Los pactos de la 'realpolitik'

La ‘realpolitik’ también conlleva otros desafíos nada desdeñables: uno de ellos, el de la cooptación.

, Antropólogo, investigador de la Universidad de Sevilla
14/07/15 · 18:30
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Los resultados de las elecciones del 24 de mayo constituyen un nuevo hito en el lento pero continuo proceso de cambio de la sociedad española. A primera vista, estas elecciones han dejado un colorido mapa político municipal y autonómico. Los buenos resultados electorales de las listas impulsadas por movimientos sociales y/o los círculos de Podemos abrieron nuevos e intensos debates. Pronto se planteó en las asambleas la posibilidad de pactar con diversas formaciones con el objeto de desbancar al PP y negociar algunos puntos de los programas.

Por primera vez desde el inicio de la Gran Recesión, las demandas de los movimientos sociales comenzaron a estar sobre la mesa en las negociaciones de gobierno. Al fin y al cabo, uno de los principales motivos por los que se ha producido este giro electoral en los movimientos españoles fue el absoluto hermetismo del Gobierno del PP a las demandas y necesidades de la población.

La inexistencia de canales para traducir las reivindicaciones de los movimientos sociales en políticas públicas –producto tanto del diseño de la Unión Europea como del modelo de Estado impuesto en la Transición–, ha propiciado este viraje por parte de activistas que hasta ahora habían rechazado la participación institucional.

La enorme diversidad de iniciativas municipalistas y la desigualdad en los resultados electorales obtenidos dificultan enormemente cualquier generalización. Sin embargo, sí hay algunos elementos que son más o menos comunes. La posibilidad de alcanzar pactos postelectorales con el PSOE, que en los discursos de las nuevas formaciones aparecía representada como ‘casta’ o partido de la ‘vieja política’, fue una de las cuestiones más polémicas.

La ‘realpolitik’ también conlleva otros desafíos nada desdeñables: uno de ellos, el de la cooptación

Para algunos, estos pactos ten­drían un efecto contraproducente, pues servirían para apuntalar un partido neoliberal que estaba perdiendo a pasos agigantados su espacio político. Al haber abandonado la socialdemocracia poniéndose al servicio de los poderes económicos y de la troika, el declive del PSOE estaba nutriendo las nuevas expresiones electorales articuladas con determinados movimientos de base.

Para otros, en cambio, lo importante era el contenido de los pactos. La cuestión no era tanto quién gobernara como qué políticas se iban a impulsar. Por primera vez en muchos años, se abría la posibilidad de marcar la agenda política: parar desahucios, implantar políticas de emergencia social, favorecer el coope­rativismo, defender los derechos sociales y laborales, introducir fórmulas de democracia directa en el ámbito municipal, etc. En la medida en que se consiguieran objetivos que durante años se habían puesto en el horizonte, se produciría una acumulación de fuerzas que contribuiría a avanzar en la disputa por la hegemonía. Y la mejor forma de favorecer esto era, para muchos, participar en gobiernos en coalición que giren en torno a estas lí­neas programáticas o alcanzar acuerdos de investidura que incluyan avances en el programa.

Desafíos nada desdeñables

Ambas posturas tenían parte de razón. La participación en los gobiernos indudablemente abría nuevas oportunidades: capacidad para influir en la toma de decisiones políticas e impulsar medidas para la mayoría social; aumento en el volumen de recursos que se pueden gestionar en la consecución del programa; acumulación de conocimientos y experiencia sobre gestión pública para poner al servicio de los movimientos de base, etc. Pero la realpolitik también conllevaba otros desafíos nada desdeñables.

Uno de ellos era el de la cooptación. En estos momentos, numerosos activistas y profesionales ligados a los movimientos sociales están entrando a trabajar para los nuevos gobiernos. Como alcaldes, concejales, cargos de confianza, consultores, mucha de la experiencia acumulada tras años de trabajo y militancia se está poniendo al servicio –por lo general remunerado– de estas iniciativas. Los nuevos activistas y representantes tendrán que encontrar fórmulas para que estos procesos no socaven a los movimientos y los desafíos no terminen desplazando las oportunidades.

La inteligencia colectiva, una vez más, puede ofrecer las claves para ello.

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