Frente a la política televisada de la representación, el autor porpone la composición de un nuevo bloque social que combata la bunkerización del régimen.

"Tenemos que hablar de la liberación de la mente y de la sociedad liberadora"
Angela Davis
Llevamos meses asistiendo al espectáculo de la representación. La política televisada, las agendas de los medios de comunicación, la renacida centralidad del Estado como herramienta “única” del cambio y bienestar de la gente, el bullir de las maquinarias electorales, esos nuevos señores de la guerra que recuperan viejos lenguajes tácticos (viejísimos, podríamos decir, aunque se transubstancien ahora bajo el disfraz de Juego de tronos o Borgen), nos han ido deslizando lentamente hacia un territorio que apenas cuatro años atrás muchos de nosotros –los que en su día habitamos la galaxia del 15-M– hubiéramos catalogado de extraño o sospechoso.
Todos –algunos más que otros, incluido quién les escribe– hemos sido cómplices de esta operación. Muchos, de buena fe, se han sentido atravesados por la necesidad de construir herramientas electorales desde la movilización social que protagonizó, entre 2011 y 2013, uno de los ciclos más apasionantes de la lucha ciudadana en nuestro país. Y el resultado en bastantes urbes ha sido espectacular, un clamoroso triunfo de las potencias colectivas frente al envilecimiento y la corrupción. Sin embargo, asistimos estos días al paroxismo de lo que algunos denominan "la política de los políticos", es decir, ese territorio reservado a los estrategas, los expertos, los audaces y los camaleones (el uso del masculino no es inocente), quedando la gente en un segundo plano, como espectadora de un juego entre bambalinas que, de vez en cuando, salta a la palestra y adquiere tonos de tragicomedia o farsa.
Me gustaría intentar, por un instante siquiera, salirme de las lógicas ajedrecitas que tanto nos apasionan (¿quién pactará con quién?, ¿cómo?, ¿qué le pedirá a cambio?, ¿cuál será el juego de poderes y contrapoderes en el marco de los acuerdos?). El ejercicio tiene, como único valor, sugerir debates, proponer enfoques, imaginar alternativas. Casi todo vale. Casi todo alberga la semilla de la oportunidad histórica. Casi todo esparce la potencia del deseo, incluso aquellos proyectos que fracasen. Lo único que no nos podemos permitir es el "no hay alternativa" o la irreversibilidad supuesta y fantasmagórica del neoliberalismo.
Componer un nuevo bloque social
Desde finales de 2013 asistimos a un cierto reflujo de la movilización social. El tiempo de las plazas, de las manifestaciones, de la desobediencia civil, de la autoorganización vecinal y comunitaria no ha desaparecido, pero sí se ha resentido profundamente. Razones hay muchas y no voy ahora a profundizar en ellas, pero creo necesario asumir que uno de los primeros desafíos que tenemos las gentes contrarias al devenir neoliberal de la vida es repensar la debilidad que habitamos para transformarla en potencia.
Empiezo a pensar que el ciclo quincemero en España, más que un movimiento iniciador que despliega toda una nueva subjetividad política, se sumerge en el duro intersticio entre la "excepcionalidad democrática" y la "normalización autoritaria" (heredada del franquismo, de una transacción entre élites, de una derrota monumental de la izquierda y los movimientos populares y un sistema de partidos en democracia coaligados con los intereses económico-financieros). En este marco, uno de los retos de la "política del cualquiera" –como diría Amador Fernández-Savater– o la que algunos denominan "política plebeya", pasaría, entre otras posibilidades, por recomponer o articular un bloque social histórico entre los principales damnificados por el ciclo de acumulación capitalista durante la crisis cuyas principales armas de combate han sido las políticas de renta, los planes de ajuste, el disciplinamiento de la fuerza de trabajo, el recorte de derechos sociales y el uso de la deuda a gran escala.
¿Cuál sería ese bloque social histórico? Pues a mi entender, las heterogéneas clases medias empobrecidas, el nuevo proletariado de servicios, los movimientos sociales críticos, el complejo universo de los autónomos y microempresarios endeudados, las colectividades migrantes, las experiencias de economía social y de subsistencia, las ecologías juveniles que alcanzan tanto a los "doctorados y exiliados económicos" como a los demonizados "ninis", "chonis" y "canis", así como el conjunto del precariado que habita los márgenes de las periferias sociales (en los términos descritos por Guy Standing).
Sí, ya sé, algunos dirán que Podemos representa precisamente eso, que su voluntad consiste en componer ese bloque por medio de una opción nacional-popular. Y estoy de acuerdo. Me parece que ha sido una operación exitosa (hasta un cierto punto). Pero yo me refiero, en este caso, a pensar colectivamente también este bloque por fuera de la contienda electoral, producir herramientas de autoorganización política protagonizadas por esas mismas gentes sin el arbitraje ni mediaciones de los partidos y el asalto institucional. Se trataría de transformar corazones y almas, cuerpos y vidas, no tanto ocupar presupuestos y gobiernos (aunque me parece de igual manera necesario y urgente). Hay experiencias interesantes de las que podemos aprender. La PAH y Yo Sí Sanidad Universal, por ejemplo, constituyen magníficos ejemplos de política plebeya de los que (con sus complejidades y tensiones internas) podemos extraer lecciones estratégicas.
Ahora bien, ¿qué significa componer? Desde mi punto de vista implica asumir una suerte de dialéctica. Por un lado, la producción ciudadana de contrapoderes en la calle (con independencia de quien gobierne nuestras instituciones), capaces de disputar las condiciones materiales de realidad a las agendas y maquinarias burocráticas y antisociales del Estado. Capaces de resistir a la reproducción de democracias representativas de bajísima intensidad. Capaces de desnudar y denunciar el silencioso recambio de élites en el nuevo escenario parlamentario (si así fuera). Capaces de impugnar el mero reformismo cosmético (si así fuera también). Capaces de organizar subjetividades políticas diferentes y plasmarlas en espacios conectivos de intervención y organización.
Por otro lado, este mismo bloque social podría comportarse como un vibrante activador, aliado de todas aquellas estrategias que pongan en el centro de su acción las dinámicas antiausteridad, la profundización en la democracia participativa, la defensa de los derechos sociales, el fortalecimiento de un internacionalismo de los pueblos (como por ejemplo en el caso de los refugiados), la experimentación de mundos posibles "otros" aquí y ahora (por medio de la iniciativa autogestionaria), la articulación de actividades de proximidad comunitaria, o la puesta en marcha de un nuevo sindicalismo social que tanta falta nos hace (y cuyas primeras intentonas fueron las Mareas). Todo ello por no hablar de la potencia que tendría vertebrar en/desde ese bloque social cuestiones vinculadas con la calidad de nuestra democracia, la lucha contra la corrupción o el despliegue de una mirada transversal ecológica y feminista.
La hibridación de las estrategias políticas
Es ya una constatación. El régimen está tratando de bunkerizarse por arriba. Ciertos poderes políticos, económicos y sociales se sienten amenazados en sus privilegios y andan empujando denodadamente para que el status quo no cambie de manera substantiva. Sin embargo, el resultado de las últimas elecciones nos ha hecho descubrir, de golpe, el parlamentarismo en nuestro país, las sinergias y complejidades que comporta. Dos de esas complejidades se manifiestan de manera descarnada en la “performance” del Congreso de los Diputados: el choque ético y estético entre concepciones inmovilistas, transicionales o rupturistas; y por otro lado la tensión entre representación/institucionalización versus participación/proceso constituyente. Pero este nuevo juego parlamentario dibuja sus propios límites. El “poder del poder” es aún muy fuerte, no va a dejarse arrebatar sus condominios sin plantar cara. El “asalto a los cielos” tendrá que esperar, pues. No vale sólo con haber sacado un resultado increíble, meritorio, ni tampoco aceptar como inevitable la larga “guerra de posiciones” gramsciana, sino que el freno al austericidio y el cambio de país seguirá necesitando de la resistencia del conjunto del cuerpo social más allá del inteligente juego parlamentario. A la vigorosa entrada en las instituciones le sigue siendo necesaria una arraigada movilización en la calle para soportar el envite.
Es ahí, justo, donde querría rescatar una noción que algunos científicos sociales vienen apuntado tras las experiencias en América Latina y que nos puede ser útil para la reflexión. La idea de repensar las relaciones entre movimientos sociales (esa parte fundamental de las políticas del cuerpo social) y el Estado, no tanto en clave de conflicto y antagonismo, sino más bien desde una perspectiva de fluidez e intercambio. No digo subordinar las estrategias de la sociedad civil a la dinámica institucional, sino “reelaborar” el marco de relación tradicionalmente binario (cooptación/oposición), para pasar después a un cuadro más dinámico entre procesos de contrapoder y procesos de cooperación. No en vano ciertos autores a partir de lo vivido en Brasil, Uruguay, Argentina, Centroamérica, hablan de “Estados activistas” –como João Biehl y Paul Almeida– o “Estado como novísimo movimiento social” –Boaventura de Sousa Santos–.
En otras palabras, repensar juntos aquellas formas institucionales orientadas al freno y/o el desafío de la agenda neoliberal, por medio de políticas públicas expansivas dirigidas a la redistribución y la centralidad de las necesidades sociales. En este sentido, a nuestro alrededor se están fortaleciendo ya experiencias híbridas en esta dirección. Una suerte de mini-Estados “activistas” que –en toda su complejidad interna– parecen querer transitar por esta senda. Las candidaturas municipalistas de unidad popular (Barcelona en Comú, Marea Atlántica, Ahora Madrid, etc.), por ejemplo, tienen mucho de este componente, o el recientemente lanzado Movimiento Plan B, que pretende construir a escala europea un internacionalismo antiausteridad protagonizado por la ciudadanía, pero en diálogo con los partidos políticos y las estrategias públicas. Experiencias como éstas beben de lo viejo y de lo nuevo. De los movimientos y los actores electorales. Ponen en relación algunas de las diferentes políticas del cuerpo social.
Incompatibilidades
Ahora bien, esta política plebeya parece poco compatible con ciertas dinámicas que refuerzan viejas lógicas representacionales ya vividas –y fracasadas– en nuestro país. Si asumimos que “el poder del poder”, para ser derrotado, exige de todos quienes estamos en contra la articulación virtuosa de esta clase de estrategias híbridas donde lo movimentista y lo institucional dialoguen, entonces hemos de admitir que, por parte sobre todo de las “fuerzas del cambio”, han de asimilarse, al menos, tres incompatibilidades de las cuales podría depender esa potencia de la fluidez. En primer lugar, la política plebeya parece poco compatible con la idea de una ingeniería social. No se necesitan demiurgos sino más bien procesos comunitarios de solidificación de nuevas subjetividades políticas. En segundo lugar, la política plebeya parece desconfiar de la idea de una intervención enteramente controlada por "expertos". La representación no agota las potencias del cuerpo social. Muy al contrario, probablemente cuanta más proliferación de formas de “lo político” haya, cuanto más ricos sean los ecosistemas y repertorios políticos de la ciudadanía, más capacidades de desborde tendremos para inocular rebeldía en nuestras sociedades. Y en tercer lugar, la política plebeya parece poco compatible con la idea de que "la política de los políticos" sea el agente privilegiado de la transformación social. El ciclo 15-M nos ha demostrado que los movimientos y la protesta social (con todos sus límites) siguen constituyendo dos de los actores históricos claves para la apertura de ventanas de oportunidad y el reforzamiento de estrategias de resistencia.
Ernesto García López es profesor asociado de la Duke University en Madrid y de la UNED. Fue miembro de la Asamblea Popular de Lavapiés, nacida con el 15M, y luego del colectivo Alternativas desde Abajo. También es uno de los fundadores de Ganemos Madrid, espacio de confluencia que se integró (junto a Podemos) en la candidatura de unidad popular Ahora Madrid. En la actualidad trato de finalizar una tesis doctoral sobre los procesos de subjetividad política dentro del movimiento 15-M durante 2011-2013.
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