Huelga... hablemos

Texto de Enrique Hoz González

, Obrero, Bilbo
26/06/15 · 8:00
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Texto de Enrique Hoz González

Cuando tuve oportunidad de echar un vistazo a la reforma laboral impuesta por el Gobierno del PP en el año 2012, así, en una rápida lectura, dudé sobre lo que me había parecido entender. Me dirigí de nuevo al texto y lo repasé con más atención. Mis dudas se redujeron y la certeza de lo entendido se acrecentó, pero, aun así, en mí residía un pequeño poso de inseguridad. Para disolver del todo ese poso contacté con uno de los abogados del sindicato. Pues sí, había entendido bien. Mi querido y entrañable jurista aseveró mis comentarios. ¿Cuáles? A grandes rasgos: si se supeditan los derechos de los trabajadores para garantizar la libertad de empresa permitiendo la modificación unilateral de las condiciones de trabajo pactadas –individual o colectivamente– por la parte fuerte del contrato, entiéndase patronal... ¿qué recorrido le queda al sindicalismo?

Afinando, en muy pocas palabras, se podría decir que el sindicalismo como tal prácticamente queda borrado del mapa. Esta afirmación puede resultar chocante puesto que parece que lanzo piedras contra mi propio tejado. Soy militante de un sindicato y de un modelo sindical a los que desde hace lustros se ha condenado al ostracismo, luego poco o nada tengo/tenemos que perder aunque, evidentemente, también nos afecta. En lo que yo pensaba principalmente, tras leer la reforma, era en el sindicalismo de representación unitaria, ese sindicalismo institucionalizado hasta los dientes, supeditado a los privilegios de la ley y que, de un plumazo, al antojo de esa misma ley, ve su razón de ser mortalmente herida.

Coincidimos en la dependencia de la capacidad de los sindicatos institucionalizados para que una huelga tenga repercusión

De ahí que cuando me preguntan sobre el sentido o el papel del sindicato hoy, lo primero que planteo es si por esa palabra entendemos lo mismo. Redondeando fechas, yo me quedo con el sindicalismo que se cimenta en el sentir de esos hombres y mujeres que hace cien años se fijaron como objetivo la socialización revolucionaria de la economía y la emancipación política integral de la clase trabajadora. Aprendieron, gracias al anarquismo, que la política, entendida como el espacio en el que se autoproclaman los mesías salvapatrias, encaja más con la ambición de los frustrados sociales. Gracias a ese sentir, hubo un renacimiento de la acción popular, independientemente de los mentores políticos y de sus partidos, repudiando las fronteras, los prejuicios raciales, la superchería religiosa. Es decir, lo que ni siquiera habían intentado los partidos políticos, como era emancipar al pueblo del caciquismo religioso, señorial y militar, se lo propuso la clase aparentemente más atrasada, que sepultó su alto índice de analfabetismo con una concepción adelantada de la lucha y objetivos sociales. Total­mente en las antípodas del panorama actual, con una población en la que prácticamente ha quedado erradicado el analfabetismo, pero su motivación social, su interés por su emancipación, su confianza en la propia capacidad transformadora, permanecen ocultas en el baúl de los recuerdos.

Por tanto, el sindicato ha sido, es y será la base alrededor de la cual la clase trabajadora debe organizarse para articular una sociedad igualitaria, no sólo luchando contra la explotación, sino también creando alternativas económicas. Y estos planteamientos deben gestionarse desde una perspectiva no institucional, vía, la institucional, que conduce al adormecimiento del voto.

Pero aun estando convencido de que el sindicato es la base, sí entiendo que en los tiempos que corren hay que redefinir discursos o adaptarlos de manera que sean asequibles a ese gran sector apático de la población cuya quietud es uno de los basamentos que sirven de apoyo al sistema.

Recientemente he participado en unas charlas a las que estábamos invitados varios sindicatos que tenemos implicación en las Marchas por la Dignidad. En representación de la CNT me tocó participar en la de San­turtzi y en la de Bilbao. Más que charlas, eran mesas redondas donde tras una breve intervención de cada representante de los respectivos sindicatos, se abría un debate entre los ponentes y el público asistente. La puesta en común de valoraciones desde diferentes perspectivas resultó, al menos para mí, una experiencia enriquecedora al margen de que las diversas opiniones vertidas pudiera compartirlas en todo, en parte o en nada.

Uno de los aspectos en los que manifestamos una plena coincidencia se centró en las grandes dificultades para que la movilización germine en esa gran masa social estática. A partir de ahí, las apreciaciones van adquiriendo una posición más particular. En lo que a mí respecta, ese prototipo de sujeto socialmente inerte que bien por desánimo, apatía, comodidad, miedo, resignación, no sé, lo que sea, ciñe su descontento a despotricar desde el sofá de casa, desa­hogarse vía redes sociales o dar su voto delegando en formaciones políticas emergentes, es un triunfo del propio sistema. Aquello de que la igno­rancia se ha convertido en vanguardia podía, en teoría, tener más peso hace unos años pero hoy, en la era de las nuevas tecnologías, la información está al alcance de una tecla y la posibilidad de contrastar versiones, de entender que lo oficial no tiene por qué ser el único escenario posible, de acceder al conocimiento, requiere nada más que de voluntad.

Romper ese cascarón que nos separa a la minoría organizada de la mayoría desorganizada es una tarea complicada pero imprescindible como primer paso para marcar la diferencia patronal-banca/clase traba­jadora. El futuro que se vaticinaba de los “tres tercios” –bien empleados, precarios, desempleados– es el presente. Y ante semejante nubarrón, se difumina el hecho de que todo sigue siendo un problema de organización de la sociedad y de reparto de la riqueza –material y temporal–, de redefinición de la relación de poder y dependencia del patrón y del trabajador.

Sumando es como se puede pensar en huelgas efectivas. Escribo desde una zona geográfica donde la rea­lidad sindical es diferente a la del resto del Estado. Realidad diferente en cuanto a preeminencia de siglas –la discutible representatividad–, pero todos, me refiero a los sindicatos de las Marchas por la Dignidad, coincidimos en la dependencia de la capacidad de esos sindicatos institucionalizados para que una huelga como la planteada tenga repercusión.

Triste, pero cierto. Nuestro discurso tiene su eje central en una perspectiva de ética social que se ve obstaculizada a la hora de poner en práctica cierto tipo de movilizaciones por culpa de esa dependencia. Es un serio contratiempo.

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comentarios

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    unoqpasa
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    Sáb, 06/27/2015 - 18:30
    Ohhh el tema del sindicalismo, cada día tengo más claro que el anarcosindicalismo e incluso el sindicalismo es una vía muerta tal como está organizado hoy. Es más todos los sindicatos en mayor o menor medida están institucionalizados y han dejado de ser una herramienta para el cambio social de raíz no para conseguir migajas que es lo que todos en mayor o menor medida consiguen del sistema. Los tiempos dorados del sindicalismo ya no van a volver pero es verdad que tuvieron un componente revolucionario importante cuando se apoyaron en la comunidad, no solo en los obreros o en los campesinos, sino cuando se acercaron a los barrios y a los pueblos, que puede volver a retomarse, que no tiene porqué estar ceñido a algún ismo, y que es más, ese etiquetado tan habitual en el movimiento contestatario, social, sindical o político, es el freno a luchas más globales y comunitarias, con mayores posibilidades de transformación social que las existentes hasta ahora. Hoy en muchos casos estas organizaciones sindicales son meros recuerdos de un pasado que incluso se ha mitificado para seguir dándole cierta legitimidad a unas organizaciones que hoy son meros cascarones de siglas y banderas, sin que ello no suponga, que existan militantes de una enorme valía. Actualmente, vistas las luchas sociales y sindicales en las que me he visto inmerso en los últimos años, creo que el sindicato ya no es la base de la transformación social, si es que alguna vez lo fue, pues una cosa son los militantes de la revolución del 36 y otra sus burocracias y cuadros sindicales que en muchos casos funcionaron como un freno a las transformaciones que sus propios militantes, independientemente de los ismos, llevaban a cabo. Hoy en día, la CNT pese a la aureola que algunos de sus militantes quieren darle no es un instrumento sindical importante ni decisivo, en el panorama sindical del Estado español, no solo por el desclasamiento general y el sindicalismo institucionalizado, sino porque su forma de organización y quienes la integran, en algunos casos, no sé si muchos o pocos, viven alejados de la realidad sindical o social con discursos y prácticas obsoletas y con burocracias más o menos visibles. En definitiva, el sindicalismo, cualquiera, está institucionalizado, y aunque sus luchas son importantes, no son decisivas para un cambio social desde lo laboral importante. Tal vez, y creo que ahí residió la fuerza de la CNT de antaño u otras organizaciones sindicales de diversos ismos, hay que poner el acento en lo comunitario para que se produzca un cambio laboral transformador.
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