Centros sociales y revolución democrática

La principal aportación que pueden hacer en este momento es poner encima de la mesa su experiencia después de años.

, este artículo es un collage de ideas de personas del Ateneu Candela (Terrassa) y de varios textos de personas vinculadas a otros centros sociales
21/05/15 · 12:46
Imagen del CSOA Casablanca en Madrid, desalojado en 2012. / Álvaro Minguito

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No podemos, ni debemos ser lo que no somos. Como dice el subcomandante Marcos: "Las prácticas deben pensarse a sí mismas para que no las piensen los teóricos". Pues 'marchando una' de pensarnos nosotr@s mismos.

En nuestras ciudades hay algunos espacios que mueve la misma gente, con autonomía, y que escapan tanto de las lógicas institucionales como de las de mercado. Espacios que son lugar de encuentro y de vida de personas, y de proyectos colectivos. Un huerto urbano comunitario, una librería cooperativa, un local de jóvenes en un barrio, un laboratorio P2P, un centro social lleno de vida, etc.
El Ateneu Candela es uno de ellos. Un centro social que nació hace 14 años en la ciudad de Terrassa (Barcelona) una antigua fábrica textil rehabilitada colectivamente. Acoge una Los centros sociales, a diferencia de los partidos o de
organizaciones políticas clásicas, no requieren afiliación, la pertenencia se construye a partir de la participación 
cafetería, una librería, una cooperativa de consumo, salas de reuniones, un escenario para espectáculos y un montón de gente participando en multitud de iniciativas.

El motor de un espacio como el Ateneu Candela es su gente en movimiento y es esta gente la que lo sostiene. Hay tantas formas de participar como personas que habitan el centro social. Esta es la comunidad cercana. Los centros sociales estamos, además, interconectados en una red más amplia: La Casa Invisible en Málaga, La Pantera Rossa en Zaragoza, Katakrak en Pamplona, El Patio Maravillas y la Villana en Madrid, y muchos otros.

Todos estos centros sociales son espacios abiertos en la ciudad. No se trata de espacios para un colectivo de personas semejantes, sino para mucha gente que en su diversidad se reconoce como igual ante la precarización de su vida, y que coopera. Son lugares para el buen vivir, donde las personas defienden, con alegría, sus derechos, y contribuyen a la transformación de la ciudad y de sus vidas.

Los centros sociales en general han sido, y son todavía, espacios de encuentro de decenas de proyectos e iniciativas políticas, culturales y sociales, que han generado multitud de redes de personas y grupos, fomentando las formas de cooperación entre iguales. Hace muchos años que exigimos nuestro "derecho a habitar una ciudad que no esté supeditada a los intereses de pocos" y que ponemos en práctica y experimentamos otras formas de vivir nuestras vidas.
Después del 15M la participación en el centro social aumentó y la lista de personas y grupos que usan el Ateneu Candela como espacio de encuentro no ha dejado de crecer. Actualmente está cogiendo fuerza por todas partes la posibilidad de echar a la 'mafia', asaltando las instituciones que ha capturado el 1% durante todos estos años, a diferentes niveles y con varias marcas. También en el ámbito local, con una nueva ola de candidaturas ciudadanas municipalistas.
En muchas de estas nuevas plataformas electorales participan personas vinculadas a los centros sociales. Y al revés: muchas de las ciudadanas que se acercan a estas plataformas han comenzado a participar en los centros sociales.

¿Sorpresa? No. Aunque a algunos les salten —precisamente ahora— las alarmas, estamos viviendo una revolución democrática. No solo aquí, sino en todo el sur de Europa, en el Mediterráneo, y esta revolución llega hasta Hong Kong. Aquí empezó con el movimiento 15M. Como en centros sociales de otros lugares, la gente del entorno del Ateneu Candela hizo multitud y fuerza en las plazas. Y como hemos dicho antes, mucha gente de las plazas comenzó a participar después en los centros sociales u otros espacios ciudadanos, entre ellos el Ateneu. La misma revolución democrática que comenzó con el 15M, ahora también se concreta en nuevas candidaturas ciudadanas: el 99% haciendo política y luchando sus vidas de forma  múltiple y conectada.

Sobre todo esto nos podemos hacer unas cuantas preguntas: ¿Cómo se sitúa entonces la gente de los centros sociales en medio de esta efervescencia de democracia real? ¿Qué esperamos de este ciclo de sacudida de los espacios electorales e institucionales que se está abriendo? ¿Ya no serán necesarios los espacios de autonomía si las candidaturas ciudadanas con ADN 15M llenan las instituciones? ¿Qué podemos aportar?

Nos situamos al igual que con el 15M: cerca pero de forma diversa. Cerca porque somos parte de la revolución democrática y queremos democracia real ya. Y de forma diversa: de tantas formas como personas participan en los diferentes espacios. Los centros sociales como el Ateneu Candela, a diferencia de los partidos tradicionales o de algunas organizaciones políticas clásicas, no requieren afiliación, y la pertenencia se construye a partir de la misma participación en el concreto. No se es de una determinada organización, sino que se participa en múltiples proyectos o iniciativas. Esto permite, a su vez, múltiples formas de participación.

De la revolución democrática esperamos recuperar la ciudad de las manos del 1% para devolverla a la gente; ganar el derecho a la ciudad, y conseguir una democracia real. Porque no somos mercancía. Sabemos que no es poco, pero hace tiempo que apostamos por conseguirlo. Sin embargo, no somos ingenuas. Como dicen Déborah Ávila y Marta Malo "el asalto institucional no es la única vía", porque además de los 'techos' de la movilización, aparecerán nuevos 'techos' si se llega a las instituciones. "No hay duda de que desde las instituciones se podría mejorar la vida de la mayoría, pero también sabemos que no todo lo que modela las sociedades, formas de vida y conductas, hoy en día, emana de las instituciones". La democracia real cogería protagonismo y se aceleraría si la gente irrumpe masivamente en las instituciones secuestradas por los intereses de pocos y las devuelve al servicio del 99%. Pero cuando esto ocurra "hará falta una sociedad movilizada que siga creando otras formas de vida sostenibles, tangibles".

Los centros sociales han sido, durante la última década, espacios de experimentación de nuevos modelos de ciudad, basados en los derechos sociales, en formas diferentes de democracia a nivel local, y en nuevas formas de entender la cultura y su acceso, o en laboratorios del software libre y de la fabricación digital. Laboratorios para la innovación en la producción basada en los bienes comunes, que se han concretado en dispositivos experimentales de creación / producción, desprecarización y de empoderamiento.
Desde la Casa Invisible de Málaga piensan que la principal aportación que pueden hacer los centros sociales en este momento es poner encima de la mesa su experiencia después de años de "cuestionar la institución tradicional desde la perspectiva de lo común". Uno de los grandes retos que tienen las diferentes apuestas municipalistas es el de construir una nueva institucionalidad: la experiencia de los centros sociales se perfila de mucho valor para conseguirlo.

Pensamos como nuestras amigas de Málaga. Como apunta Felipe G. Gil, las instituciones públicas "inhóspitas" tienen mucho que aprender del "funcionamiento abierto e inclusivo que se da en comunidades no invadidas por la burocracia propia de las instituciones públicas". Los centros sociales, y sus prácticas vinculadas a la gestión de los bienes comunes, han generado herramientas que revolucionarían las instituciones y los espacios públicos, tales como "los protocolos y metodologías que favorecen la inclusión, la hospitalidad, la apertura y la conexión”.

Los centros sociales son espacios que permanentemente se interrogan a ellos mismos, que andan preguntando y que no tienen problemas en cambiar el espacio mismo, en las formas de hacer y de organizarse, así como a la hora de tejer alianzas. Uno de los grandes déficits de las instituciones políticas en profunda crisis recae en su rigidez, en su incapacidad de regenerarse, de innovar, de corregir lo que no funciona y de reforzar lo que sí lo hace. Los centros sociales aportan aire fresco a esta cuestión, generando procesos sociales vivos, dinámicos y que permanentemente se transforman, adaptándose a unos tiempos cambiantes, pero a la vez proporcionando acumulación, cobijo —en momentos difíciles— y apertura y cambio cuando el tiempo lo requiere, huyendo siempre de los dogmatismos y con una fidelidad incuestionable a la autonomía propia. Será vital que los centros sociales de gestión ciudadana sigan existiendo con carácter propio e independiente Como dice Felipe G. Gil: “ya es hora de que las instituciones públicas aprendan de cómo cuidan y gestionan los bienes comunes los centros sociales”. Los centros cívicos y los equipamientos públicos que ya tenemos deberían utilizar las herramientas de gestión de los espacios propios de la gente y parecérseles más. Los espacios de participación institucionales deberían repensarse y aprender de los movimientos ciudadanos, algunos de los cuales habitan en los centros sociales. Los gobiernos deberían escuchar y obedecer a la gente que hace tiempo que trabaja para una ciudad mejor.

Ahora bien, quien quiera asaltar las instituciones para apartar a unos y poner a otros, se equivoca. Se trata de entrar para devolver la democracia a la gente. La democracia real y unas instituciones que sean de la mayoría es un reto que apenas se abre, por tanto, será vital que "los centros sociales de gestión ciudadana sigan existiendo con carácter propio e independiente".

La ciudad que nos imaginamos está llena de espacios que mueve la gente, con autonomía, espacios comunes de vida de las personas y de los proyectos colectivos que la transforman para hacerla mejor. Uno o varios en cada barrio, con su riqueza y particularidades. Espacios que puedan desarrollarse como se merecen y sin tener que sufrir continuamente la precariedad de recursos para sobrevivir o el simple hecho de tener un techo para desarrollarse. Proyectos con recursos propios y públicos —que son de la gente— para poder desplegar toda su potencia transformadora.

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