Política de encuestas y nueva política

El autor, activista libertario, alerta de los riesgos de la política orientada a obtener resultados "democópicos".

19/05/15 · 8:00

La política está conformada, al parecer, por encuestas. Por más que se trate de una concepción muy estrecha de la política, que sólo se atiene a los aspectos cuantitativos, da mucho juego. Resulta indiferente que puedan fallar de manera estrepitosa, como ha ocurrido con los resultados de las pasadas elecciones británicas, o que se advierta repetidamente de las trampas que esconden: los sondeos son seguidos atentamente, en ocasiones con un fervor rayano en lo religioso. No sólo se espera que anticipen el comportamiento de los electores: más que describir un estado de ánimo, su auténtico valor reside en crearlo.

Estos días tuvimos un nuevo ejemplo con los resultados del último Barómetro del CIS –realizado, recuérdese, antes de conocerse las últimas novedades del escándalo protagonizado por Rodrigo Rato–, que apuntan a una debacle de Podemos. La noticia ya venía siendo preparada días atrás por los rivales de la formación morada. Ignacio Urquizu, sociólogo y candidato al Par­la­mento de Ara­gón por el PSOE, se preguntaba dramáticamente a finales de abril en El País por qué Podemos comienza a "no poder". La respuesta no resulta decepcionante con sus simpatías políticas: el pecado original de la nueva política es pretender "enviar al baúl de los recuerdos la mejor [sic] etapa de nuestra historia".
 

"Demoscópico"

No obstante, también Pode­mos, el adalid de la "nueva política", mide sus pasos en función de las encuestas. Es "demoscópico" –como decía Albert Rivera [Ciudadanos] en una inconsciente representación del viejo refrán de la paja y la viga–, pero con un problema añadido: no queda claro si las rebajas en su programa son simple tacticismo o responden a una auténtica agenda de gobierno. La primera de las opciones implicaría que sus dirigentes están participando en una representación con objeto de embaucar al público. La segunda suscita la pregunta crucial de qué importancia tiene estar arriba en las intenciones de voto si se va a aplicar un programa que mantiene el pago de la deuda, a cuyo alrededor orbitan las famosas y sangrantes políticas de austeridad. ¿Podrá continuar éste sin las otras?

Desharrapados

Nada tiene mucho sentido, a no ser que se confundan los fines con los medios y que ganar las elecciones –y los sondeos– sea el principal y único objetivo. Por más que la política de las encuestas pretenda explicar el comportamiento político del electorado, lo que hace es alejar a los partidos de la sociedad. De ahí que no resulte extraño que la que fuera la principal novedad aportada por Podemos en la campaña de las europeas –politizar los asuntos cotidianos– quede descartada por su radicalidad, es decir, porque obliga a ir a la raíz de los problemas para solucionarlos. Ahora lo importante, como decía Íñigo Errejón en El Mundo, es "quitarnos esa etiqueta de que somos unos desharrapados". Hay que empezar a codearse con las élites.
 
Resulta extraño que Juan Car­los Monedero, quien fuera asesor de Izquierda Unida durante la etapa de Gaspar Llamazares –que no se caracterizó precisamente por su radicalismo–,  enarbole en esta ocasión la bandera de las expectativas frustradas. Puede tratarse de un signo de los nuevos tiempos, en los que cualquier propuesta, incluso las simplemente teñidas de un vago izquierdismo, puede resultar más revolucionaria que las nuevas fórmulas. Una perspectiva bastante triste para unos tiempos que se presuponían de cambio e ilusión. 
 
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