La huelga indefinida de las contratas y subcontratas de Movistar ha sido un movimiento un tanto ‘quincemero’ por su espontaneidad inicial o la adopción de formas ágiles de comunicación.
Texto de avier Marco López y Francesc Queralt, respectivamente, trabajador de contrata y miembro del comité de huelga, y trabajador y sindicalista de Telefónica.
¿Cómo luchar contra la explotación en el siglo XXI en la mayor multinacional del país, que incumple todo tipo de leyes o las hace a su medida? Con unidad de clase. Esa unión es la que se ha conseguido en la huelga de técnicos de contratas, subcontratas y autónomos de Movistar. Las multinacionales destruyen plantillas para sustituirlas por mano de obra más barata sin derechos y sin representación sindical. Pero la estrategia para impedir la lucha conjunta en el sector no les ha funcionado. La espiral precarizadora explotó en sus manos en forma de ‘revolución de las escaleras’.
El 17 de marzo en Madrid un grupo de técnicos convocaron, vía WhatsApp, una asamblea abierta a trabajadores subcontratados o autónomos de Movistar, para movilizarse y frenar la negociación a la baja del contrato entre Movistar y sus contratas, contrato que provocaría una caída de ingresos en autónomos y subcontratas de un 25%. En la asamblea, a la que asistieron casi 600 personas, se decidió convocar una huelga indefinida en Madrid contra Movistar, que tuvo un seguimiento inicial de un 90%. La huelga movilizó a diferentes colectivos con diferentes condiciones laborales, pero con un mismo fin: que Movistar y sus empresas dejasen de tratar a sus trabajadores como esclavos.
La información sobre Madrid se transmitió rápidamente vía redes sociales. El trabajo sindical previo realizado y la adecuación de los objetivos de la huelga a todos los colectivos implicados posibilitó la rápida extensión del conflicto a escala estatal. Se estableció una coordinadora formada por miembros de cada provincia de la plantilla de contratas, de subcontratas y autónomos.
A pesar del ritmo vertiginoso de la huelga –lo que dificultaba la coordinación y la toma de decisiones tácticas–, de la falta de caja de resistencia previa, de la cerrazón de algunas organizaciones convocantes –que en la práctica parecían competir unas con otras por la capitalización de la huelga–, ésta cuajó de manera sólida durante 85 días en Madrid y 75 en el resto del Estado, creándose asambleas que pueden ser el germen de una nueva organización permanente.
Esta Marea Azul, todavía activa, reclama no trabajar más de 40 horas semanales, descansar dos días a la semana y cobrar sueldos no sujetos a producción que permitan cubrir las necesidades básicas –ahora hay técnicos cobrando 600 y 800 euros–. Se reclama también que aquellos compañeros a los que despidieron para convertirlos en falsos autónomos o por subcontratas puedan volver a formar parte de las plantillas de las diez empresas principales.
Ha sido un movimiento un tanto 'quincemero' por su espontaneidad inicial, la adopción de formas ágiles de comunicación...
Y éstas son las condiciones de buena parte del mundo laboral. En un contexto como éste, ¿cómo se podría armar una huelga general? Si el movimiento se demuestra andando, la huelga se demuestra parando y afectando a la producción. Por tanto, se necesita que la clase trabajadora activa la secunde y que la inactiva –parados, estudiantes y pensionistas– participe de los actos de protesta y boicot públicos propuestos. La segunda parte aparece como más asequible, pero no puede llevarse a cabo independientemente. Sin una participación alta de los y las trabajadoras en la huelga, la huelga social pierde gran parte de su fuelle y de su legitimación frente a eventuales represiones. Incluso aparece como un pasatiempo para revolucionarios profesionales.
Esto implica que tal vez convendría reconocer que el trabajo de base del sindicalismo alternativo no está suficientemente desarrollado. O no avanza en la dirección adecuada, de cara a configurar una fuerza movilizadora independiente de los sindicatos oficialistas, a los que se puede descartar como actores del cambio social, sin perjuicio de que cualquier estrategia movilizadora deba implicar a sus bases.
Los llamados sindicatos alternativos han fracasado en la configuración de una alternativa movilizadora. Y seguramente no sea tanto por factores externos –mala prensa, legislación hostil, represión, etc.–, como por errores propios: reproducción del clientelismo, sectarismo, acomodación, instalación en el ‘no’ sistemático probablemente por incapacidad –o pereza– de realizar el trabajo necesario para construir una nueva organización, confusión de los medios con los fines –elecciones sindicales como vara de medir...–. Existen honrosas excepciones, afortunadamente cada vez más numerosas, pero insuficientes para plantear un órdago de gran magnitud.
Analizar la huelga de técnicos enmarcándola en este contexto general puede ser un buen ejercicio de debate que contribuya a superar las dificultades o los techos movilizadores que tenemos actualmente. ‘Nuestra’ huelga tuvo un desarrollo distinto a las dinámicas habituales de movilización. El principal elemento diferenciador fue el carácter asambleario de este movimiento sindical, amorfo y voluntariamente desprovisto de siglas y banderas. Los sindicatos convocantes de las movilizaciones lo fueron a petición de las asambleas, y los intentos de capitalización han sido fuertemente castigados.
Ha sido un movimiento un tanto ‘quincemero’ por su espontaneidad inicial, la adopción de formas ágiles de comunicación, la masividad de la participación en la lucha... Pero el estallido inicial se encontró con un caldo de cultivo favorable, con un largo trabajo sindical de fondo, hecho desde posiciones nada autopropagandísticas ni clientelistas. Sin esta labor previa difícilmente se hubiese materializado una huelga estatal que comprendiese a tantas empresas, y a grupos distintos en cuanto a condiciones laborales y salariales. El discurso y trabajo para unificar condiciones, el pedir “a igual trabajo, igual salario”, hizo que la inicial reivindicación de tumbar el contrato mercantil entre Telefónica y las contratas se tornase enmienda a la totalidad. Se reivindicó el pase a plantilla directa de las contratas, como antesala de una futura y necesaria lucha para conseguir el auténtico fin de la subcontratación y el pase a plantilla fija de la matriz Telefónica.
En esta huelga los elementos similares con las dinámicas de movilización habituales surgieron en las organizaciones alternativas –las mismas que convocaban huelga indefinida en las subcontratas a petición del precariado en pie de guerra– dentro de Telefónica, como empresa matriz. La falta de un trabajo previo constante, el intento de capitalización de las luchas y sólo cuando estallan, la ausencia de discurso coherente hacia la plantilla de Telefónica, ha hecho que ésta haya sido incapaz de ver la oportunidad histórica de unificar objetivos. De ver la relación directa que hay entre plantillas que trabajan para el mismo patrón, y de recuperar el poder de la huelga de afectar al servicio.
Por suerte, la huelga de las subcontratadas ha hecho caer barreras y nos sitúa mucho mejor para continuar esta lucha.
comentarios
0