Hace algo más de un año que nacieron las candidaturas municipales ciudadanas y, hace casi seis meses, algunas obtuvieron importantes victorias. Iniciamos una evaluación de estos procesos a través de aportaciones de personas que forman parte de ellos.

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Texto del colectivo La Vorágine
El municipalismo es una apuesta que germina con más lentitud allá donde no hay músculo social que lo encarame, primero, y lo soporte y fiscalice, después. Pero es difícil que ese músculo social sea vigoroso sin una apuesta claramente municipalista en las instituciones que rompa el bucle de la 'delegación incondicional' de la política en los partidos y que genere un ecosistema amable para que las iniciativas sociales, políticas, económicas y culturales nacidas desde abajo puedan nacer, crecer, entretejer (se) y jugar un papel determinante en sus territorios. Esta paradoja, a veces capaz de ‘congelar’ la realidad –y siempre precisada de ser agrietada–, es más evidente en territorios pequeños, fragmentados, despolitizados, desencadenados de las corrientes estatales. Hay algunos elementos que explican la dificultad:
La economía de servicios. Los municipios que han sido volcados a la economía de servicios son un territorio hostil, en principio, a la generación de redes político-sociales sólidas. Un panal de comercios y servicios atomizados, con muy pocos empleados en cada cual, es un espacio hostil para la agrupación de las iguales que, fragmentadas, individualizadas y precarizadas, luchan solas para, apenas, sobrevivir.
El carácter rural-conservador. El mito de la urbanización del Estado hace pensar que pequeños municipios con aspecto urbano realmente lo son. Estos municipios son herederos de una tradición rural-conservadora de fuerte arraigo. Los barrios de aluvión creados en los años 60 y 70 del siglo pasado están conformados por población rural migrante que trajo con ella el apego a ciertas formas de ser-en-la-ciudad que, al tiempo, supone la perpetuación de las formas de silencio-activo del franquismo –ese al que hizo alusión sin desconocimiento de causa Mariano Rajoy–, la delegación de todo poder en las 'autoridades' reconocidas, el brutal peso cotidiano de la iglesia católica, y cierta querencia por la idea de 'orden' en contraposición del 'caos' del gobierno popular.
Las instituciones en estos municipios suelen jugar a ser la salvaguarda de los 'valores' conservadores: el brutal peso cotidiano de la iglesia...
Instituciones y cultura. Las instituciones en estos municipios suelen jugar a ser la salvaguarda de esos 'valores' conservadores. “Somos así”, “esta es nuestra forma de ser”… esas ideas inmovilistas no son ni casuales, ni se sostienen por sí solas. Todo un entramado cultural y político las potencia y las reproduce. El tejido de asociaciones de vecinos al servicio de 'las convivencia ciudadana', la cultura 'espectáculo', la ciudad como espacio aspiracional de la modernidad ilustrada occidental-capitalista… La continuidad de los conciertos educativos de carácter religioso, las fiestas municipales –con la triada virgen-toros-borrachera–, la desmemoria histórica… todo juega a favor de la desarticulación social y la 'felicidad' familiar resignada.
El modelo de propiedad. En el caso de Cantabria, y probablemente en buena parte del norte de la península, el modelo de propiedad de la tierra también coadyuga a esta situación. No hablamos de los latifundios del sur, sino de pequeños propietarios, en muchos casos precarios, que, como tales, no se consideran 'de abajo'. La propiedad como ancla social y como realidad económico y social es un tema clave para entender la desarticulación social en municipios de entre 5.000 y 20.000 habitantes.
El migrante empobrecido que llega a la ciudad queda con su tierra en el pueblo y, por tanto, con la 'esperanza' de recuperar un estatus que quizá nunca tuvo. El trabajador de la fábrica en uno de los municipios intermedios tenía tierra y ganado con el que complementar su salario. Esa realidad de pequeños propietarios consolidó una cultura individualista, antiestatalista, núcleos autosuficientes que nunca recibieron nada del sistema público y que, por lo tanto, tampoco están dispuestos a aportar tiempo o recursos para consolidarlo. Lo común entendido como la suma de lo privado.
En Cantabria, si somos sinceras, no hay apuestas municipalistas puras, pero sí hay pequeños y medianos asaltos municipales
La izquierda involucionista. Este 'congelamiento' histórico real camuflado de ‘modernidad’ –la epidermis del desarrollismo– también afecta a las izquierdas organizadas locales, ancladas en discursos y en prácticas que sitúan la acción política en la oposición a lo que hay pero sin incursionar en la construcción de alternativas reales a estas vidas precarias y simuladas. Las disputas en el territorio tienen que ver con el reparto de una posición de ‘prestigio’ político y no con la posibilidad de una acción transformadora real. El municipalismo requiere de la consolidación de movimientos horizontales que muestran alternativas capaces de ilusionar y de incorporar a la ciudadanía: los diagnósticos –por reiterados– no tienen ese poder. En los últimos años, al menos, dos hechos son evidentes. Por un lado, el 15M y su seducción movimentista no pasó de ser en algunos territorios una performance social con poca capacidad de incidencia en un tejido precario controlado por movimientos u organizaciones políticas tradicionales. Por el otro, la falta de bases, la poca formación política de las mismas y el envejecimiento de los cuadros organizados ha colaborado para frenar el leve impulso rupturista del 15M y sus goteras.
En Cantabria, si somos sinceras, no hay apuestas municipalistas puras, pero sí hay pequeños y medianos asaltos municipales. La oportunidad está en aprovechar esa pequeña palanca para abrir las grietas y generar músculo –contrapoder– mientras se trabaja en la construcción de tejido municipalista. La paradoja se resuelve así con un trabajo difícil, pero imprescindible: asaltar creando, crear mientras se asalta, despegar(nos) de los caminos conocidos para transitar una ruta pedregosa pero imprescindible. Compartir los elementos estructurales que hacen tan compleja la coyuntura en territorios como el nuestro no es para desistir del reto o para desanimarnos con otro diagnóstico derrotista. Estas piedras deben servirnos para conocer la dimensión del desafío, la complejidad del mismo, para no desanimarnos en los pasos atrás y para no crecernos en los pequeños pasos adelante.
Sin músculo social no hay apuesta municipalista posible pero sin los pequeños espacios conquistados no tendríamos las aliadas necesarias para cuidar los gérmenes de la revuelta. Las paradojas están ahí, como los nudos, para deshacerlas. Y se pueden deshacer con nuevas miradas –feministas, ecologistas, cooperativistas, pedagógicas– y viejas disciplinas –formación, asamblearismo, conspiración organizada, construcción de comunidad, autogestión…–. Miradas y disciplinas puestas al servicio de alternativas que 'merezcan la pena ser vividas' y que movilicen a nuestras iguales del incómodo 'espacio de confort' que les ofrecen nuestros municipios –precariado + fuegos artificiales– para arriesgarse a un territorio desconocido pero más real que la realidad simulada cotidiana.
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