Meter el pie en la puerta antes de que se cierre

Una victoria del independentismo el 27S debe ser vista como una gran oportunidad para los movimientos de transformación.

, investigador en Ciencia Política de la UB
27/09/15 · 7:36
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Diada de Catalunya de 2014. / Ramón Fornell

Escribía el sociólogo Igna­cio Sánchez-Cuenca hace unas semanas que, ante las expectativas de cambios políticos generadas en los últimos meses, es posible que, al final, no pase nada.

El argumento de Sánchez-Cuenca es poderoso: los niveles relativos de bienestar de nuestras sociedades son altos, y esto favorece la aversión al riesgo de la mayoría de la sociedad.

Ciertamente, a pesar del brutal deterioro de las condiciones de vida y de trabajo que hemos experimentado, visto en perspectiva –histórica y geográfica–, podemos pensar que los niveles de bienestar existentes son, si bien precarios, suficientes para favorecer las pulsiones conservadoras que previenen a mucha gente de asumir los riesgos de un cambio.

Oportunidades políticas

Quizás Sánchez-Cuenca tenga razón, y las cosas al final cambien poco, tanto en Catalunya como en España o Grecia. O quizás no. En todo caso, en Catalunya concurren unas condiciones que, de ser aprovechadas por los movimientos de voluntad transformadora, pueden abrir la puerta a cambios más profundos.

Algunas tienen que ver con lo que en la teoría de los movimientos sociales se llama estructura de oportunidades políticas: son elementos del contexto político que favorecen que la gente participe en la política contenciosa, e impulsa su influencia en la política institucional. Entre estos elementos a menudo se menciona la división entre las élites como un elemento clave que abre oportunidades para los movimientos.

Pues bien, algo de esto parece estar pasando en Catalunya. La división entre un sector de las élites catalanas y los poderes dominantes ha abierto una oportunidad que el movimiento independentista, cada vez mejor organizado, ha sabido aprovechar. La participación masiva en las manifestaciones de los últimos años ha condicionado la agenda y ha arrastrado a buena parte de la antigua CiU hacia una agenda que tradicionalmente habían rechazado.

Por supuesto, ellos no son sujetos pasivos e intentan afianzar su hegemonía sobre el proceso, pero tienen un margen de maniobra muy limitado.

Sobre todo porque, ahora, enfrente se les han puesto sus tradicionales aliados: La Van­guar­dia, La Caixa, Foment del Treball y Duran i Lleida.

Tensión independentista

En este contexto se abre una oportunidad inédita en décadas de transformación y de redefinición del marco político y las relaciones de poder. La tensión que introduce el independentismo en el entramado institucional de 1978 puede ser de tal magnitud que haga plausibles hipótesis que hoy parecen impensables.

El independentismo sólo tiene salida hacia adelante, provocando una crisis política sin precedentes desde el final de Franquismo. Por supuesto, la apertura del melón institucional no garantiza que el resultado sea mejor que el punto de partida: el resultado del proceso dependerá de las correlaciones de fuerzas.

Sin embargo, sí es importante tener claro que las correlaciones de fuerzas en determinados momentos son más importantes que en otros.

Cuando se dibujan los elementos básicos de una nueva institucionalidad, la correlación de fuerzas se congela y produce efectos dilatados en el tiempo. La capacidad de los diversos actores de influir en el diseño de las nuevas instituciones va a determinar en buena medida los resultados que, en términos sociales y democráticos, van a producir estas instituciones en el medio-largo plazo.

Por eso, una victoria del independentismo el 27S debe ser vista como una gran oportunidad para los movimientos de transformación.

Si el pueblo catalán vota contra las amenazas de la banca, el Es­tado y los grandes poderes internacionales se va a abrir una puerta en la que la izquierda debería meter el pie antes de que se cierre.

Porque oportunidades como ésta no se producen muy a menudo.

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