El destino de Manuel Pizarro es bastante ilustrativo con respecto a la suerte de los fichajes estrella que suelen calentar las campañas electorales.

En 2008 el Partido Popular presentó un fichaje estrella para las elecciones que iban a celebrarse, Manuel Pizarro. Si bien no se trataba estrictamente de un independiente, su ascenso fue meteórico: pasó de afiliarse a comienzos de año a ocupar a continuación el puesto número dos por la circunscripción de Madrid. Tanta suerte se debía a la fama adquirida cuando, como presidente de la eléctrica Endesa, se opuso a la OPA de Gas Natural, apoyada por la Caixa. Con el anticatalanismo por bandera, consiguió hacer frente a la operación hasta que entregó la empresa a la italiana ENEL. Pero el astro político de Pizarro no brilló mucho, desinflándose por completo cuando, en un debate televisivo con Pedro Solbes, el burócrata humilló al cuñado que parecía llamado a ser un nuevo Rodrigo Rato.
Pizarro consiguió finalmente su escaño, pero apenas fue una figura espectral en el Congreso, rumiando su desgracia. El destino de Pizarro es bastante ilustrativo con respecto a la suerte de los fichajes estrella que suelen calentar las campañas electorales. Hay que ver en ellos otro aspecto más de la ‘futbolización de la política’ diagnosticada en la Italia de Berlusconi, en la que los fichajes políticos se valoran principalmente en términos mediáticos. No interesan por sí mismos, por el criterio experto y autónomo que supuestamente pueden prestar a las candidaturas, especialmente si conlleva el riesgo de cuestionar la política oficial del partido que les está captando. Interesan por su imagen, son un simple reclamo.
Disensiones internas
Pero, además, los fichajes pueden ser la causa de varias disensiones internas. Me refiero a personas que anteriormente han sido muy críticos con las actuaciones y directivas de la organización política en la que ahora se integran, o tal vez hayan llevado una trayectoria muy alejada de la ideología y valores que se le presuponen a dicha agrupación. Los casos de Irene Lozano, hasta no hace mucho látigo del PSOE, o del general José Julio Rodríguez, que como Jefe del Estado Mayor de la Defensa apoyó la intervención otanista en Libia, son una invitación a la reflexión sobre la legitimidad de semejantes medios para obtener un buen resultado electoral.
Militantes
Pero quizás lo peor –aunque no se habla mucho con ello– sea el agravio que, por comparación, se produce hacia los miembros de los partidos. Ya no hablaríamos de militantes, sino de ‘militontos’, es decir, personas convencidas que, a excepción de los liberados, hacen una labor política ‘gratis et amore’ y conforman una disciplinada masa forzada a asimilar las consignas que se lancen desde arriba y a adherirse a sus decisiones. En esto no se ve gran diferencia entre los distintos partidos. Como recompensa, han de ver cómo son promocionados independientes que nunca han colaborado con ellos –o que incluso los han denigrado– gracias al dedo protector del líder de turno, colocándolos como ‘cuneros’ en listas de provincias con las que su vinculación es nula. Sin consulta, han de aceptar el sacrificio como hecho consumado y necesario.
Desde el punto de vista que vengo sosteniendo, estos fichajes pueden ser considerados como un factor de empobrecimiento de la política, pues, pretextando revalorizar la figura del político no profesional, reproducen una serie de vicios que no animan precisamente a la participación ciudadana. Justamente ocurre lo contrario: la política espectáculo nos convierte en simples espectadores. Pero es con mimbres como estos con los que se está construyendo la regeneración política que todos, sin excepción, dicen defender.
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