Límites a la participación ciudadana

La participación aparece en nuestro vocabulario con mucha frecuencia. Sin embargo, en lo relativo al ámbito institucional, nos falta hallar una buena caja de herramientas que favorezca la implementación de algunas de las claves que permiten que una comunidad se autorregule, se responsabilice, aprenda y, por tanto, maduren sus conexiones y confianzas. En estos ires y venires actuales, con la ola de relevos institucionales en boga, hace falta aclarar algunos de los ingredientes fundamentales para que estos procesos lleguen a buen término.

, sociólogo y activista
23/03/16 · 8:00
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La potenciación del Cinema Usera es una de las propuestas de los presupuestos participativos en este barrio madrileño. / Cinema Usera

La participación aparece en nuestro vocabulario con mucha frecuencia. Sin embargo, en lo relativo al ámbito institucional, nos falta hallar una buena caja de herramientas que favorezca la implementación de algunas de las claves que permiten que una comunidad se autorregule, se responsabilice, aprenda y, por tanto, maduren sus conexiones y confianzas. En estos ires y venires actuales, con la ola de relevos institucionales en boga, hace falta aclarar algunos de los ingredientes fundamentales para que estos procesos lleguen a buen término. Si no, atendiendo al contexto actual, serán pamplinas y formas sutiles que favorezcan su contrario, la desmovilización y otras formas de fractura social.

Extraigo, pues, cinco claves de los aprendizajes de los grupos de Arganzuela, Tetuán y Usera, im­pli­cados actualmente en el de­sarrollo de experiencias de presupuestos participativos en el ámbito de Ma­drid. Dan cuenta de un aprendizaje colectivo.

La primera clave es el control ciudadano de todas las fases del proceso. La propia naturaleza de esta herramienta es fomentar el control ciudadano del gasto público y su capacidad de propuesta directa en el ámbito de las inversiones. Es básica la elaboración de un reglamento que cuente con el favor de los tres grandes grupos implicados: responsables políticos, personal técnico y vecindario. Este reglamento establece a priori el funcionamiento del proceso. Llamo la atención sobre la primera etapa: compilar una suerte de diagnóstico compartido del territorio en cuestión. Una vez elaborado, otras fases del proceso, como los criterios de ponderación de las propuestas o incluso las votaciones, pueden resultar más sencillas y adecuadas.

Las personas se implican en procesos de participación para mejorar sus barrios, no para perderse en los laberintos burocráticos

Otra clave es el tiempo. Ignorarlo puede dar al traste con los ritmos de la comunidad que esté desarrollando presupuestos participativos. Al tratarse de grupos amplios, con muchos intereses, los tiempos son diferentes a los de la política institucional.

La tercera clave es la combinación de espacios presenciales y tecnolo­gías telemáticas. Se ha de favorecer que existan llamadas amplias a la participación presencial. Esto permite socializar y mejorar el diseño, validar el funcionamiento y las etapas. Pese a la expansión de las nuevas tecnologías, es sabio tomarlas como herramientas auxiliares para favorecer la participación. Sería contrario al proceso hacerlas protagonistas en una especie de cuestionario online.

Es clave también una partida presupuestaria suficiente. Echar a andar un proceso de estas características requiere de recursos suficientes. Es fundamental no pasar por alto, por ejemplo, la necesidad de cierta formación técnica, asesoramientos puntuales, recursos para la difusión y comunicación, recursos básicos para la dinamización, un espacio físico, acceso al uso de ordenadores e impresoras... La partida de los presupuestos debería contar con todo lo necesario para llevar a cabo el proceso, no tan sólo el dinero para las propuestas que finalmente sean elegidas por la comunidad.

Y, finalmente, la cooperación. Es interesante que en estos meses muchas personas se han implicado en estos procesos, aprendiendo cómo funciona su ayuntamiento, conociendo a otros grupos de su territorio, reconociendo las necesidades que perciben otros sectores de la población. Ese esfuerzo, patente, requiere uno análogo por parte del Consistorio. Las personas se implican en procesos de participación con la voluntad de contribuir a la mejora de sus barrios y comunidades, no para perderse en los laberintos de la Administración ni para empatizar con las dificultades que puedan hallarse entre las bambalinas de la política institucional. Tampoco para fomentar la gobernabilidad.

La participación puede facilitar amplios procesos de implicación política e, indirectamente, fomentar el protagonismo de las personas –más allá de votar un día–, pero puede ser también reactiva y disminuir el anhelo de grupos enteros por implicarse en cuestiones relativas al gobierno de su ciudad. La pérdida de confianza en estas herramientas, que profundizan en formatos de democracias no hegemónicas, es algo que no debemos permitir si seguimos confiando en la capacidad de las personas de autogobernarse.

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