y colonizados del planeta tendrán sucursales todos los proxenetas legales y podrían difundir con el apoyo del Estado su buena nueva. “¿Familias con problemas? Ahora ya hay solución: en los burdeles españoles se apreciará mucho a vuestras hijas. Nosotros nos ocupamos de todo. Ya les enseñamos, en un par de tardes, cómo se trata a un cliente, cómo se complace a los chicos españoles. A los chicos, a sus padres y a sus abuelos. Welcome refugiad@s”.
Cabe preguntarse si, tras siglos de lucha por una sociedad más justa, es finalmente éste el mundo que queremos legar a las nuevas generaciones. Un mundo en que se normalice que las jóvenes con menos recursos se conviertan en cuerpos para ser tocados y 'penetrados' por los hombres con ganas y dinero en la cartera. Por otro lado, la prostitución no afecta solamente a las mujeres prostituidas, sino que, indirectamente afecta a toda la sociedad. La prostitución como institución se convierte en una escuela de desigualdad para los hombres. La prostitución afecta al imaginario de lo que es una mujer y lo que se puede hacer con ella. El mensaje del negocio del sexo insiste en que es un trabajo liberador y empoderador que es producto del 'girl power', pero ¿qué influencia puede tener en los chicos jóvenes saber que por un poco de dinero pueden acceder a tocar y penetrar el cuerpo de chicas y mujeres de casi todas las partes del mundo, africanas, asiáticas, latinoamericanas, de los países del Este de Europa?
La normalización y el consentimiento no sólo conduce a la reproducción de la desigualdad de género sino a la de clases y países
Los debates teóricos sobre la prostitución han girado demasiado tiempo alrededor del libre consentimiento. Pero las instituciones están para limitar el uso del libre consentimiento. Y si no es así, quitemos límites y tonterías varias como la del salario mínimo. ¿Quién eres tú Estado para impedirme trabajar por un euro la hora? Mi cuerpo es mío, una mercancía de la que resulto ser la titular. ¿Quién eres tú Estado para impedirme trabajar lamiendo culos en la calle o en un escaparate? Pensamos que hay que avanzar hacia una visión estructural de la prostitución. Es decir, pensarla como un sistema o una institución. La institución que trata de satisfacer de forma legítima y legal lo que llamaremos “los derechos sexuales de los varones”.
Leon Tolstoi escribió que imaginaba un mundo en que ningún criado tendría por qué quitarle las botas o descalzar a su señor, aunque mediara el consentimiento; ahora imaginamos un mundo en que ningún ser humano tenga que chuparle los huevos a otro. Y menos con la legitimidad y complacencia del municipio o el Estado.
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