Tribuna
En el ínterin... se nos olvidaba la plebe

Con metáfora viril, ha dicho Xosé Manuel Beiras que tras el 24M “ninguna fuerza puede ser el gallo del gallinero”. Reconoce con ello dos cosas: primero, que hay una lucha por la hegemonía entre las formaciones electorales del cam­bio. Y que la apuesta for­mulada en el pabellón de Vis­ta­legre por Cla­ro que Pode­mos no ha surtido el efecto previsto. Basta atender no sólo a las tendencias electorales, sino también a los ‘argumentarios’ esgrimidos para sostener que tout va bien.

, de la Fundación de los Comunes
16/06/15 · 8:00
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Con metáfora viril, ha dicho Xosé Manuel Beiras que tras el 24M “ninguna fuerza puede ser el gallo del gallinero”. Reconoce con ello dos cosas: primero, que hay una lucha por la hegemonía entre las formaciones electorales del cam­bio. Y que la apuesta for­mulada en el pabellón de Vis­ta­legre por Cla­ro que Pode­mos no ha surtido el efecto previsto. Basta atender no sólo a las tendencias electorales, sino también a los ‘argumentarios’ esgrimidos para sostener que tout va bien.

Dos cosas fundamentales, pero que no atienden a lo determinante: el 24M ha demostrado que, allí donde persisten las condiciones abiertas por el 15M, la radicalidad democrática extensiva e intensiva es la clave de la victoria electoral, al mismo tiempo que la garantía de que el poder al que se accede será transformado. Ello en la medida en que desde el 15M, el elemento plebeyo se ha dotado de una autonomía política y organizativa que impide una fácil expropiación de la capacidad política por parte de los “partidos emergentes”.
 

Allí donde persisten las condiciones abiertas por el 15M, la radicalidad 
democrática extensiva e intensiva es la clave de la victoria electoral

Por capacidad política entendemos la potencia de hacer plebe y hacer que ésta se autoorganice, y entendiendo plebe en el sentido de aquello que según Foucault “de alguna manera escapa a las relaciones de poder”, rompiendo los conjuntos cerrados y contados, y construyendo contrapoderes allí donde se perfila una captura de las fuerzas plebeyas por una relación de obediencia e instrumentalidad política y electoral.

Ahora vuelve el mantra de la confluencia, codificada esta vez como “unidad popular”. Recor­demos que desde 2012 hubo una insistencia al respecto. El valor de Podemos ha consistido fundamentalmente en eso, en devolver la creencia activa de que se pueden y se deben ganar elecciones y ejercer gobiernos precisamente para ‘devolver el poder a la gente’. Las elecciones euro­peas de mayo de 2014 serán recordadas como el paso de ese umbral de irreversibilidad del cambio de régimen. Pero la formulación errejoniana de Vistalegre planteaba sustancialmente que había un único hegemón, Claro que Pode­mos, y que la mayoría adquirida en Vistalegre era un pacto de obediencia política basado en la promesa de que iba a haber un tsunami electoral, además de una OPA hostil a una IU enferma e irrecuperable.

Sin embargo, los datos de la situación actual invalidan esa apuesta. Con este Podemos no cabe esperar ganar unas elecciones, esto es, ser primera fuerza. En vez de representar el exceso plebeyo, el Podemos actual es percibido como un Jano bifronte que puede quitar al mismo tiempo que da: dar la puntilla electoral al régimen, pero ser el actor de una reconstrucción lampedusiana de un nuevo sistema de partidos. Las tentativas revisiones de la corriente errejoniana sobre lo ‘rescatable’ del 78 se orientan en este sentido: no habrá una mayoría constituyente clara; C’s pone freno a la transversalidad; conviene lanzar cantos de sirena al electorado y a la militancia del PSOE para, al menos, dividirlo y poder gobernar tras las próximas elecciones generales. Hace falta astucia, pero esta ha de ser una función subordinada a la inteligencia colectiva plebeya.

A cuatro años del 15M, comprobamos las continuidades profundas ocultas por las discontinuidades de superficie. La clave de la victoria electoral no reside en comando mediático-electoral alguno, autónomo e instrumentalizador de sus círculos, sino en la adaptación y mejora del método 15M a la construcción de candidaturas plebeyas, fruto de la radicalidad democrática e inclusiva –o sea, no ‘de izquierdas’–, capaces de construir liderazgos rompedores y transversales en la sociedad. Liderazgos que no conciben el instrumento, la prótesis que es el partido o la candidatura como un fin, sino como un vehículo del poder constituyente plebeyo, pacífico e inteligente.

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