Proceso constituyente es un concepto que posee una dimensión performativa. Es decir, aspira a formar parte de esas palabras que, según explicaba el filósofo estadounidense John L. Austin, implican por sí mismas una acción que puede modificar la realidad. Por eso se habla de proceso, o sea, de algo que se está produciendo. Un compañero de gremio de Austin, Jacques Derrida, estableció como requisito para que un término fuese performativo que remitiera a un patrón de comportamiento, a una serie de conductas anteriores que son las que le otorgan sentido. Sin ellas, no significa nada.

Proceso constituyente es un concepto que posee una dimensión performativa. Es decir, aspira a formar parte de esas palabras que, según explicaba el filósofo estadounidense John L. Austin, implican por sí mismas una acción que puede modificar la realidad. Por eso se habla de proceso, o sea, de algo que se está produciendo. Un compañero de gremio de Austin, Jacques Derrida, estableció como requisito para que un término fuese performativo que remitiera a un patrón de comportamiento, a una serie de conductas anteriores que son las que le otorgan sentido. Sin ellas, no significa nada.
En el caso del proceso constituyente actual, que tantos ríos de tinta y golpes de tecla ha generado, la pauta, forzosamente, remitiría al 15M. Pero no es tan evidente como parece. Yo no recuerdo que en las plazas, al menos en Logroño, la gente pidiera eso: quien lo hubiese hecho habría parecido un extraterrestre o, peor aún, un intelectual que no pisaba mucho las calles. Las demandas se centraron preferentemente en cuestiones concretas y cotidianas, como el desempleo, los desahucios, la precarización de la sanidad y la educación pública, los sinpapeles… Incluso afecto y cariño figuraron entre las peticiones más recurrentes. Una minoría postulábamos cambios más profundos, pero no nos planteamos algo semejante a un proceso constituyente. Como mucho, podríamos decir que el nuestro fue destituyente, pues estábamos inmersos en una crisis de la representación política.
Con posterioridad, corroborando el agotamiento del movimiento, aparecieron numerosos textos que hablaban del proceso constituyente como paso necesario para atender las demandas planteadas por el 15M. Eso sí, habría que trasladar el escenario de las plazas públicas a las instituciones, erigiendo como protagonista a un partido político. De un modo u otro había una crítica implícita al funcionamiento asambleario: desde los márgenes del sistema no lograremos nada, parecían querer decir. O nos integramos o sucumbiremos en la irrelevancia, remataban.
En las instituciones
¿Ha avanzado desde entonces el proceso? Hemos visto cómo las fuerzas emergentes –la ‘nueva política’ de las formaciones recientemente surgidas más la ‘vieja política’ de las que ya existían– han entrado en las instituciones, contribuyendo en cierta manera al fin de la crisis de la representación de la ciudadanía. Ahora si no nos sentimos representados es porque no queremos, parece venir a decir su flamante presencia. Pero el proceso está encallado, tanto por los constreñimientos legales que estas formaciones personifican, como por la ausencia de una movilización social que la reivindique en la calle.
El proceso constituyente ha sido una referencia destinada a un público restringido, el más concienciado
La sesión de inicio de la legislatura ha sido muy ilustrativa al respecto. Hemos visto muchos gestos y guiños de gran carga simbólica –que sin embargo tuvieron más valor por las reacciones que despertaron, como muestra del sexismo y clasismo que destila el mundo político, que por sí mismas–, pero ninguna referencia a un proceso constituyente presuntamente en marcha –en España, el representante de ERC parece tener claro que en Catalunya hay un proceso constituyente propio–. Sí a cambios constitucionales, pero no es exactamente lo mismo, aunque ya cualquiera sabe, pues las referencias resultan confusas y contradictorias: en precampaña electoral Podemos pasó de exigir el proceso constituyente a proponer cinco grandes reformas en la actual Constitución.
En el fondo, parece que el famoso proceso constituyente ha sido una referencia destinada a un público restringido, el más concienciado y exigente. El proceso constituyente no ha tenido aquí un valor performativo, sino evocador. Como cuando en la liturgia cristiana, por obra y gracia de las expresiones del sacerdote, el pan y el vino se transforman mágicamente en el cuerpo y la carne de Cristo, aunque siguen siendo pan y vino. Nos hemos creído el milagro de la transustanciación constituyente, y ahora andamos desorientados, sin saber si queremos sustituirla o cambiarla.
comentarios
0