Una reflexión sobre lo que supone una política transformadora desde lo municipal.

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El municipalismo ha vuelto para quedarse. Los éxitos de las candidaturas de base municipal son una constatación, pero no la única. En ellas se mezclan nueva política en clave de protagonismo social junto con formas de índole 'plataformera' –coalición de partidos y redes sociales–. Tanto Barcelona en Comú como Madrid Ahora o la Marea Atlántica son ilustración de esto último.
Las ciudades grandes son hoy ejemplo de hibridaciones entre lo nuevo y lo viejo, algo menos El hacer local es una característica perenne de la cultura y prácticas en este país de municipalismos en el sentido de auto-gobierno local.
En otras ciudades más pequeñas –Aranzadi Pamplona o Ganemos Córdoba– han surgido propuestas desde agrupaciones de electores, donde la asamblea general es posible y las formas de democracia deliberativa y directa son practicables.
Pero, subrayo, todos esos procesos beben de la potencia de la capilaridad municipalista. El hacer local es una característica perenne de la cultura y prácticas en este país.
Bajo formas anarquistas, libertarias, nacionalismos periféricos, comarcas o pueblos amados desde el alma –que dijera el escritor John Dos Passos–, tendemos por estos lares a enfatizar la descentralización y el gobierno desde y para lo próximo. Cobran resuello estas formas de hacer local y de 'abajo hacia arriba' ante la desafección política frente a los poderes lejanos y omnívoros de la troika y los mercados financieros.
Hay una necesidad de recuperar la política –poderes públicos– desde lo político –lo cotidiano, lo sentido–.
La capilaridad municipalista consiste entonces en aparcar siglas y cimentar formas de auto-gobierno, dentro y fuera de las instituciones gubernamentales. Así lo han entendido las candidaturas antes reseñadas.
Leyendo sus programas –habrá que ver sus desarrollos específicos– uno observa las tres constantes de lo que llamo el municipalismo en 3D: Dignidad –desde nuevos derechos–, Democratizar radicalmente –organización social– y De-globalizar –re-localizar satisfactores económicos y culturales–.
Convendría reseñar las limitaciones de este alcance si llegamos a entenderlo, exclusivamente, como la palanca desde la que La capilaridad municipalista consiste en aparcar siglas y cimentar formas de auto-gobierno dentro y fuera de las instituciones gubernamentales transformar nuestras sociedades. La capilaridad municipalista ha sido y será factible por el concurso de nuevas mareas en centros de trabajo, renovados 15M en las plazas, y desde apuestas por una economía social-solidaria que comienza a generar ya tejido crítico y sostenible bajo nuevas relaciones campo-ciudad, en las economías de barrio y desde un cooperativismo productivo que habrá de emerger ante el parón industrial y energético que se nos avecina –la deudocracia aún mandará unos años–.
Cierto también que son imprescindibles –en estos momentos de transición socio-ambiental, subrayo– los paraguas culturales y políticos que ayuden 'por arriba' a construir nuevos imaginarios de rebeldías y alternativas frente a la agenda neoliberal.
Pero el afuera-abajo importa, es antecedente de transformaciones más asentadas y globales. La nueva institucionalidad política, por ejemplo, bebe y experimenta de la institucionalidad social practicada en los últimos quince años.
El empuje social es la única opción plausible como motor de cambio emancipatorio. No es un mero laboratorio, no es una correa de transmisión, no son futuros 'cuadros' para un diseño tecnocrático-político 'desde arriba'.
Es la constatación de que derechos rima con descontento social organizado. Y dicho descontento se organiza, particularmente en este país, cuando se palpa la política, cuando se enfrenta a las élites desde sus condiciones de vida, cuando recupera la credibilidad en prácticas de solidaridad. La experiencia es la madre de la conciencia –de clase o de dominación– nos recordaban Edward P. Thompson o Paulo Freire.
Por eso, considero, la capilaridad municipalista es también un aviso para navegantes de la 'hipótesis populista', estén La nueva institucionalidad política bebe y experimenta de la institucionalidad social practicada en los últimos quince años enmarcados en Podemos, Ganemos, Mareas o iniciativas en común que pretendan construir 'centralidades' sin colocar en el centro a las personas, a las dispuestas a rebelarse y a las descontentas. Poder electoral no es poder político, no es poder para hacer.
Sí, es cierto, los movimientos sociales tienen techos de cristal: andan muy marcados por los ciclos de protesta, son muy tendentes a la no institucionalización social. Pero son la base de ese empuje social, a la par que nos han dotado de los derechos y formas de hacer política que hoy reclamamos y practicamos. Y además olfatearán en el futuro, antes que los nuevos dirigentes, los tejados de hormigón que sobre las instituciones públicas levanta Deudocracia a escala europea o la Ley Montoro en el plano de las políticas locales.
La “izquierda política” se hunde, como en el caso de IU, y se hundirá, en toda tentativa tecnocrática y ambigua. Porque si su razón de ser son votos y votantes, pulsaciones simplificadas del clima social cada cuatro años, entonces sí que están obligados a rascar en el 'centro'.
Pero el centro o punto medio, para ser justo, debe situarse entre dos extremos de justicia, escribía Aristóteles. Y aquí uno de los extremos, se llame “clase media” o “clase afectada por los recortes”, insiste en mantener un sistema productivo que está desguazando empleos y aumentando su depredación ambiental, colaborando en un consumismo que no dota de sentido a nuestras vidas y en algunos cosas sintiendo que sus intereses son los mismos que los de las élites globales del capitalismo.
Aquí no tendremos un Siryza, no al menos de la misma manera. Desde mi punto de análisis, es más probable que esta capilaridad municipalista –en 3D– aumente consensos en torno a vectores que hablen de cambios desde abajo, desde nuevas No habrá centro, si no centros. Se trata del gobierno de los muchospluralidades. No habrá centro, si no centros. No habrá tecnocracia si no emergencias deliberadas. Se trata del gobierno de los muchos.
La multiplicidad organizada –que no la multitud difusa– es a lo que temen los de arriba. Es lo que no controlan, lo que se mueve como agua y como pez en las cotidianidades de la gente que padece y que se organiza. Con ellas, no sólo se debería contar en el futuro político de este país desde vías emancipatorias –estoy pensando tanto en nuevas movilizaciones como en las elecciones generales–.
Se debería concebir como un aire fresco, inaplazable e irrenunciable. Aire que, por cierto, nos obliga a pensar y a apostar por la capacidad de crear empatía desde políticas –mujeres y prácticas– que no se atalayan en autoritarismos o en tradiciones leninistas y mercadotécnicas rancias.
La capilaridad municipalista es un viento que recorre las costuras y las entrañas de este país, complejo como ninguno. Invitaría a desplegar nuestras velas en él.
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