Propuesta: por un botellón híbrido

Como toda ocupación del espacio público, esta práctica nacida en el final de los 90 pronto se convirtió en ETA.

23/06/15 · 8:00
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¿En qué se diferencia un botellón de una plaza llena de terrazas? El páramo político que supuso la España de Aznar, en el final de los 90, dejó espacio para pocas alegrías a mi generación. Uno de aquellos veranos de sequía eterna, unos cuantos decidieron seguir bebiendo en la calle durante el otoño y el invierno, inventando el botellón. Puede resultar excesivo decir que fue la primera manera de ocupar el espacio público que inventó mi generación, pero sin duda fue uno de los fenómenos fundamentales de aquella época. Como toda ocupación del espacio público, pronto se convirtió en ETA. El demonio mismo era juntarse a sumar los dos ingredientes básicos del botellón (según Wikipedia: bebida y lugares públicos). Fue prohibido, perseguido y terminó en disturbios en más de una ocasión. Evidentemente, un invento tan logrado que reúne encuentro, diversión económica y tomar el fresco en una sola plaza o parque (o parking) no podía ser desbaratado con una sola ley, y cuando fue prohibido, todos los portales se llenaron de mini botellones, tan “ruidosos” y “sucios” y molestos para los vecinos de ese bloque como las reuniones de miles de personas lo eran para el Estado. Lo cierto es que se prohibió, se persiguió y, al menos en Madrid, mutó después de un tiempo en la clandestinidad en el formato más refinado de explotación laboral: miles de migrantes pateando la ciudad para ponerte en la mano una birra fresquita por sólo un euro al menor gesto de tu mano –¡sin tener que levantarse, ni comprar horas antes en el Alcampo del extrarradio, ni acumular docenas de bolsas de hielos!–.
 

Donde antes había hogueras, abrazos y calimocho, hoy hay gintonics de ginebras innombrables a precios increíbles

Este verano no se ven chinos de cerveza a un euro… ¿Qué habrá sido de ellos? El modelo de guerrilla de camareros parecía invencible: demasiado nómada para ser aprehendido, demasiado numeroso para hacerlo desaparecer. Tal vez sea un signo de época: así como los centros comerciales (Madrid es la región de España con más centros comerciales por habitante) languidecen semivacíos en los nudos de autopista, una vez que hemos convertido las ciudades en centros comerciales (¿para qué ir a Isla Azul pudiendo pasear por la calle Fuencarral?), también el botellón y la lata han dejado paso a la invasión de terrazas: donde antes había hogueras, abrazos y calimocho, hoy hay gintonics de ginebras innombrables a precios increíbles. El mismo ruido, la misma suciedad, simplemente una economía distinta. Proponemos un nuevo botellón híbrido: más peligroso, más divertido; consistiría en sentarse entre las mesas de las terrazas a tomar calimocho y comerse la tapa que le pongan al del gintonic de diseño.

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