El factor campo existe. Por eso nadie cena en casa de su familia política. Y por eso, tradicionalmente, nos va tan mal en las instituciones. Jugamos fuera de casa. No es casa. Es lo contrario a una casa. Y lo contrario a una casa es todo aquello donde, cuando llueve, te mojas. Para empeorarlo todo, el ser humano es el único mamífero que, cuando se cala, mete cara de tonto. Pienso en ello mientras escribo esto, llueve y, por la ventana, veo un perro calado. Rebosa elegancia e inteligencia. Dan ganas de salir a la calle y preguntarle algo.
El factor campo existe. Por eso nadie cena en casa de su familia política. Y por eso, tradicionalmente, nos va tan mal en las instituciones. Jugamos fuera de casa. No es casa. Es lo contrario a una casa. Y lo contrario a una casa es todo aquello donde, cuando llueve, te mojas. Para empeorarlo todo, el ser humano es el único mamífero que, cuando se cala, mete cara de tonto. Pienso en ello mientras escribo esto, llueve y, por la ventana, veo un perro calado. Rebosa elegancia e inteligencia. Dan ganas de salir a la calle y preguntarle algo. Si lo hiciera, me tiraría una piedra, que es lo que tradicionalmente se hacía con los tontos cuando, calados hasta los huesos, corrían hacia alguien. Rayos, me he desviado del tema. Instituciones. Casa. Jugar fuera de casa.
El 15M fue todo lo que usted quiera. Pero no fue algo ‘institucionable’. Era una casa. Algo, incluso, más grande. Algo más grande que una casa no es una mansión. Es una escuela arquitectónica. Una manera de hacer casas. Era una meditación sobre la crisis, un diagnóstico que no facilitaron los medios. Era también una manera de asociarse, de construir un cobijo en el que no entraran los dos grandes yuyus que, desde la invención de la asociación –una mañana del 98.978 a. C., primavera– siempre lo fastidian todo: los recetarios industriales de las ideologías y, algo más importante aún, los caracteres personales. Era también una agenda democrática para el siglo XXI. Por lo que veo, no nos la acabaremos –incluso, snif, es posible que, literalmente, no la catemos–. Y una primera lectura sobre el problema y la solución: el Estado ya no era la instancia del conflicto. O sólo era su portería –o, mejor, su portero de discoteca–. El conflicto era europeo, descendía desde unas instituciones que no eran democráticas. Incluso, ya no eran instituciones propiamente.
Se dice rápido. Y parece sencillo, como un botijo. Pero todo eso nació con la aparente facilidad con la que nacen los tomates. Esa casa de tomates creó el terror en las instituciones. Se quedaron sin discurso –lo que es difícil– y sin escenografías –lo que es casi imposible–. La pregunta es, por tanto, ¿cómo salieron de esta situación? Es una pregunta terrible, pues ella sola dibuja que, en efecto, todo aquello que en 2011 se tambaleó está recuperando el equilibrio. Anyway. ¿Cómo lo hicieron?
No lo sé. Pero Catalunya, el lugar en el que la crisis institucional estaba más avanzada, y el lugar en el que, aparentemente, antes ha empezado su reconstrucción, puede ser la respuesta. El Govern asumió una demanda ciudadana. La ‘institucionó’. La gestionó. Era una gestión peligrosa, de algo parecido a la nitroglicerina, que podía estallar en cualquier momento. De hecho, esa gestión ha supuesto graves riesgos para la institución. Hasta el punto de que algunos partidos han desaparecido –UDC–, y otros están a punto de hacerlo –PP, PSC–. Otros, en ese periplo de gestión del tiempo y la supervivencia, han tenido que cambiar de nombre y de vocabulario. No está claro bajo qué forma subsistirán. Pero todo apunta a que lo conseguirán, subsistirán. El terremoto institucional para salvar las instituciones se ha traducido en una renovación generacional absoluta. Tal vez, en primera instancia, el 15M sólo ha servido, por tanto, para romper un muro generacional y permitir a la siguiente generación de clones acceder a su destino. En ese periplo, las opciones de izquierda o rupturistas, quizás un tanto alejadas de la agenda creada en 2011, han pasado a ser anecdóticas, o sólo serán útiles a las instituciones en algún tramo inicial.
De lo formulado en 2011 sólo queda su punto de partida. Nada desdeñable. Un veintipico por ciento de la población inasumible. Varios millones de personas que deben desaparecer o/y emigrar. Varias generaciones que no caben. Que nunca cabrán. Quizás, un indicio de que la victoria y el equilibrio institucional tienen los pies de barro. Y que llueve.
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