Aunque parezca una oportunidad, lo mejor que puede pasarle a Podemos es no entrar a gobierno ni apoyar uno en estas condiciones. No pensar con las encuestas como marco.

El parlamento llega a su paroxismo teatral estos días de pactos donde decir o desdecirse sirve para abonar acercarmientos o distancias entre formaciones, o hacer tiempo hasta que soplen vientos más favorables. Esgrima verbal, tacticismos, golpes de efecto al servicio de sacar el máximo rédito político o culpar a otros si no se llega a acuerdos: el triste trasfondo de la oportunidad de cambio más grande desde la Transición que está siendo reducida al juego de espejos deformantes de la democracia representativa.
Tras el 15M, los partidos políticos tradicionales apenas han movido sus posiciones, aunque Ciudadanos no se canse de invocar una segunda Transición. “Hemos escogido el camino difícil, pero es, sin duda, el correcto”, ha asegurado Rivera, parafraseando al expresidente Suárez. Si la primera nos condujo a esta maltrecha democracia, la segunda –en la que supuestamente nos encontramos– ¿qué traerá?
En el último barómetro del CIS, tan sólo un 1,4% de los ciudadanos reconocen estar preocupados por la ausencia de gobierno. Algo que tampoco preocupa a la Comisión Europea, que ha dicho que mande quien mande, se vienen unos recortes de unos 8.000 millones adicionales para cumplir con los objetivos del déficit.
En el último barómetro del CIS, tan sólo un 1,4% de los ciudadanos reconocen estar preocupados por la ausencia de gobierno
Ni que nos gobierne la cabra de la Legión, las prioridades están claras porque –no nos engañemos– eso es lo que estaba realmente en la mesa de negociación estos días. Lo demás, merde. Incluido el referéndum catalán que sólo les preocupa por cómo puede alterar la relación de fuerzas en el tablero mediático.
Como explicaba Irene Montero –diputada de Podemos–, en las reuniones entre Podemos y PSOE se hablaba fundamentalmente de economía y lo que más chocaba era la exigencia de Podemos de renegociar los términos del límite del déficit para poder garantizar derechos sociales. Algo tan ‘radical’ que hasta Francia ha conseguido ampliar su techo para poder gastar con algo más de holgura, pero que a los economistas del PSOE les sonaba a Ho Chi Minh colectivizando la agricultura.
Entonces, ¿qué nos traerá la Gran Coalición? No un pan bajo el brazo, sino todo lo contrario. El discurso de Pablo en el Congreso durante el debate de investidura lo dejaba muy claro, trazaba una línea entre los que quieren una restauración de régimen –el pacto PSOE-C’s o una Gran Coalición con el PP– y la posibilidad de una transformación que vaya más allá, una que ponga en cuestión las bases mismas de las políticas de austeridad.
Replantear Podemos
Aunque parezca una oportunidad, lo mejor que puede pasarle a Podemos es no entrar a gobierno ni apoyar uno en estas condiciones. No pensar con las encuestas como marco. Si la Gran Coalición que se está formando consigue incorporar al PP no habrá una dinamita mejor para acabar de destruir el sistema de partidos español sin acabar de limar el descontento social. Por tanto, todavía queda juego. Mientras, Podemos tendrá tiempo de repensar su hipótesis de partida que implicaba la llegada relámpago al gobierno para desde ahí construir el sujeto político del cambio –lo que Errejón llama “construir pueblo”–. Esto es evidente que no se va a dar.
El replanteamiento tendrá que implicar por fuerza jugársela en un arco temporal más largo, en una construcción más elaborada de Podemos como organización estructurada y como contrapoder. Podemos tendrá que elegir entre ser una alternativa madura al régimen con las movilizaciones sociales detrás, o seguir jugando a la autonomía de lo político en el escenario teatral de lo institucional. La primera Transición se hizo pidiendo al PCE la pacificación de las movilizaciones; la segunda, sólo será posible con un Podemos fuerte que sea capaz de impulsarse sobre ellas o incluso de activarlas y potenciarlas.
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