La representación hizo con la participación política lo que el cine con el teatro y la máquina de escribir con los amanuenses. Si alguien se encarga de los asuntos de la puerta de casa hacia fuera, ¿para qué perder el tiempo en esos menesteres? Mientras que la ciudadanía recibe lo que cree que se merece, no hay mayor problema, pues nadie reclama a los representantes mucho más que una mínima prudencia. El problema es que te acostumbras. Como los zorros que se alimentan en los merenderos. En invierno, mueren.

El problema se agrava cuando las recurrentes crisis del sistema van agotando las herramientas –explotación de la naturaleza, etc.– y sólo queda como recurso aumentar la explotación y la exclusión aquí y ahora. Co­mo el sistema se ajusta por el eslabón más dé­bil, llega­ron los recor­tes a Euro­pa.

Decía Stiglitz que el gran logro del neo­liberalismo ha sido convencer a la ciudadanía de que no hay alternativa. Por eso, la ruptura del bipartidismo en Es­paña tiene contornos de terremoto: no estaba en las expectativas del poder. El escenario se ha complejizado. Y no hay que descartar que la partida termine con unas cuantas cabezas rodando por el suelo. La de Mas ya cuelga en la puerta de la Generalitat. Rajoy es perfectamente prescindible llegado el caso y Soraya ya tiene la banda encargada. Sánchez es prescindible –en caso de que el PP lo exigiera–, aunque los suyos en el PSOE prefieren hacer ese trabajo por propia voluntad. Rivera, un camaleón, aguantará, que para eso es el más obediente. Se sacrifican las estatuas pero se mantienen las peanas. Y, obviamente, Iglesias, porque es lo más genuinamente emergente.
 

La ruptura del bipartidismo en Es­paña tiene contornos de terremoto: no estaba en las expectativas del poder

El statu quo sabe lo que quiere: una gran coalición entre el PSOE, el PP y Ciudadanos que ponga en marcha unas reformas cosméticas de la Constitución y solvente por arriba el conflicto en Catalunya. El rey apoyaría esta opción, igual que el Ibex 35, Merkel, la Troika y Felipe González como lobbista. Siguen los recortes, se aprueba el TTIP y el socialismo español se la juega a un escenario alemán en el país que inventó la fregona. Cae Sánchez en el congreso del PSOE y Susana Díaz tiene un par de años para recuperarse antes de las próximas elecciones.

Otro escenario pasa por la ausencia de acuerdo, lo que nos lleva a elecciones. No está claro. No quiere Ciuda­danos –desaparecería–, no quiere el PSOE –desaparecería–, quiere el PP –se recupera– y lo intenta evitar pero no le molesta a Podemos –se come una buena parte del voto de IU y otro tanto del PSOE–. Pero como no le interesa al sistema, es el menos probable.

El tercer escenario es un acuerdo PSOE y Ciuda­danos con la abstención de Podemos y de los nacionalistas. Sería un mal menor si fuera cierto. Pero a Sánchez no le dejan. Es un clamor que los barones se niegan a esta salida: hace tiempo que lo más que saben de la izquierda es cuando les indican una dirección o les señalan dónde están los baños. Esta opción tiene a su favor que el cadáver Sánchez ve en esta salida su única posibilidad de supervivencia. Está muerto si hay elecciones anticipadas, y está muerto en el próximo con­greso si apoya al PP. Intentará ese ‘acuerdo de izquierdas’, pero difícilmente llegará vivo. Y no veo a Ciudadanos en ese juego.

Un cuarto escenario pasa por buscar una figura de consenso en el régimen del 78. Por ejemplo, Javier Solana, ex secretario general de la OTAN y amigo de la Casa Real. Un gobierno de apaño, algo pautado en el tiempo y con la finalidad de un par de acuerdos compartidos. Una verdadera segunda transición con todos sus rasgos: por arriba, sin participación popular, legitimadora del statu quo, etc. El PP salva la cara y también Ciudadanos. Y Podemos, a la oposición. Con dos años para montar partido y activar la calle.

Y esto último se convierte en lo más urgente: activar la calle y la conciencia popular. Enseñó Grecia que votar es condición necesaria pero no suficiente. ¿Tienen tiempo los partidos, tan enredados en esos menesteres, para recordarle a la ciudadanía que sin acción colectiva no hay transformación? Queda, vaya si queda.