La victoria electoral del liberal Mauricio Macri abre una nueva etapa en Argentina.
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Las recientes elecciones en Argentina han sido un hito en lo que se interpreta como un nuevo giro a la derecha en Latinoamérica, tras una década marcada por gobiernos declaradamente antineoliberales. Las administraciones progresistas, con una notoria diversidad interna, han recibido una inquebrantable adhesión desde ciertos enfoques de izquierda y un rechazo frontal (y que ha ido aumentando conforme se sumaban años de gobierno) por parte de otros. No obstante, independientemente de la posición de los distintos movimientos y tipos de activismo respecto de dichos gobiernos, parece evidente que el cambio en las instituciones políticas va a implicar un impacto que todos esperan con cierta ansiedad. Nos encontramos aquí con un problema complejo y de plena actualidad, como es el de la relación entre los partidos políticos progresistas y los movimientos sociales. Estos últimos, por su identificación con un planteamiento más pragmático o más radical, pueden encontrar un encaje difícil con las coaliciones políticas, especialmente cuando estas llegan al poder.
En el caso argentino, la sociedad llegó al 2015 en una situación de notable polarización, que fue acentuándose notablemente en la última legislatura de la que dan fe los ajustados resultados electorales, y que se extiende a la propia militancia de izquierda y a los movimientos sociales. Por un lado, una militancia que se había ido sumando al kirchnerismo o que lo ha apoyado, valorando las posibilidades progresistas de la coyuntura. Por otro lado, movimientos sociales y un activismo que ha apreciado mucho su autonomía ante el gobierno y/o que se ha mostrado crítico frente a un Estado que no ha dejado de realizar reformas sociales muy limitadas, de desarrollar políticas de carácter extractivista y que no ha planteado en ningún momento una ruptura con el formato económico capitalista.
Gran parte del carácter de la militancia y los movimientos de izquierda en la Argentina contemporánea están inevitablemente marcados por el hundimiento de la economía del país y las protestas desarrolladas a partir de 2001. La cuestión es que la deslegitimación de las instituciones y los políticos profesionales en los primeros años del siglo XXI fue inversamente proporcional al empoderamiento y legitimación de las iniciativas de base, de las asambleas a los piquetes, pasando por la multitud de proyectos cooperativistas que surgieron o se vieron reforzados en este contexto.
Así, cuando el kirchnerismo llega al poder cubre un ámbito de la política, aquel de las instituciones del Estado, aparentemente ineludible, para el cual ni el autonomismo ni la izquierda no peronista habían conseguido plantear una alternativa que conciliara suficientes apoyos. Posteriormente, la política del kirchnerismo se llenó de guiños a la izquierda y a los movimientos de base. Proliferaron las dádivas, pero también políticas concretas. El no al ALCA en 2005 o la retirada del retrato del dictador Videla por Kirchner, cuando se produjo su toma de posesión, fueron gestos que sin duda canalizaron muchas simpatías. Por otro lado, el kirchnerismo, en tanto que peronismo en su afán hegemónico, ha buscado abarcar todos los ámbitos de la acción política, incluida la militancia de base, a veces de forma vehemente, lo que ha fomentado el alejamiento y, a largo plazo, el enfrentamiento con ciertos sectores de la izquierda.
Los logros de los gobiernos progresistas en Argentina son tan claros como sus limitaciones. En política exterior se alineó con los otros gobiernos progresistas latinoamericanos y contra el intervencionismo estadounidense y de las instituciones supranacionales neoliberales. En el frente interno, además de la reparación histórica frente a la dictadura, implementaron lineamientos económicos orientados a un capitalismo keynesiano, apostando por fortalecer la demanda interna y la manufactura nacional, sin llegar a abandonar el patrón agroexportador que proporciona la entrada de divisas al país. Esto, sumado a las limitadas políticas sociales, que la oposición ya había asegurado que no iba a eliminar, era lo que se jugaba en las elecciones nacionales para la izquierda. En el lado contrario, la persistencia escandalosa de la infravivienda, el avance de la precariedad laboral, las deficiencias de los servicios públicos y la constatación de que el kirchnerismo había servido para relegitimar el Estado capitalista de cara a la mayor parte de la población. Si bien la oposición de izquierdas no ha sido en ningún caso la causa de la derrota del peronismo, la contienda electoral ha supuesto para ella una difícil papeleta.
Esta problemática situación ha desaparecido con el nuevo año, donde las posiciones de izquierda se enfrentan a un gobierno declaradamente neoliberal y con un afán revanchista tras más de una década de “populismo”. La nueva alineación con los intereses de EEUU alienta a la derecha de la región, igual que hace el levantamiento de los controles a la exportación y al dólar con ciertos sectores del capital y de las clases medias argentinas. Los despidos masivos en la función pública y las represalias contra profesionales kirchneristas, tanto en el ámbito privado como en el público, están a la orden del día.
En el lado contrario está la herencia de las luchas y las victorias desde 2001, que son compartidas tanto por el kirchnerismo como por la izquierda y el autonomismo no peronista. El periodo anterior ha dejado unos movimientos sociales fuertes, con un nuevo radicalismo militante de clase media acompañando el empoderamiento de las clases populares, al mismo tiempo que un sindicalismo de izquierdas con más fuerza que casi en ningún otro país del continente. A esto se le suma el legado de una valorización colectiva del rol regulador y redistributivo del Estado frente a los discursos neoliberales, que ha tenido que ser aceptado incluso por la derecha. En este sentido, las posibilidades del gobierno neoliberal se encuentran de partida claramente limitadas.
El futuro, hoy, se presenta incierto, pero vislumbra un horizonte de muchos conflictos. El 7 de enero, los trabajadores del subte [red de subterráneos] de Buenos Aires realizaron un paro por el bono de fin de año, mostrando un frente común entre militantes de izquierdas y sindicalismo kirchnerista ante el gobierno neoliberal de la ciudad. ¿Puede ser este el signo del nuevo curso político en el que entramos? En cualquier caso, tanto la izquierda peronista como la que se ha situado en los últimos años enfrentada al kirchnerismo saben que aguarda un año de movilizaciones en el que toca defender las conquistas sociales del periodo anterior.
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