CiU marca la agenda del independentismo, ora la hoja de ruta, ora la lista conjunta y es capaz de hacer aparecer a sus enemigos como enemigos del país.

Municipales 2015. La suma de las candidaturas de CiU, ERC y Poble Actiu (la marca que engloba a las listas, sobre todo, de la CUP) han dado un 45%. Casi siete puntos más que en 2011. Pese a que la suma evidencia crecimiento, CiU se ha dejado seis puntos. El efecto de que Podemos estuviera en candidaturas de Poble Actiu como la de Badalona, Santa Coloma o Cornellà no es despreciable. Pero, con todo, la subida del independentismo vuelve a ser importante y representa no solo su fortaleza sino también su evolución a la izquierda.
Con la tontería vamos a llevar tres años de Procés, y una parte de la izquierda alternativa lleva los tres repitiendo que todo es una maniobra de CiU para salvar las cara ante los recortes. Tres años en el que los hechos desmienten esta teoría (ni CiU se salva de nada, pues cae más en cada votación, ni el Procés está cada vez más atrapado por CiU, pues sigue en plena forma). Tres años en el que nadie parece haberse parado a pensar que quizás el Procés no se lo ha sacado de la chistera CiU sino que es una corriente de fondo, de tintes más bien sociológicos, en el que el viejo catalanismo de clases medias se transforma en otra cosa, independentismo, que CiU intenta surfear.
Es evidente que el discurso mayoritario del procés, ese que CiU ha conseguido imponer a duras penas, es un salvavidas para Mas y los suyos. Un discurso por el que CiU se arroga la representación legítima del catalanismo. CiU marca la agenda del independentismo, ora la hoja de ruta, ora la lista conjunta y es capaz de hacer aparecer a sus enemigos como enemigos del país.
Pero sería conveniente no confundir el discurso de CiU con el Procés o, si se quiere, con la transformación sociológica del catalanismo en independentismo. Lo primero es el intento de CiU de tapar su política neoliberal de sometimiento económico, lo segundo es una significativa evolución dentro de un nacionalismo que cuenta con más de un siglo de trayectoria. Tres años contra 130.
La hoja de ruta, por ejemplo, es una herramienta de producción de simbolismo que permite a CiU repartir carnés de 'indepe'. Con él traza una línea entre soberanistas y no soberanistas. El relato funciona mientras cada actor hace su papel, ERC firmándolo y Barcelona en Comú rechazándolo. ERC entra en el juego porque sabe que le favorece. BComú entra, también, porque su electorado premia esa representación de oposición. Pero, ¿qué pasaría si los partidos dejasen de bailar la música de CiU? ¿Qué pasaría si la CUP no firmara –no lo ha hecho– y Podemos sí? No tendría consecuencias tangibles, recordemos que es solo producción simbólica. Pero rompería el relato.
Disputar a CiU el discurso independentista –el discurso del Procés– es la gran tarea de las izquierdas catalanas. Intentar reconducir los deseos de una parte importante de los catalanes es una tarea tan inútil como baldía. Pero responder a esos deseos desde posiciones soberanistas, de democracia radical y justicia económica, eso tiene un potencial inabarcable. Usar el cambio en la composición del nacionalismo sociológico para activar cambios en otras áreas arrebata a CiU su discurso gatopardiano.
La pregunta ahora es quién está dispuesto a embarrarse en una tarea tan poco agradecida. Quién se atreve a jugar con las cartas repartidas para ganar la partida. Quién puede hacerlo, quién tiene hipotecas que se lo impiden y quién tiene la credibilidad para lograrlo. Quién prefiere allanar esa apuesta y quién opta por criticarlo desde la opinión petulante de que responder a las demandas del catalanismo social es caer en el engaño de CiU.
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